Virtudes y retos que plantea la decisión de La Haya sobre Myanmar

El Tribunal de Justicia Internacional de la ONU ha dictado medidas cautelares para proteger a la minoría rohinyá. 

31 DE ENERO DE 2020 · 16:45

Una de las sesiones del proceso de Gambia contra Myanmar por la acusación de genocidio contra la minoría rohinyá en el Tribunal de Justicia Internacional de La Haya. / Twitter @CIJ_ICJ,
Una de las sesiones del proceso de Gambia contra Myanmar por la acusación de genocidio contra la minoría rohinyá en el Tribunal de Justicia Internacional de La Haya. / Twitter @CIJ_ICJ

Myanmar deberá “evitar la muerte de miembros de la comunidad rohinyá en su territorio”, además de proteger su integridad física y mental y sus propiedades, “asegurarse de que el ejército o fuerzas paramilitares no conspiran ni intentan o cometen genocidio” contra este colectivo, “y presentar dentro de cuatro meses un informe que muestre la aplicación de las medidas”. 

Se trata del dictamen inicial emitido por el Tribunal de Justicia Internacional de Naciones Unidas en la causa que Gambia ha comenzado acusando al país asiático de haber cometido genocidio contra su minoría musulmana. La decisión sacude la esfera política internacional, ya que señala la gestión del gobierno de Aung San Suu Kyi, premio Nobel de la Paz en 1991 y actual consejera de Estado en Myanmar. De hecho, Suu Kyi ha negado las acusaciones de genocidio y ha asegurado que se trata de “un conflicto interno armado desencadenado por ataques terroristas contra puestos de policía”.

Se hace necesario matizar la definición del término ‘genocidio’ para ver hasta qué punto se añade también la condición religiosa.

Pero la dimensión política de la situación no es la única. La libertad religiosa y el carácter étnico del conflicto enfatizan la relevancia del caso. Lo pone de manifiesto el ministro de Justicia gambiano, Abubacarr Tambadou, que ha manifestado que “todo lo que Gambia pide es que le digáis a Birmania que cese estos asesinatos sin sentido”. Tras estas palabras se ve reflejada la realidad del pequeño país de África Occidental, cuya gran mayoría de población se declara musulmana (88% según Joshua Project), frente al radicalismo budista birmano orquestado por Ashin Wirathu y otros monjes destacados, en un Estado donde el budismo es la religión de más del 71% de la población.

Considerando que “los rohinyá cumplen los requisitos de las minorías consideradas protegidas por la Convención”, y que “están desprotegidos en Myanmar y corren un peligro real e inminente de ser víctimas de un genocidio”, el tribunal de La Haya ha fijado el 23 de julio de este año y el 25 de enero de 2021 para la presentación de una memoria de la acusación por parte de Gambia y una respuesta por parte de Myanmar, respectivamente. Una decisión que podría sentar un precedente histórico para otras situaciones étnico-religiosas en el mundo.

El ministro de Justicia de Gambia, Abubacarr Tambadou, responsable de iniciar la causa. / Twitter @CIJ_ICJ

El ministro de Justicia de Gambia, Abubacarr Tambadou, responsable de iniciar la causa. / Twitter @CIJ_ICJ

Un filón para los cristianos perseguidos

Si bien, el caso de lo rohinyá ha generado más de 700.000 desplazados a Bangladesh, está lejos de ser el único escenario actual de intolerancia religiosa. De hecho, en su último informe sobre los cristianos perseguidos, la organización Puertas Abiertas asegura que 260 millones de personas en todo el mundo son objeto constante de hostilidades y violencias por causa de su fe cristiana, hasta el punto de que solo en 2019 se registraron 2.983 asesinatos y 9.488 ataques a iglesias.

Aunque Naciones Unidas celebró por primera vez el Día Internacional de Conmemoración de las Víctimas de Actos de Violencia Basados en la Religión y las Creencias el pasado mes de agosto, la situación de los cristianos en países como Corea del Norte, Afganistán, Somalia o la misma Myanmar (número 19 en la Lista Mundial de Persecución) no ha trascendido de simples declaraciones oficiales. El caso de Gambia contra Myanmar por la hostigación de la minoría musulmana en el país puede sentar un precedente para que otros países lleven también ante el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya la persecución que diferentes minorías cristianas sufren en distintos países. 

La consejera de Estado de Myanmar, Aung San Suu Kyi, en su comparecencia en La Haya el pasado mes de diciembre. / Twitter @CIJ_ICJ

La consejera de Estado de Myanmar, Aung San Sus Kyi, en su comparecencia en La Haya el pasado mes de diciembre. / Twitter @CIJ_ICJ

El riesgo de caer en el etnicismo

Sin embargo, la conclusión del Tribunal Internacional de Justicia de La Haya se plantea desde un punto de vista etnicista, aludiendo al conflicto rohinyá desde una motiviación de discriminación racista y con escasas menciones a la idiosincrasia religiosa de esta parte de la población birmana, a pesar de que algunos líderes budistas, como Wirathu, hablan de querer “evitar que los musulmanes controlen el país”. El riesgo que presupone este argumento es el de olvidar casos claros de discriminación religiosa en los que no necesariamente tiene que haber un componente xenófobo, como sucede en la mayoría de contextos en los que los cristianos son perseguidos. 

En este sentido, se hace necesario matizar la definición del término ‘genocidio’ que está utilizando el tribunal durante todo el proceso, para observar hasta qué punto se añade también la condición religiosa de un colectivo como motivación de hostilidades y violencias. Cabe ver si el desarrollo del proceso judicial que está en marcha genera una respuesta en otros países que, al igual que ha hecho Gambia, se movilicen por protección garantizada de la libertad religiosa en todo el mundo. 

Un conflicto de la época colonial
Independiente del Reino Unido desde 1948, Myanmar ha vivido gran parte de su historia contemporánea bajo un régimen dictatorial militar que alcanzó el poder en 1962 y lo mantuvo hasta 2011. A pesar de la formación de un gobierno sólido en 2016, con la elección de Suu Kyi, el ejército continúa reteniendo mucho poder e influencia en el país.

Los rohinyá son descendientes de colonos bangladesies que se establecieron en el Estado de Rakáin durante el siglo XIX. En los últimos años se han intensificado los enfrentamientos entre el ejército y el grupo insurgente Ejército de Slavación Rohinyá de Arakán, cuyo objetivo es crear un estado independiente.

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