Un Dios extraordinario: ¿por qué teméis?
Amaina la tempestad, se multiplican los panes y peces, se llenan de luz los ojos de los ciegos, y aun así, dudamos de su poder para obrar milagros.
16 DE ENERO DE 2013 · 23:00

... Y los hombres se maravillaron, diciendo: ¿Qué hombre es éste, que aún el viento y el mar le obedecen? Mt 8:23-27
Se representa ante mí una escena de gran dramatismo, salpicada con toques de ansiedad. Jesús duerme en la barca mientras sus discípulos están a punto de perecer a causa de la gran tempestad que les ha sorprendido.
Podemos pensar en la insensibilidad de Jesús al quedarse dormido en tan delicados momentos, o creer que el maestro no era consciente del peligro al que estaban sometidos aquellos marineros.
Cristo, ante la apremiante demanda de ayuda ofrece una réplica que mitiga las necias suposiciones de la atemorizada tripulación.
¿Por qué teméis, hombres de poca fe?
Viajo en el tiempo. Estoy en la barca junto a Pedro, remando extenuada y con una inquietante sensación de angustia, murmurando con Andrés sobre la indiferente postura de Jesús ante un acontecimiento tan desventurado.
En ese momento, entre el agitado movimiento de la embarcación, las sabias palabras de Jesús me golpean haciéndome comprender tanto a mí, como al resto de la marinería, que hemos olvidado quién es el tripulante invitado.
Amaina la tempestad, se multiplican los panes y peces, se llenan de luz los ojos de los ciegos, y aun así, dudamos de su poder para obrar milagros.
La sanidad llega cuando nadie la esperaba. El empleo deseado se nos ofrece cuando hay muchos candidatos para conseguirlo y sin entenderlo, somos nosotros los escogidos. Nos devuelven un dinero que creíamos perdido llegándonos en el instante más propicio. Se convierte al evangelio aquel amigo al que tantas y tantas veces le hablaste del amor de Dios...
Y sin lógica para hacerlo, seguimos exclamando atemorizados: ¡Señor, sálvanos que perecemos! Desdeñando el poder de quien en múltiples ocasiones nos ha demostrado sus asombrosos hechos, obras maravillosas de las que hemos sido beneficiarios.
Él, realiza hoy los mismos milagros que hizo ayer. Su omnipotencia no ha menguado, ni su amor hacia el hombre ha disminuido. No obstante, ponemos en tela de juicio su soberanía para sosegar tempestades, sanar vidas, transformar corazones, preguntándonos con desaliento ¿Dónde estás Señor?
Estamos tan abatidos que no percibimos su presencia cubriéndonos cual manto de amor. Deberíamos saber que Él no dormita, Él espera a que confiemos en su poder, que sepamos que guía nuestra barca y que por muy embravecida que esté la mar su voz calmará las olas y por fin habrá bonanza.
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