La soledad de Getsemaní

Él, que había sanado tantas heridas, saciado tantos estómagos, ejecutado con poder milagros sorprendentes, se encontraba frente a su muerte rodeado de soledad.

20 DE MARZO DE 2013 · 23:00

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Enemigos deseosos por prenderle, acotar sus pasos y darle caza como si se tratara de un vil malhechor. Un supuesto amigo presto a entregarle mancillado la tibieza con la que han de ataviarse los besos. Discípulos dormidos en aquella noche larga, oscura como ninguna otra. Él se quedó solo en aquel angustioso Getsemaní. Vertió con dolor una oración al Padre, rogó que fuera Dios quien tomara las riendas de todo cuanto quedaba por hacer. Sabía que pronto llegarían los soldados, que Pedro impetuoso cortaría la oreja de aquel hombre llamado Malco y que él tendría que solventar el colérico impulso sanando al siervo herido. Que ese mismo Pedro lloraría amargamente cuando el canto del gallo desgarrando el aire le devolviera a la realidad. Aún quedaban una serie de juicios injustos y un homicida que se había de beneficiar de aquella ilegalidad. Aún quedaban los azotes, la dolorosa corona tejida de espinas, los clavos, la suerte sobre sus ropas, una esponja empapada en vinagre, dos ladrones injuriándole , una lanza en el costado… Desde aquel Getsemaní, en las horas más angustiosas sintió la soledad humana, el desconsuelo, el miedo, mientras ellos, sus discípulos, no pudieron velar unas horas junto al él. Después de pasar tanto tiempo con Jesús, aún no entendían el fin que le esperaba, la forma cruel en la que moriría. Esas horas teñidas de ausencia, saboteadas por pensamientos de temor las vivió a solas con el Padre, carente de calor humano. Él, que había sanado tantas heridas, que había saciado tantos estómagos, que había ejecutado con poder milagros sorprendentes, se encontraba frente a su muerte rodeado de soledad. En aquel monte oraba intensamente buscando el consuelo que su espíritu necesitaba. Expresaba sus sentimientos con el ímpetu de quien sabía sobradamente todo lo que aguardaba. Sintió el peso del pecado que caía sobre Él y decidió abordar ese último tramo amargo y dar su vida por ti y por mí. Lo hizo por amor. Podía haber decidido alejarse de todo , huir, esconderse y dejar pasar aquella copa. Pero resolvió hacer la voluntad del padre, seguir el camino trazado y derramarse para dar vida. Él, el soberano, el maestro divino, tomó una determinación que cambió el rumbo del mundo. Con arrojo sentenció que debía morir para regalar salvación . No dudó, no escogió un camino alternativo. Él escogió la cruz y esa elección no ha hecho libres. Getsemaní es un lugar de angustia, de dolor, de temor, pero es también el lugar en el que amenazados por el sufrimiento debemos tomar las decisiones correctas. Velando, orando, esperando a que Dios conteste sin importarnos la austeridad de las horas en soledad. Sabiendo que en los momentos más angustiosos Dios se hace notorio en nuestras vidas y exhala una brisa fresca que atempera nuestra aridez.

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