“Representaciones de los mártires protestantes en México: discursos e imágenes de la memoria”, de Carlos E. Torres Monroy (II)

Poemas e himnos exaltaron después la muerte de estos hombres, destacando de manera grandilocuente su testimonio como creyentes heterodoxos.

11 DE MARZO DE 2022 · 10:28

Retrato de Epigmenio Monroy.,
Retrato de Epigmenio Monroy.

A diferencia del catolicismo, que construye santos a partir de discursos hagiográficos, el discurso hacia el mártir protestante no se sustenta en milagros o reliquias que permitan crear un vínculo entre el personaje y su papel de intercesor ante la divinidad. No obstante, ambos discursos tratan de contribuir a la creación de la memoria colectiva, al documentar un acontecimiento de tal forma que retrate la muerte de la víctima como la culminación de una causa por la que vale perder la vida.[1]

Carlos E. Torres Monroy

 

Epigmenio Monroy, predicador asesinado el 8 de abril de 1881, fue calificado como “El protomártir del metodismo en México”, en un artículo publicado el 1 de marzo del año siguiente en El Abogado Cristiano Ilustrado, firmado por Emilio Fuentes y Betancourt. El texto en cuestión celebra a este personaje en un tono muy exaltado, tal como lo cita Carlos E. Torres Monroy en su ensayo:

¡Gloria, sí, al mártir invicto; honor al esforzado atleta que termina su carrera peleando las sacrosantas e incruentas batallas de la fe; víctor perdurable al capitán valeroso que, sin abandonar su puesto, sucumbe a causa de los tiros contra él asestados por la más infame de las villanías, sin que sus ensangrentadas manos abandonen jamás el estandarte que tremolan y por el cual se sacrifica generoso! ¡Bienaventurado el justo que muere con la vista fija en las moradas celestes y la sonrisa del perdón en sus labios, bendiciendo a sus inhumanos verdugos, a sus bárbaros enemigos! ¡¡Hosanna al apóstol del Señor!! ¡¡Hosanna en las alturas!!...[2]

Según este autor, el calificativo de “protomártir” encumbró a Monroy en la historia naciente de esta denominación evangélica, motivo por el cual la Iglesia Metodista Episcopal se vio en la necesidad de realizar un retrato suyo, “lo cual sugiere que los misioneros extranjeros no hicieron un registro pictórico de sus primeros líderes locales” (p. 56). Además, agrega, “el apuro de un grupo protestante en acudir a un recurso pictográfico, con el fin de proyectar a un individuo, no sólo se explica por la necesidad de promover dicho acontecimiento” sino que, siguiendo en esta idea al historiador italiano Carlo Ginzburg, “esta imagen es una representación ‘de la realidad representada, de modo que evoca su ausencia’ y a la vez ‘hace visible la realidad representada y por ello sugiere su presencia’” (Ídem), aun cuando esa ausencia se manifiesta en el hecho de que no existen textos de su autoría, ni otros datos sobre él.

Lo anterior no impidió que fuera invocado en diversas conmemoraciones de dicha iglesia, como en la celebración de sus 25 años y, posteriormente, en las bodas de oro y de diamante. De ese modo, se utilizó su figura “para representar la realidad que implicaba ejercer como predicador en México”. En 1888, sus restos fueron exhumados y trasladados a la escuela que el predicador fundó en la ciudad de Apizaco[3]. Con ello, se dio carácter de “reliquia” a sus restos, aunque se sabe bien que los evangélicos no veneran a las personas de este modo. Se trataba de proyectar “la ausencia de un individuo que, en opinión de Ernst Kantorowicz, retomado por Carlo Ginzburg, representa dos cuerpos, el ‘eterno’ del predicador en tanto figura institucionalizada por el metodismo y el ‘cuerpo efímero’ del predicador como sujeto” (p. 58). Posteriormente, el nombre de Epigmenio Monroy se usó para varias asociaciones metodistas, entre ellas la Sociedad de Socorros Mutuos o algunas agrupaciones juveniles. Torres Monroy se ocupa también del caso de Luis Gonzaga, converso laico asesinado en 1871.

Los otros casos abordados son los de los presbiterianos Abraham Gómez y Nicanor Gómez, asesinados el 7 de agosto de 1887 y en octubre de 1884, en Ahuacatitlán, Guerrero, y en Capulhuac, Estado de México, respectivamente. Como en el caso de Monroy, los presbiterianos se interesaron en preservar la memoria de sus mártires, tanto así que en 1889 se reunieron varios predicadores para acordar la erección de un monumento en honor de los mártires de Ahuacatitlán. Buscaban reunir dinero en las congregaciones con el argumento de que dicho monumento haría “‘palpable la intolerancia católica romana, que en lugar de paz y amor, predica guerra y exterminio, y quizá Dios mueva a algunos que se arrepientan y crean en el Evangelio’, lo que haría del martirio un instrumento de conversión” (p. 62)[4]. No hay noticia de que el proyecto se concretase, aun cuando se desarrollaron otros similares.

El texto de El Faro que consigna lo sucedido hace referencia a la terrible masacre de evangélicos acaecida el 17 de enero de 1875 en el puerto de Acapulco. Una parte del mismo reza como sigue: “Este monumento en Ahuacatitlán en comparación con los sucesos de Acapulco, manifestará que además de la justicia divina que vengará la sangre de los mártires, hay justicia en la tierra, que hay gobernantes celosos del cumplimiento de la ley, que no castigan al católico romano por sólo el hecho de serlo, aino que castigan al criminal asesino”.

El segundo caso fue documentado por El Abogado Cristiano Ilustrado y no por El Faro. Nicanor Gómez fue atacado cuando trataba de escapar de una muchedumbre liderada por el alcalde de Almoloya del Río y por el sacerdote Isidro García. También se intentó honrar su memoria con un monumento, pero el nuevo proyecto tampoco se consumó. El libro conmemorativo de las bodas de diamante de la Iglesia Presbiteriana en México expone brevemente lo acontecido a Gómez y compara su muerte con la Noche de San Bartolomé, de agosto de 1572. Poemas e himnos exaltaron después la muerte de estos hombres, exaltando de manera grandilocuente su testimonio como creyentes heterodoxos, siempre asociando su testimonio al eventual crecimiento de la iglesia a la que pertenecieron. Ello se aprecia también en la biografía de Nicanor Gómez, Ahora sí soy su soldado, cuya segunda edición apareció en 1972, año del centenario de la presencia presbiteriana en el país. Otra obra que se extiende en el recuento de este crimen es Los que sembraron con lágrimas, de Apolonio C. Vázquez, publicada en 1985. En la actualidad, un seminario teológico de Toluca, capital del Estado de México, lleva el nombre de Nicanor F. Gómez.

 

Notas

[1] C.E. Torres Monroy, “Representaciones de los mártires protestantes en México: discursos e imágenes de la memoria”, en Marisol López Menéndez, coord., Los mártires y sus objetos. Aproximaciones histórico-etnográficas a la memoria de devociones martiriales en México. México, Universidad Iberoamericana, 2021, p. 53.

[2] Emilio Fuentes y Betancourt, “El protomártir del metodismo en México”, en El Abogado Cristiano Ilustrado, 1 de marzo de 1882, p. 92, Hemeroteca Nacional Digital de México, UNAM.

[3] Cf. S. Loza, “Oración pronunciada por su autor ante los restos del Sr. Epigmenio Monroy en el acto fúnebre que tuvo lugar al efecto, en el Panteón de Dolores de México, al inaugurarse el monumento a su memoria”, en El Abogado Cristiano Ilustrado, 15 de diciembre de 1888, pp. 190-191, Hemeroteca Nacional Digital de México.

[4] Plutarco Arellano, “A los pastores y miembros de las iglesias evangélicas”, en El Faro, 1 de julio de 1889, p. 100, Hemeroteca Nacional Digital de México.

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