La iglesia-empresa: ¿y luego qué?
Desde hace años, un número de iglesias evangélicas han experimentado importantes y acelerados cambios, ya sea por pura imitación o por deseo de novedad.
Ecuador · 21 DE JULIO DE 2017 · 10:08

Desde hace años, un número de iglesias evanbélicas han experimentado improtantes y acelerados cambios, ya sea por pura imitación o por deseo de novedad. Unos cambios han nacido de la inquietud de líderes y pastores por encontrar formas de alcanzar con mayor eficacia a los no creyentes; otros, por el afán de servir mejor a sus congregaciones y satisfacer las numerosas necesidades de personas a veces muy heterogéneas en edad y trasnfondos sociales, económicos y educativos. En el camino, muchas congregaciones han puesto en marcha variados ensayos, con distintos resultados.
Pero, aunque algunos ensayos y sus resultados pudieran haber tenido éxito numérico en asistencia y ofrendas, en algunos casos, no todos esos cambios han sido positivos ni saludables. Algunos de ellos, más que contribuir a edificar y fortalecer el cuerpo de Cristo, han contribuido a deformar el espíritu y la razón de ser de la Iglesia. Debemos recordar que la comunidad de creyentes en Cristo, que no es otra que la Iglesia, es el resultado directo e intencional del sacrificio de Cristo en la cruz. La iglesia no es un accidente imprevisto de la encarnación del Hijo de Dios, y mucho menos un “paréntesis” en la historia de la salvación.
Por eso conviene tener serias precauciones a la hora de implementar cambios en nuestras iglesias, porque podemos estar alejándonos de una práctica sana de la fe, e incluso de la fe misma, y no obstante permanecer convencidos de que seguimos fieles al proyecto de Dios.
En la Iglesia del Señor Jesucristo no existen los cambios inocuos, parciales o de simple forma. En ella todo cambio, por pequeño que parezca, no deja de provocar consecuencias en el conjunto, no solamente en una parte. Igual que en el ambiente comunicativo, en la iglesia los cambios son siempre “ecológicos”: cambian TODO.
Por eso no queremos dejar de lado la pregunta quizás más importante, la pregunta que condiciona las respuestas a todas las demás preguntas y evidencia el carácter del cambio: ¿qué es la Iglesia?
Si cambiamos lo que la Biblia enseña sobre la naturaleza de la iglesia, siguiendo modas y criterios errados, CAMBIA la naturaleza de TODO: liderazgo, educación cristiana, culto, evangelización y todo lo demás. Sin ninguna duda en muchas de nuestras iglesias estamos frente a un cambio ecológico, es decir, total, aunque nunca hayamos tenido la intención de provocarlo y nuestra idea sólo haya sido hacer algunos “retoques” para mejorar ciertas cosas aquí y allá. Pero con los cambios ecológicos ocurre lo mismo que con las fichas alineadas de un dominó: si cae una ficha, cae el resto en una sucesión imparable.
La introducción del modelo empresarial en nuestras iglesias es la muestra patente de un cambio ecológico e infortunado por una moda irreflexiva y por la avidez por lograr resultados espectaculares e inmediatos. El cambio ya se había anunciado décadas antes cuando se empezaron a adoptar los modelos de administración de empresas (misión, visión, etc.) para mejorar el manejo de los asuntos que creíamos más “terrenales” y “burocráticos” de la iglesia, y se empezaron a usar los modelos de terapia psicológica no directiva para aplicarlos en la consejería cristiana.
Y quizás sin advertirlo, muchos líderes y pastores vieron natural, e inocuo, dar el paso siguiente y adoptar otro modelo a modo de un nuevo “retoque”: el modelo de negocios empresarial, pensando que el cambio era apenas un préstamo meramente técnico, logístico, para ayudar a la iglesia a organizarse mejor. Pero cuando una comunidad de creyentes redimidos por Cristo (una iglesia) pasa a ser una organización con fines de lucro (una empresa), cambia TODO.
En el proceso, en muchas iglesias evangélicas las ideas, las actitudes y el lenguaje han ido cambiado de manera lenta pero continua, mostrando señales inequívocas, cada vez más claras, de la influencia de la mercadotecnia, la psicología de masas, la psicología motivacional, la administración de empresas, la neurolingüística, etc., en su interior.
Al mismo tiempo, en esas iglesias van surgiendo nombres y roles propios del mundo de los negocios, que empiezan a usarse como si nada: el Evangelio se empieza a ver como un producto para vender; muchos pastores empiezan a sentirse más como gerentes o ejecutivos y menos como ministros del Evangelio; los cultos van desapareciendo para ser reemplazados por conciertos, los creyentes ahora tienden a ser vistos por el liderazgo de la iglesia como clientes antes que como hermanos en la fe; la evangelización se organiza ahora como una campaña de ventas.
Con todas estas mutaciones también va apareciendo un ejército de técnicos y expertos con una gran maleta de destrezas también extraídas del mundo empresarial para aplicarlas sin más en la iglesia. Proponen hacer procesos de “reingeniería” en las familias con problemas, hacer sesiones de “coaching” con las parejas mal avenidas, “levantar la marca” de tal o cual iglesia, enseñar al liderazgo a “fidelizar a los clientes” de su congregación, diseñar “estrategias de venta” para evangelizar y capacitar a los diáconos con charlas de “servicio al cliente”.
Pero la cuestión no se ha detenido allí y al parecer siempre hay pastores y líderes dispuestos a dar más pasos, y más audaces, en el terreno que mezcla el Evangelio con los negocios. Antes ya había @sucursales" de iglesias, pero ahora comienzan las “franquicias” de iglesias-empresas nacionales y de otras latitudes. El modelo de negocios empresarial sigue absorbiendo y anulando progresivamente el espíritu y razón de la Iglesia tal como Cristo la fundó.
¿Cómo calificar lo que ocurre ante nuestros ojos? Dígalo usted, hermano, hermana. Un escritor latinoamericano que en los setentas denunciaba las distorsiones de Cristo en la teología y la política decía que peor que la traición de Judas, que entregó el cuerpo de Cristo, era la de quienes traicionan su espíritu. Evidentemente, la iglesia-empresa traiciona a Cristo. Hermanos, hermanas: necesitamos volver a las raíces del Evangelio que nos dejó nuestro Maestro y recuperar la dimensión humana y generosa de la Iglesia que Él fundó con su sangre.
Ivan Balarezo – Pastor – Quito (Ecuador)
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