Regalo de año nuevo

En España, donde se origina Protestante Digital, están más cerca del nuevo año que desde donde escribo, en México (*). Pero a los lectores y lectoras de allá, de acá, y de cualquier lugar que tengan la deferencia de abrir esta columna, les envío un pequeño regalo de año nuevo.

08 DE ENERO DE 2011 · 23:00

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Mi presente lo pueden elegir y abrir en cuanto tengan deseos de hacerlo. También tienen la opción de escoger el costo del regalo, su tamaño, antigüedad y volumen. Me refiero al libro, más a bien a los libros, que leerán, y releerán, en el próximo 2011. Cada quien, de acuerdo a sus gustos y necesidades, incursionará en esa experiencia mágica que es la lectura. Hay que leer por el gusto de hacerlo, y no por imposiciones que logran lo contrario de lo que buscan, porque en lugar de estimular más bien alejan, con sus imprecaciones culteranas, a las personas de los libros. Les animo a quienes ya son parte de esa comunidad que lee consuetudinariamente a que contagien su gusto a otros y otras. Quienes todavía no se inician como integrantes de esa rara tribu, que trasciende barreras geográficas, conformada por los lectores de todas partes, tal vez podrían tratar de adentrarse en el rito iniciático que es dejarse arrobar por las páginas de una obra y lo que su autor o autora nos transmite a nuestra mente, alma y corazón. Para aquilatar el sentido profundo de la práctica de leer, sopesar lo que éste sencillo acto nos puede representar vitalmente, comparto algo de lo por mí leído en una banca de una calle peatonal en San Cristóbal de las Casas, Chiapas. No resistí llegar al hotel para abrir el obsequio que un amigo me hizo. Poco después de salir de su librería abrí el regalo, un libro por supuesto, y recorrí sus páginas. La obra titulada 101 aventuras de la lectura, llamó mi atención por sus bellas ilustraciones, que enmarcaban frases de amantes de la lectura. No me puse de pie hasta haber consumido el libro con los ojos, el tacto, el olfato y un conmovido intelecto. La obra está prologada por Alberto Manguel, autor argentino/canadiense, que tiene en su haber la escritura de una obra erudita, deslumbrante, y a la vez sin complicaciones porque atrapa al lector de principio a fin: Una historia de la lectura, de la que existen varias ediciones. En su historia Manguel confía lo sorpresivo que fue para él la excelente recepción de la primera versión de su libro. Escribe que “el destino de todo libro es misterioso, sobre todo para su autor. Una de las inesperadas revelaciones que me deparó la publicación de Una historia de la lectura fue el descubrimiento de una comunidad mundial de lectores quienes, individualmente y en circunstancias muy distintas a las mías, tuvieron mis mismas experiencias y compartieron conmigo idénticos ritos iniciáticos, iguales epifanías y persecuciones. La verdad es que nuestro poder, como lectores, es universal, y es universalmente temido, porque se sabe que la lectura puede, en el mejor de los casos, convertir a dóciles ciudadanos en seres racionales, capaces de oponerse a la injusticia, a la miseria, al abuso de quienes nos gobiernan. Cuando estos seres se rebelan, nuestras sociedades los llaman locos o neuróticos (como a Don Quijote o a Madame Bovary), brujos o misántropos, subversivos o intelectuales, ya que este último término ha adquirido hoy en día la calidad de un insulto”. Con el mismo Manguel, y el autor de estas líneas en vísperas del nuevo año, volvamos a la banca de San Cristóbal de Las Casas, donde una tarde ligeramente cálida fueron leídas las consideraciones del prologuista al libro que me fue regalado. Y como un regalo ofrezco aquí una muestra de lo que sucede cuando nuestros ojos, en compañía de todo nuestro ser, decodifican los signos de un libro:
Leer… es el arte de dar vida a la página, de establecer con un texto una relación amorosa en la cual experiencia íntima y palabra ajena, el vocabulario propio y la literatura de otro, convergen y se entremezclan como las aguas de dos ríos, y se funden en un solo caudal en el cual ya no podemos distinguir si una frase cualquiera –“una noche de papel feliz”, por ejemplo, que nos viene a la mente cuando pasamos la velada leyendo– es nuestra o de un cierto Alberto Ruy Sánchez. Esa incorporación del texto, ese sentirlo en carne propia, ese vivir a través de la crónica de vivencias ajenas a la suya, ese ver el mundo a través de los iluminados ojos de un poeta, de un narrador, de un artesano de palabras, es lo que llamo yo el arte de leer. […] No sé si la escuela puede enseñar a leer en este sentido. No sé si la escuela puede dar a un niño un método para convertirse, no en mero descifrador de un texto, sino en su taumaturgo, hacedor cotidiano de prodigios a partir de meras palabras. No sé si la escuela puede enseñarle no sólo a entender lo que dice una página, sino obligar a esa página a revelar verdades ocultas entre los renglones, enseñarle no sólo a respetar y a obedecer lo escrito, sino a rebelarse contra él, a discutirlo, a subvertirlo, a obligarlo a renovarse. No sé si la escuela puede hacerlo. Es cierto que a veces, en presencia de un cierto maestro, de una cierta maestra, un alumno se siente de pronto iluminado, ve una puerta entreabierta en lo que yo llamaría la “burocracia de la enseñanza” y descubre por sí mismo, más allá de la tediosa secuencia de palabras, algo que palpita vivo y reluciente, al alcance de sus manos, y siente que él también pertenece (o puede pertenecer) a esa maravillosa aristocracia, abierta a todos, que es el universo de los lectores.
¡Bienvenidos al Club de los Lectores Vivos y que tengan un feliz y bendecido 2011!
(*) Este artículo debió salir publicado el pasado domingo 2 de enero. Debido a las fechas tan especiales de vacaciones, nos fue imposible publicar ningún artículo ese domingo.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Kairós y Cronos - Regalo de año nuevo