E.T.: hogar, dulce hogar
Cuando hace 25 años se estrenó la película de Steven Spielberg ET, el extraterrestre, no pude ir a verla al cine. Años después, mi hermano y yo fuimos invitados a casa de Ana, una amiga de la familia que por aquel entonces era una de las pocas privilegiadas en tener video y allí, en un minúsculo salón, descubrí a E.T.
05 DE JULIO DE 2007 · 22:00
No recordaría la película si posteriormente no la hubiese vuelto a ver, pues de aquella mágica sesión de cine sólo recuerdo la cantidad de niños y no tan niños que nos congregamos alrededor del televisor.
E.T, un extraterrestre graciosillo cuyo único deseo era el de volver a casa, reunirse con los suyos y disfrutar alegremente de la compañía de quienes sí podían entenderlo.
Es muy comprensible el anhelo de ese visitante galáctico, pues no hay lugar mejor para estar que el hogar. Ese espacio donde todo cuanto te rodea está impregnado de una fragancia que sabes imperceptible para el resto pero que es totalmente apreciada por ti.
Allí están tus cosas más valiosas; trastos de total ineficacia pero que atesoras aún sabiendo que sólo proporcionan nostalgia. El hogar es un pequeño gran reino, el terreno donde te sientes tú mismo y un sitio acondicionado donde hallas el merecido descanso. Es el refugio perfecto, el lugar idóneo para retomar fuerzas, un área de recreo que compartes con quienes quieres.
Tristemente no todos pueden complacerse de las ventajas de tener casa, hay más de treinta mil personas en España que viven sin techo, personas que por diferentes situaciones subsisten en un mundo sin tener un lugar que les acoja. Viven en la calle, siendo atendidos de manera solidaria por albergues y comedores que le ofrecen una solución de carácter inmediato pero que no solventa el problema. Son ese oscuro conjunto dentro de la sociedad perteneciente al mundo marginal, vulnerados por un compendio de situaciones adversas.
Comprobar los sinsabores de quienes viven una realidad muy distinta a la nuestra debiera ser un motivo de reflexión. Confrontar nuestras pequeñas adversidades; esos muros que nos parecen infranqueables y que son simples murallas que rudamente cercamos a nuestro alrededor, y ver las desventuras de otros nos ha de motivar a valorar aún más todo cuanto tenemos, lujos que a fuerza de vivir con ellos se convierten en vulgares cotidianeidades carentes de valor.
Si dejamos de contemplar las menudencias que diariamente creemos son nuestra "pesada cruz" y alzamos la vista un poco más allá de nuestros propios horizontes, encontraremos entre la multitud muchos seres que al igual que ese mítico extraterrestre desean volver a casa o encontrar por fin algo parecido a un hogar que les proporcionen asilo, les den cobijo, les hagan gustar de un patrimonio del que no debería estar privado nadie.
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