Humanismo, reforma y traducción: medio milenio del Nuevo Testamento de Lutero (II)

Lutero se fue convenciendo de la gran necesidad de hacer llegar el texto bíblico a sus contemporáneos y compatriotas en un idioma accesible y familiar.

07 DE OCTUBRE DE 2022 · 08:26

Portada del Nuevo Testamento de Lutero, de 1522.,
Portada del Nuevo Testamento de Lutero, de 1522.

…debemos sostener enfáticamente que, así como el Antiguo Testamento es un libro en el cual están escritas las leyes y mandamientos de Dios y además la historia de los que han observado las leyes y los que no las han observado, así el Nuevo Testamento es un libro en que están escritos el evangelio y las promesas de Dios, además de la historia de los que los creen y los que no las creen. Por lo tanto, debemos tener la seguridad de que hay un solo evangelio, como también un solo libro del Nuevo Testamento y una sola fe y solamente un Dios que hace la promesa.[1]

M. L.

Lutero ante la Biblia: el prefacio al Nuevo Testamento

Según refiere Thomas Kaufmann, Lutero vio por primera vez una Biblia completa en la Universidad de Erfurt siendo estudiante, lo que lo llevó a apasionarse por ella con una intensidad poco común, lo que lo condujo a aplicarse en el conocimiento de los idiomas bíblicos, pero sobre todo en el contenido de los libros, especialmente en sus años de profesor: “Con fluidez en latín como monje y sacerdote en el monasterio de los ermitaños agustinos en Erfurt, comenzó a estudiar hebreo en 1506, basado en la gramática hebrea y el diccionario del humanista alemán Johannes Reuchlin (1455-1522). Probó sus habilidades lingüísticas en sus conferencias sobre sus dos partes favoritas del Antiguo Testamento, el Salterio y el Pentateuco. En 1518, Felipe Melanchton [sobrino de Reuchlin], uno de los mejores conocedores jóvenes del griego, se unió a la facultad de Wittenberg y asistió a Lutero en el estudio del Nuevo Testamento”[2]. Pero traducir la Biblia, toda o en partes, fue una cosa mucho mayor hacia la que Lutero se aproximó paulatinamente según evolucionó su pensamiento como reformador. Por ello la pregunta de García-Villoslada es sumamente procedente: “¿Desde cuándo abrigaba en su corazón la idea de ofrecer al pueblo alemán el nutrimiento espiritual de la palabra de Dios en su propio idioma? Quizá desde que empezó a traducir fragmentos del texto bíblico en sus lecciones universitarias. Se confirmó luego en su propósito al persuadirse que la traducción de la sagrada Escritura sería el mejor vehículo para divulgar su nueva teología”.[3]

En efecto, a medida que se esbozaban con mayor claridad las coordenadas de su pensamiento teológico, Lutero se fue convenciendo de la gran necesidad de hacer llegar el texto bíblico a sus contemporáneos y compatriotas en un idioma accesible y familiar, lo uno por lo otro. Formalmente, el impulso definitivo para traducir primero el Nuevo Testamento surgió de una visita, desde su aislamiento en Wartburg, a Wittenberg a comienzos de diciembre de 1521 en la que Melanchton le insistió en que debía llevar a cabo esa labor por dos razones: primero, “porque las traducciones parciales alemanas en circulación amenazaban con desgajar al Nuevo Testamento y, ante todo, porque relegaban a un segundo plano las epístolas de Pablo”[4]. El segundo argumento de Melanchton fue que “a partir del verano de 1521, en el marco de la irrupción del movimiento de Wittenberg, se había visto confrontado de forma masiva con el nuevo fenómeno del profetismo laico”, representado por los llamados “profetas de Zickau” y otros grupos religiosos[5].

La conclusión de Kaufmann sobre la voluntad de tomar en cuenta estas dos razones es digna de mencionarse: “Al concentrarse en la palabra exterior de la sagrada Escritura (verbum externum), ahora también comprensible para los letrados […], Lutero había elegido una opción contraria al espiritualismo reformador radical y, con ello, al mismo tiempo, contraria al principio tradicional jerárquico de la iglesia pontificia”[6]. Aun cuando apareció sin el nombre de su autor, el Nuevo Testamento en alemán está precedido por un breve prefacio en el que Lutero ubica muy bien su trabajo y lo desmarca de las tendencias existentes. Él mismo explica por qué no apareció su nombre al frente de la obra (titulada escuetamente: Das neue Tyestament Deutsch) y, también, la necesidad del prefacio:

Sería justo y apropiado que este libro se publicase sin prefacio v nombre ajeno alguno y sólo llevase su propio nombre y que hablase por sí mismo. Mas ya que, por interpretaciones y prefacios fantásticos, se ha confundido la mente de los cristianos de tal modo que casi ya no se sabe lo que significa evangelio o ley, Nuevo o Antiguo Testamento, se hace necesario poner una indicación o prefacio para librar al hombre sencillo de su anterior error, conducirlo al camino recto y enseñarle qué puede esperar de este libro, a fin de que no busque mandamientos y leyes donde debe buscar el evangelio y promesa de Dios.[7]

Prosigue argumentando con elocuencia acerca del significado de la palabra “Evangelio”, así como sobre su trascendencia en el proyecto de salvación de Dios: “Este evangelio de Dios y Nuevo Testamento es una buena nueva y noticia, difundida por los apóstoles en todo el mundo, acerca de un verdadero David que luchó contra el pecado, la muerte y el diablo y los venció, por lo cual todos los que estaban cautivos de los pecados, torturados por la muerte y subyugados por el diablo fueron redimidos por él, sin méritos propios, justificados, vivificados y salvados, y con ello puestos en una relación de paz y reconciliación con Dios”[8]. Agrega, además, que el Nuevo Testamento permite a toda persona que se acerque a él obtener el consuelo de “este mensaje precioso y consolador de Cristo” y que se podrá gozar y alegrar “en lo más profundo de su corazón, si cree que es verdad”. Más adelante agrega algunas referencias tomadas del Antiguo Testamento (Gn 22; Jn 11; 2 Sam 17; Miq 5; 1 Tim 1) para demostrar sus dichos y corroborar así la proyección de la intención divina por salvar a la humanidad.

Finalmente, hace un balance sobre la importancia de las obras y la predicación de Cristo, para indicar la superioridad absoluta de ésta. Y concluye con un polémico resumen sobre la validez de ciertos textos y sus alcances para la lectura de fe:

En resumen, el Evangelio de San Juan y su Primera Epístola, las epístolas de San Pablo, principalmente las que escribió a los romanos, a los gálatas y a los efesios, y la primera de San Pedro, son los libros que te muestran a Cristo y te enseñan todo lo que te es necesario y saludable saber, aun cuando no veas u oigas ningún otro libro ni doctrina alguna. Por esa razón, la epístola de Santiago es en comparación con ellas, una epístola sosa, porque no tiene nada de índole evangélica. Pero de esto hablaré en otros prefacios.[9]

Sobre la capacidad y creatividad de Lutero como traductor bíblico, Heinz Bluhm escribió unas palabras memorables: “[…] fue lo suficientemente audaz y aventurero como para insertar una palabra cuando el espíritu de un pasaje lo requería […] siempre y cuando no transgrediera su significado esencial. Lejos de transgredir, a veces Lutero por su propia audacia extrajo su significado, liberó un significado implícito. Era como si él […] leyera la mente y la intención del escritor original”[10]. Por otro lado, estaba muy consciente de la diversidad dialectal de Alemania y de sus consecuencias: “[...] Que las personas en treinta millas no puedan entenderse entre sí”, mientras que su deseo era que todos en Alemania, plebeyos y señores, le entendieran; para conseguirlo utilizó deliberadamente un lenguaje suprarregional”[11].

Humanismo, reforma y traducción: medio milenio del Nuevo Testamento de Lutero (II)

Escultura de Lutero en Coburgo.

Lingüística y teología: la Misiva sobre el arte de traducir (1530)

Ocho años después de la publicación de su traducción, Lutero dio a conocer este documento (Sendbrief vom Dolmetschen), en el que responde, puntual e incisivamente, a las críticas de las que fue objeto, especialmente por su decisión de agregar una palabra clave que manifiesta la definición de su teología en su lectura e interpretación de la carta de Pablo a los Romanos (especialmente 3.28): “el hombre es justificado por la fe sola”. La carta en sí era un aperitivo para un eventual documento más amplio sobre el tema que, lamentablemente, no apareció. Las observaciones de García-Villoslada son equilibradas, aun cuando no oculta su crítica:

Lutero intenta traducir la Biblia germanizándola (verdeutschen, que es algo más que “traducir al alemán”); quiere traducirla con exactitud, sin que la propia lengua alemana pierda sus matices típicos. Esto le obliga a no traducir literalmente muchísimas frases y a darles giros diferentes de los originales. Todo es permitido y aun quizá digno de alabanza. Pero el traductor corre el peligro de dar a la palabra de Dios un tono demasiado subjetivista, sobre todo cuando, con el fin de germanizar la expresión, introduce palabras que no están en el texto original; palabras que él juzga simplemente explicativas o complementarias, pero que en realidad modifican el concepto a veces sustancialmente.[12]

Según el especialista mexicano Herón Pérez Martínez, este documento: “Es uno de los documentos más importantes para la historia occidental de la teoría de la traducción junto con la matriz teórica tradicional que se hace arrancar de Cicerón sobre la traducción donde se enfrentan dos maneras de traducir: la traducción literal y la traducción según el sentido del texto”[13]. La carta en fue enviada por Lutero el 12 de septiembre de 1530 a su amigo Wenceslao Link, predicador en Nürnberg, quien la mandó a imprimir con un prólogo suyo, fechado el 15 de septiembre de 1530. Entre otras cosas, dice allí: “Mucho se ha hablado a últimas fechas sobre la traducción del Antiguo y Nuevo Testamento: los enemigos de la verdad, en concreto, pretenden hacer ver que el texto ha sido alterado e incluso falseado en muchos pasajes; ello ha causado temor a los muchos cristianos sencillos que no conocen el hebreo y el griego”. La carta serviría, por tanto, para atenuar “la blasfemia de los impíos y hacer desaparecer los escrúpulos de las personas piadosas”.[14]

Nacida en la fortaleza de Coburgo, adonde Lutero estaba guarecido para su seguridad, mientras los teólogos católicos y luteranos trataban de llegar a un acuerdo en Augsburgo, en circunstancias parecidas a las de 1521, esta carta afronta aspectos sustanciales para la traducción, la exégesis y la historia misma del luteranismo”. De modo que estamos ante un documento fundamental de relevancia lingüística y teológica. La ocasión fue la prohibición del duque Jorge de Sajonia (1471-1539), enemigo acérrimo del reformador, para que circulase la nueva traducción del Nuevo Testamento. El tercer personaje en discordia fue su viejo rival Jerónimo Emser (1478-1527), quien la analizó y supuestamente halló centenares de inexactitudes (unas 1400, aproximadamente); a su vez, hizo su propia versión, en la que sigue en varios aspectos la de Lutero.

Casi todo el escrito está dedicado a defender la exactitud de la traducción de Romanos 3.28, en la que Lutero, a fin de reafirmar su tesis sobre la justificación por la fe, introdujo el adverbio “solo”, a despecho del original. “Entre ironías, razones lingüísticas y su habitual sarcasmo, no acaba de convencer su agradable y a veces violenta argumentación. Pero deja entrever la idea que tiene sobre las cualidades que deben adornar a las traducciones y a los traductores y el sentido cercano y popular que daba a su alemán, que precisamente se estaba forjando a base de estas empresas traductoras”[15]. Emser “admitió satíricamente que Lutero había traducido con más encanto y con tonos más dulces que algunos de sus predecesores. Pero esto solo hizo que su trabajo fuera más peligroso. Los prefacios y las notas marginales de Lutero se convirtieron en los principales objetivos del ataque de Emser porque mostraban cómo Lutero interpretaba los textos sin considerar la autoridad incuestionable de las doctrinas eclesiásticas basadas en la Vulgata latina”[16]. La cita en latín de Rom 3.28 sigue la edición erasmiana de 1516: arbitramur hominem iustificari ex fide absque operibus[17].

De forma impresionante y didáctica, destaca Pérez Martínez, Lutero expone y funda la doctrina de la justificación por la fe con razones tanto lingüísticas como hermenéutico-teológicas. Un primer criterio enfatiza que, “para traducir, no basta saber bien ambas lenguas implicadas en el proceso, [sino que] hay que conocer el tema o asunto que trata el texto”[18]. El ejemplo citado por él confirma la perspectiva literaria y cultural que manejó óptimamente el reformador acerca del “genio de la lengua”, como segundo criterio:

Al traducir, me propuse hacerlo en un alemán puro y claro [...] Es cierto, no están físicamente esas cuatro letras, sola [...] No ven que a pesar de todo el sentido del texto va hacia allá. Hay que ponerlas si se quiere traducir a un alemán pleno y vigoroso. [...] En mi traducción me propuse hablar alemán y no latín o griego. [...] Pues bien, es propio del genio de nuestra lengua [alemana] emplear, al lado de las palabras nicht [no] o kein [nada de, ningún], la palabra allein cuando se está hablando de dos cosas de las cuales una es afirmativa y la otra negativa. [...] Si bien, en ese tipo de expresiones, no sucede lo mismo en las lenguas latina y griega, sí es característico del alemán insertar la palabra allein para que las palabras nicht o kein sean más plenas y claras. [Por tanto, quien quiera traducir bien debe preguntar a la lengua a la que traduce cómo se dicen las cosas. Quien quiera traducir bien al alemán, dice Lutero, debe] dirigirse al ama de casa, a los niños de la calle, al hombre común, debe verles el hocico para ver como hablan; y de acuerdo con ello hay que traducir. De esta manera entenderán y notarán que se les está hablando en alemán [...][19]

A eso se refiere también Gilmont, cuando afirma: “Las lenguas vernáculas estaban en plena evolución, y no resultaba nada cómodo expresar en esos idiomas ciertos conceptos pulimentados ya desde muy antiguo en las lenguas clásicas. Como proclamaba Olivétan al frente de su traducción de la Biblia, ‘hacer hablar a la elocuencia hebraica y griega el lenguaje francés’ equivalía a ‘enseñar al dulce ruiseñor a cantar el ronco canto del cuervo’”[20]. En esta concepción, recuerda Pérez Martínez, Lutero coincide con Fray Luis de León, otro de los grandes traductores bíblicos españoles. “Una traducción totalmente literal no transmitiría la forma en que la gente habla en casa y en el mercado. Luther confesó que él y sus compañeros de trabajo de Wittenberg tenían que sudar y trabajar duro como una cuadrilla de caminos tratando de remover rocas y terrones para despejar el camino. Pero encontraron la mejor traducción al escuchar la forma en que hablaba la gente ("mirándose la boca", auf das Maul sehen)”.[21]

Un tercer criterio consiste en saber reconocer que, “en el proceso de traducción hay unas cosas más importantes que otras. La más importante de todas es el sentido del texto. Lutero lo llama die Meinung des textes, lo que el texto quiere decir sin importar las palabras que para ello use”[22]. Lutero expone formalmente las razones teológicas profundas que tuvo para traducir Rom 3.28 como lo hizo:

…cuando yo puse la palabra allein en Rom 3.28, no me atuve solo, ni me encadené al genio de las lenguas; lo requerían y exigían con fuerza tanto el texto como el pensamiento del mismo san Pablo. Allí se trata en efecto del pasaje más importante de la doctrina cristiana; la doctrina, en efecto, de que somos justificados por la fe en Cristo sin ninguna obra de la ley. De esta manera distingue él de manera tan plena lo que son las obras, que llega hasta a decir que las obras de la ley —¡y eso que se trata de la ley y palabra de Dios!— no ayudan para la justificación. Pone como ejemplo el caso de Abraham que de tal manera fue justificado absolutamente sin el concurso de las obras de la ley, ni siquiera la circuncisión, que, aunque la más excelsa de sus obras —entonces nueva pero que luego Dios mismo pediría colocándola por encima de todas las demás leyes y obras—, nada contribuyó a su justificación. Antes bien, sin la circuncisión y sin ninguna de las obras de la ley, Abraham fue justificado por la fe. De manera que san Pablo puede decir en Rom 4.2: “si Abraham fue justificado por sus obras, tiene de qué jactarse. Sí, pero ante Dios no hubo tal”. Si de manera tan absoluta se excluyen toda clase de obras, quiere decir que sólo la fe justifica. Y quienquiera hablar claramente y con palabras escuetas de esa exclusión de las obras, tiene que decir: “es solo [allein] la fe y no las obras la que nos hace justos”. A eso conducen tanto el asunto en sí mismo como las exigencias propias del alemán.[23]

En sus conclusiones, Lutero articula los dos tipos de argumentos y puntualiza: “Por tanto, el fundamento de la realidad en sí misma exige que se diga: ‘solo la fe justifica’; lo exige también el genio propio de nuestra lengua alemana, que enseña a expresarlo de esa manera. Tengo, además, el ejemplo de los santos padres y la experiencia de la gente que me mueven a ello; no sea que por quedarnos colgando de las obras, perdamos la fe y perdamos a Cristo, especialmente en estos tiempos cuya costumbre por las obras es vieja y muy difícil, por ende, de desarraigar. Así, pues, no sólo es correcto sino que es altamente necesario que se diga con toda claridad y sin reticencias que ‘la justificación viene por la fe independientemente de las obras’”[24].

Evidentemente, como bien señala Pena-Búa, “el debate sobre la traducción queda subordinado al tema teológico”[25], pero aun así la fuerza con que consiguió transmitir sus ideas sobre la traducción ha llegado hasta nosotros provista de una frescura y un rigor dignos de los mejores esfuerzos humanísticos de su época. Esta autora agrega: “…el artículo de la justificación es aquel por el cual la Iglesia se sostiene o cae, es el núcleo de la fe luterana y el hilo conductor para la comprensión de la unidad de la Biblia. […] Ciertamente, en este sentido, tiene Lutero a la tradición de su parte. Algunos ejemplos: Agustín afirma en la Exposición de algunos textos de la Carta a los Romanos: ‘Por la Ley vino la conciencia del pecado. No se trata aquí de la remisión del pecado, puesto que este solo se elimina por la sola gracia’”[26].

Humanismo, reforma y traducción: medio milenio del Nuevo Testamento de Lutero (II)

Fortaleza de Coburgo.

Lutero se instaló, con su traducción bíblica, en la vanguardia de los intentos por hacer llegar a un mayor número de personas, y de manera sumamente inteligible y cercana, el contenido de los textos apostólicos (y más tarde, de toda la Biblia) para contribuir, con ello, a superar el elitismo cultural y las restricciones que impedían que el grueso de la población conociera los textos sagrados, tan importantes en esa etapa histórica. Gritsch sintetizó muy bien la trascendencia de esta labor literaria, exegética y cultural, al subrayar sus inmensas resonancias teológicas, válidas hasta la actualidad:

Lutero claramente tradujo la Biblia desde el punto de vista de lo que él y otros en la tradición cristiana veían como su centro: el evento de Cristo, prefigurado en el Antiguo Testamento y atestiguado en el Nuevo Testamento como un acontecimiento real. En consecuencia, su Biblia alemana era una “Sagrada Escritura” integral en lugar de una colección de escritos con el mismo valor por derecho propio. Pero Lutero se diferenciaba de otros traductores como Jerónimo en que deseaba traducir el significado central, así como los detalles literarios, en un idioma que se usara en el hogar y en el mercado.[27]

Todo ello justifica la opinión de Lutero, sin la menor pizca de modestia, sobre los resultados de su empeño y dedicación: “Las Escrituras son un vasto bosque, pero no hay árbol en él que yo no haya sacudido con mi mano... Esta Biblia alemana (esto no es un elogio para mí, pero la obra se alaba a sí misma) es tan buena y preciosa que es mejor que todas las demás versiones, griegas y latinas, y se puede encontrar más en ella que en todos los comentarios”[28].

 

Notas

[1] M. Lutero, “Prefacio al Nuevo Testamento” (1522), en Obras completas de Martín Lutero. Vol.6. Buenos Aires, Ediciones La Aurora, 1979. Ver aquí.

[2] Eric W. Gritsch, “Luther as Bible translator”, en Donald K. McKim, ed., The Cambridge Companion to Martin Luther. Universidad de Cambridge, 2003, p. 63. Versión propia.

[3] R. García-Villoslada, Martín Lutero. II. En lucha contra Roma. 2ª ed. Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1976, p. 32.

[4] T. Kaufmann, Martín Lutero: vida, mundo, palabra. Madrid, Trotta, 2017, p. 68.

[5] Ibid., pp. 68-69.

[6] Ibid., p. 69.

[7] M. Lutero, “Prefacio al Nuevo Testamento”, op. cit.

[8] Ídem.

[9] Ibid, pp. 3-4.

[10] H. Bluhm, Martin Luther: Creative translator. Saint Louis, Concordia, 1965, p. 58. Cit. por Pilar Pena-Búa, “Martín Lutero: Carta sobre el arte de traducir (1530). Sobre la traducción, la hermenéutica bíblica y la opción dogmática de la Reforma”, en Teología y Vida, 62/3, 2021, p. 326. Ver aquí.

[11] D. Martin Luthers Werke (Kritische Gesamtausgabe, Weimarer Ausgabe: Tischreden 5, Weimar 1919), 6146, 2758, cit. por P. Pena-Búa, p. 350.

[12] R. García-Villoslada, op. cit., p. 34. Énfasis agregado.

[13] H. Pérez Martínez, “Misiva de Martín Lutero sobre el arte de traducir”, en Relaciones, El Colegio de Michoacán, México, núm. 138, primavera de 2014, p. 153Recogida en L. Cervantes-O., ed., Antología de Martín Lutero. Legado y trascendencia. Barcelona, CLIE, 2019, pp. 305-326.

[14] Ibid., p. 154.

[15] Teófanes Egido, en M. Lutero, Obras. 4ª ed. Salamanca, Ediciones Sígueme, 2006 (El peso de los días, 1), p. 206.

[16] E.W. Gritsch, op. cit., p. 66.

[17] P. Pena-Búa, op. cit., p. 336.

[18] H. Pérez Martínez, op. cit., p. 159.

[19] Ídem. En el texto de la Misiva, pp. 168, 169, 170.

[20] J.-F. Gilmont, “Reformas protestantes y lectura”, en Guglielmo Cavallo y Roger Chartier, dirs., Historia de la lectura en el mundo occidental. Madrid, Taurus, 2001, p. 383

[21] E.W. Gritsch, op. cit., p. 67.

[22] H. Pérez Martínez, op. cit., p. 160. Énfasis agregado.

[23] Ibid., p. 175.

[24] Ibid., pp. 177-178.

[25] P. Pena-Búa, op. cit., p. 332.

[26] Ibid., p. 338. Énfasis agregado.

[27] E.W. Gritsch, op. cit., p. 70.

[28] M. Lutero, Charlas de sobremesa, núm. 674, cit. por E.W. Gritsch, op cit., p. 72.

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