Bailemos un vals
He oído repetidas veces en los medios de comunicación; sobre todo en radio, hablar de la ley de dependencia, una ley que ayudará a todas esas personas que se dedican al cuidado de discapacitados y mayores.
12 DE OCTUBRE DE 2006 · 22:00

Dicha ley garantiza prestaciones tanto económicas como de servicios a quienes tienen a su cargo a una persona que por causa de la edad o por enfermedad no puede valerse por sí misma.
Cuando pienso en la labor que realizan esos anónimos cuidadores/as me sobrecoge el sentimiento de abnegación que profesan, esa forma altruista de ayudar sin ser ayudados, hallándose, muy a menudo ,solos ante una problemática que demanda un desmedido esfuerzo.
Todos conocemos a alguien que en la actualidad dedica casi todo su tiempo a ayudar a otros y que obligatoriamente ha de suplir las necesidades más básicas de un pariente o amigo que ha perdido su vigor.
He oído algunos testimonios que hablaban de forma emotiva como se sucedía una jornada junto a estos enfermos. Me llamó mucho la atención las palabras de un señor que expresaba que aunque su esposa enferma de Alzheimer había dejado de recordar las cosas más simples, cada día la obligaba a bailar una vals y durante ese tiempo él comprobaba como sonreía, pues al ritmo de la música ella parecía feliz, meciéndose en sus brazos y haciendo que ese vals diluyera la tristeza para enmarcar el presente con bordes coloristas de un cuadro muy distinto.
Para quienes a diario han de cuidar y velar por la vida de enfermos no hay mucho tiempo para recurrir a bailes, pero sí existen momentos en los que de forma mágica a través de unas palabras, de un sonido, de un roce, unos dedos acarician la desmemoria, el dolor, la tristeza y el enfermo parece recobrar por unos segundos las ganas de vivir.
Hoy quiero enaltecer el trabajo de aquellos que silenciosamente ejercen una labor tan humana. Aquellos que sin ser vistos prenden cada día la llama de una vida que se extingue y que necesariamente requiere de ese avivamiento.
Cuidadores sumisos que también precisan que se les ayuden, que se les conceda la oportunidad de descargar su pesado fardo de obligaciones en otros hombros y así recobrar las fuerzas que se pierden en el camino.
Para ellos mi más sincero agradecimiento por esa entrega tan abnegada, por esas manos tan prestas, por esa calidez en el corazón que redunda en hechos dadivosos, actos que mejoran la vida de aquellos que tanta generosidad merecen.
Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Íntimo - Bailemos un vals
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