El genio de la lámpara

Acudamos cada día al gimnasio divino, inclinemos nuestros oídos a los consejos de Dios, deseemos beber de la fuente de agua viva y doblemos nuestras rodillas en oración.

24 DE MARZO DE 2025 · 16:30

Foto: <a target="_blank" href="https://unsplash.com/es/@yosipri">Yosi Prihantoro</a>, Unsplash CC0.,
Foto: Yosi Prihantoro, Unsplash CC0.

Apuesto por el trabajo, la tenacidad y la constancia. Para conseguir logros hace falta esfuerzo. Quien pretenda alcanzar sus metas mirándolas desde la lejanía sin atreverse a luchar por ellas, está abocado al fracaso.

Habrá quienes piensen lo contrario, que sus proyectos se harán realidad por arte de magia, que frotando una misteriosa lámpara conseguirán que de ella salga un genio maravilloso para otorgarles todo cuanto deseen.

Respeto la quimérica idea, no la comparto.

Trabajar es un requisito para obtener lo que se anhela, y a veces aun trabajando has de admitir con abnegación que el esfuerzo no ha dado los frutos deseados.

La disciplina fortalece, hace que en el ejercicio del diario vivir destapes ese frasco de complacencia que nace como resultado del deber cumplido.

Amo al Dios todopoderoso e intento conocerlo más y más cada día, ese conocimiento me lleva a comprender que la vida cristiana posee sus luces y sus sombras, que es un recorrido en el que obligatoriamente ha de existir el compromiso y la obediencia.

Él nos dice: Pedid, y se os dará. Y ese pedid, lleva implícito una forma ordenada de oración, de entrega, de recogimiento, un doblegar el yo para presentarnos ante él libres de ornamentos. Vivir en integridad, en el servicio que se nos demanda.

Vivimos en una sociedad donde rige la comodidad, la ley del mínimo esfuerzo, ese estilo de vida nos salpica a todos, nos dejamos influir por esa cómoda manera de existir, por ello, hemos de ser fuertes y no dejarnos manipular por la tendencia a lo fácil.

Lograr una vida basada en la voluntad de Dios requiere esfuerzo. Al esforzarnos  hacemos que los músculos de nuestra alma se vigoricen y dejen a un lado su estado de flaccidez.

Acudamos cada día al gimnasio divino, inclinemos nuestros oídos a los consejos de Dios, deseemos beber de la fuente de agua viva y doblemos nuestras rodillas en oración.

Al abandonar la rutina de una vida sedentaria hacemos que nuestro ritmo cardíaco aumente, mejorando así el funcionamiento de nuestro corazón.

Cada día que valientemente coronamos las horas de nuestra jornada con los matices del esfuerzo, conseguimos que lo difícil se vuelva un tanto más sencillo y logramos sentirnos vencedores en las batallas diarias, guerreros vigorosos que pelean contra la desidia, victoriosos hijos del Rey de Reyes.

Cuando aplicamos nuestro oído a su santa palabra, ella, viva y eficaz, nos conforta, nos alecciona, dirige nuestros corazones a lugares de delicados pastos para así mostrarnos en lo secreto grandes cosas ocultas que desconocemos.

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