Qué frágiles dedos acarician los recuerdos
Aquí en la frontera, caen las hojas. Aunque mis vecinos son todos bárbaros, y tú estás a miles de leguas, siempre hay dos tazas en mi mesa…
29 DE NOVIEMBRE DE 2011 · 23:00

Recibió aquella mañana una extraña misiva. Decía que Doña Leonor García había fallecido legando a su amiga Rosa Jiménez una finca con cien hectáreas de terreno en Adalia, un precioso pueblo de Valladolid.
A Rosa se le tornó la mirada y un frío recorrió su espalda. Intentó hacer memoria y recordar la última vez que vio a Leonor.
Tuvo que hacer un gran esfuerzo para ubicar a aquella mujer, que hoy la visitaba en forma de carta, trayendo consigo una buena y mala noticia.
A Rosa se le vino el mundo encima cuando tras unos intensos momentos de remembranza se acordó de la mujer, ésa que tras su marcha le había hecho un regalo tan generoso.
Pero… ¿Qué habrá movido a Leonor a pensar en mí como sujeto al que otorgar tal fortuna?
Se preguntaba Rosa sin salir de su asombro, sin tener conciencia plena de lo que se estaba desplegando a su alrededor.
Tras leer una y otra vez la carta, decidió ponerse en contacto a través de un número teléfono que aparecía en ella.
Tras varios intentos, por fin logró hablar con alguien, ese alguien derivó la llamada a otra persona que resultó ser la hija de Leonor.
Rosa , entre desorientada e incrédula, expresó a Laura, que así se llamaba la mujer, lo sorprendida que estaba ante la noticia recibida.
La joven que se encontraba al otro lado del auricular con la voz entrecortada describió como su madre día tras día hablaba de su mejor amiga, una mujer del sur que le había concedido la oportunidad de conocer al salvador de su vida. Hablaba de Rosa como la persona que la llevó a los pies del Maestro.
Rosa sintió una nostalgia enorme al recordar como en sus días de juventud conoció a una vallisoletana a la que tuvo el privilegio de anunciar el mensaje de salvación. Juntas mantuvieron una sencilla amistad que se fue diluyendo cuan do Leonor regresó a su ciudad natal.
Tras una emotiva charla con Laura, experimentó el roce de la nostalgia ciñéndose sobre ella. Tocó con los dedos de la memoria el rostro sonriente de aquella lejana amiga y un atisbo de llanto arremetió contra sus ojos y sin darse apenas cuenta comenzó a llorar la ausencia de aquella vieja amistad.
Comprendió que había dejado pasar demasiado tiempo, que los días se convirtieron en meses, los meses en años y los años fueron deshojándose unos tras otros hasta convertirse en décadas.
Aquella mañana, Rosa aprendió una lección de amor traída desde lejos de manos de una muerta. Destapó el frasco de los recuerdos y en homenaje a aquella amiga vertió en su presente gotas del ayer.
La vida pasa demasiado deprisa, a menudo no somos conscientes de su velocidad. Hoy somos y mañana dejamos de ser.
¡Detente! Pon freno a las prisas, toma un poco de tiempo y compártelo con quien estimas. La vida es demasiado y hay cosas importantes que debes hacer hoy.
Aquí en la frontera, caen las hojas. Aunque mis vecinos son todos bárbaros, y tú estás a miles de leguas, siempre hay dos tazas en mi mesa…
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