Calvino y “la noche decisiva”

Juan Calvino había comprendido que era Dios el que le salía al encuentro en aquella posada a las afueras de Ginebra

16 DE MARZO DE 2012 · 23:00

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Creo que todos hemos experimentado momentos en la vida que nos han marcado para siempre. Algunas decisiones llegan sin que las esperáramos, movidos por las circunstancias o la necesidad. Lo mejor que nos puede pasar es lo que le sucedió a Juan Calvino, que a pesar de no sentirse capacitado, dio un paso al frente para asumir su responsabilidad. Guillermo Farel no conocía personalmente a Calvino, pero había escuchado tanto hablar de él a su amigo Du Tillet, que no dudó en pedirle ayuda. Juan Calvino siempre describía aquella noche con las expresivas palabras: “Dios me lanzó al juego”.Curiosa expresión en boca de un personaje dibujado siempre con tonos grises y severos. Juan Calvino había comprendido que era Dios el que le salía al encuentro en aquella posada a las afueras de Ginebra. Al principio Juan intentó resistirse, quería una vida cómoda y sencilla, escribiendo sus libros y evitando mezclarse en el lodazal de la política y la opinión pública. Yo mismo me he sentido muy identificado con él. Vivir en nuestra cueva criticando todo, es más sencillo que enfrentarnos a la opinión de los que siempre verán lo que haces mal o lo que no has logrado hacer. Juan se negó en un principio a seguir a Farel, pero éste contestó con unas palabras inquietantes: “Si os negáis a dedicaros con nosotros al trabajo… Dios os castigará”. El joven francés se quedó mudo de espanto, aquella parecía una advertencia profética. Farel le dijo que estaba mal que se retirara del mundo, cuando tantos necesitaban sus servicios. Esta escena la he visto en muchos amigos escritores e intelectuales. Persona muy capaces, que un momento de sus vidas se retiran para seguir aprendiendo, pero negándose a ayudar a un mundo protestante al que critican. Todos nosotros somos en parte culpables, por admirar más la palabra fácil o el cantante de moda, que a los hombres que pueden cambiar la mente y el corazón de este mundo. Calvino se rindió a las peticiones de Farel, le pidió que le dejara volver a Basilia a por sus pertenencias y el 1 de septiembre de 1536 regresó a Ginebra para convertirse en uno de los hombres más importantes de la historia del protestantismo.

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