Una mujer agradecida

Se aproxima la semana de pasión y Jesús ya sabe lo que le aguarda.

20 DE MARZO DE 2008 · 23:00

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Días de dolor que comienzan con una entrada triunfal en Jerusalén. Aclamaciones y vítores que se irán difuminando en el aire, hasta tal punto, que en transcurso de los días los gritos de, ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor, el rey de Israel!, serán cambiadas para tornarse en tristes frases, impregnadas de necedad. ¡Sea Crucificado! ¡Sea Crucificado! Seis días antes de la Pascua ocurre un hecho especial, un episodio de derroche que asombra a quienes son espectadores del suceso. Dos hermanas agradecidas, siervas que no tienen palabras para compensar al maestro el bien que les ha proporcionado, se dedican a agasajar a Jesús en la que será su última semana en la tierra. Marta sirve con diligencia, atiende a ese invitado tan especial. En tanto, María, con el corazón henchido de gratitud, toma un frasco de perfume de nardo puro y unge los pies, la cabeza de Jesús, enjugándolos con sus cabellos. La conmovedora imagen de esta mujer salpica de emotividad y enarbola belleza en un escenario que pronto se convertirá en la difícil vía dolorosa. Jesús conoce lo que le espera, él sabe cuánto dolor ha de pasar, por ello, en quietud, deja que el perfume recorra sus cabellos, endulce ese tránsito crudo y llene de aroma la estancia. El derroche de María no es entendido por Judas, éste se dedica a hacer cuentas y ver en aquel acto hermoso un despilfarro. Pero Jesús conoce los corazones, tanto el del traidor Judas, como el de la mujer agradecida. No seamos partícipes de las ideas insensatas de Judas, de esos planteamientos plagados de insensibilidad. Rompamos nuestro vaso de alabastro y derramemos el perfume. Dejemos que el aire se impregne del grato aroma. Hagamos que Jesús sea coronado de fragancias, una mísera ofrenda de agradecimiento hacia todo cuanto él nos da.

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