Llueve sobre mojado

Sigue lloviendo. Lo hizo ayer, antes de ayer, la semana pasada, el mes pasado…

25 DE FEBRERO DE 2010 · 23:00

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La necesaria lluvia está empezando a ser un gran problema, lo que me lleva a reflexionar que todo en exceso es dañino. La tierra, ahogada por tanta agua, se niega a absorber una gota más. Arranca de sus entrañas un cúmulo de llanto y devuelve al exterior lo intragable. Casas llenas de lodo, destrozadas y cubiertas de miseria. Familias desesperadas miran al cielo con temor, el clamor de un trueno es el peor de los sonidos para ellos. Febrero nos saluda desde su cenit con agua y viento, con días desconcertantes, con pocos buenos augurios. Quienes han perdido sus hogares y demás pertenencias a causa de este temporal que parece querer alojarse en nuestra rutina, comprenden lo necesaria que es la lluvia, pero arremeten con rabia hacia ella porque saben que la demasía no es positiva. Tanta lluvia, tanto día gris merma las ganas de trabajar por recuperar lo perdido. Últimamente la lluvia es un tema del que todos hablamos. Haciéndonos un poco meteorólogos de pacotilla, damos nuestro acertado o desacertado pronóstico del tiempo. Miramos al sur, vemos el encapotado cielo gris y chasqueando la lengua forjamos una pronta valoración de lo que se aproxima. Aquí en Andalucía, en este trocito paradisíaco en el que resido, lugar donde el sol es siempre un invitado bien avenido, echamos muy en falta su calor. Deseamos que pronto pase este mal tiempo y todo vuelva a una comedida normalidad. Las lluvias son convenientes en momentos determinados y en cantidades precisas. Hoy miro al cielo y pienso en esa otra lluvia tan necesaria en la tierra. Una lluvia de amor que inunde los corazones, que atraviese lindes y empape con abundancia el sequedal de este mundo. Una lluvia copiosa, profusa derramada sobre quienes al mirar al cielo no encuentra más que nubes grises y desamparo. Una lluvia de concienciación y solidaridad, palabras que cada vez más parecen ser proscritas. Cuanto deseo ver caer sobre los corazones faltos de esperanza una rociada inmensa de ilusión y aliento. Una fina y serena lluvia de nombre Jesús.

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