Tocar el borde de su manto

Fe. Certeza de lo que se espera, convicción de lo que no se ve.

Actitud que opera cuando las cosas se ponen feas.

Buscar entre la espesa bruma de la aflicción ese rayo de esperanza que nos ofrece el necesario consuelo. La fe desprende un elixir de ilusión cuando todo parece estar en nuestra contra.

Hoy, como si nunca antes lo hubiese leído, encuentro ese pasaje donde aparece una mujer plagada de fe. Una mujer luchadora que tras años de padecimiento decide de forma osada acercarse al maestro y en un arranque de convicción tocar el borde de su manto.

No tenía nada que perder y confiadamente se allega a Jesús con la intuición de que podía ser sanada. 

Dicho y hecho. Su fe no sólo la sano, la salvó.

Al releer estos versos me golpea mi reducida capacidad para creer. Hablo de un Dios vivo, sanador, salvador, redentor. Un sublime Dios misericordioso, poderoso en batalla.

Pero a veces, cuando me visita la adversidad, tiemblan los cimientos de mi casa, demudo mi rostro y torpemente me dejo zarandear por los vientos contrarios.

Hoy de nuevo descubro al Dios Impresionante. Me ha visitado en forma de pasaje, regalándome la promesa de que si soy capaz de dejar a un lado mis temores y me atrevo a mezclarme con la muchedumbre para tocar el borde de su manto, Él se encargará del resto.