El aroma del alma
Cuando nada más subsiste del pasado, después que la gente ha muerto, después que las cosas se han roto y desparramado...el perfume y el sabor de las cosas permanecen en equilibrio mucho tiempo, como almas...resistiendo tenazmente, en pequeñas y casi impalpables gotas de su esencia, el inmenso edificio de la memoria" (Marcel Proust)
15 DE JUNIO DE 2006 · 22:00

Olores. Mezcla de un sin fin de fragancias que agazapadas bajo el manto de la memoria aparecen sorteando los obstáculos del olvido.
Esencias. Ataviadas de ayer visitan el ahora y lo rocían todo con las gotas siempre frescas de inusitados aromas.
Cierro los ojos y veo a María quebrando un frasco de alabastro y esparciendo su aceite sobre Jesús. El grato olor impregna toda la casa, extendiéndose por cada rincón de aquella estancia.
Cierro los ojos y huelo con la imaginación el perfume vertido, la fragancia derramada, que a modo de ofrenda, colorea de matices aromáticos una escena en la vida del Maestro.
El olor que proporciona este pasaje me hace pensar en ese otro olor que he de expandir como hija de Dios. Un aroma, que a diferencia de otros, ha de impactar por su sencillez, por su frescura, contrastando con los que existen, con esas fragancias que prendidas en el aire nos embotan las fosas nasales con su pesadez y empalagamiento.
El aroma que he de propagar ha de seducir por su llaneza y originalidad, un perfume que imitando a la radiante primavera envuelva los rancios olores y los trastoque en fragancias nuevas.
Quiero mitigar con mi esencia la ingrata sensación que deja lo superficial, aquello que camufla el mal olor con una dulzona y efímera fragancia.
Derramarme cual sencilla flor portadora de un perdurable aroma, para que cuando todos mis días sean consumados, pueda ser recordada con ápices nostálgicos, evocada cual María que derramó un perfume embriagador sobre un mundo saturado de olores nada agradables.
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