Antonio Colinas, traductor de poesía italiana
Su diálogo con la poesía italiana ha sido ejemplar. Su antología Poetas italianos contemporáneos (1978) es una recopilación de traducciones que lo muestra con un pleno dominio de esa lengua y de sus autores fundamentales.
22 DE OCTUBRE DE 2021 · 16:55
La mirada del poeta debe ser globalizadora. Por ello, sus preocupaciones responden a las de la totalidad del ser. El poeta se plantea las grandes preguntas de siempre, para las que —con su nueva voz— hallará o no hallará respuestas. Este fin globalizador destruye el engañoso enfrentamiento —tan propio de nuestros días— entre clasicismo y vanguardismo. Lo clásico no niega la vanguardia, ni la vanguardia niega lo clásico. (Un poeta tan de vanguardia como Ezra Pound se nutre constantemente de fuentes clásicas y sin esta asimilación no comprenderíamos ni admitiríamos su validez.)[1]
Antonio Colinas
En octubre de 1986 tuvo lugar, en la Ciudad de México, el Primer Encuentro de Poetas del Mundo Latino, una extraordinaria reunión de escritores/as de todos los ámbitos de habla hispana, portuguesa y francesa que continuaría durante varios años. En esa primera oportunidad de escuchar a una gran diversidad de autores líricos estuvo presente el poeta español Antonio Colinas, con lo que fue posible escucharlo de viva voz y atestiguar la forma en que ha seguido desplegando su arte en una multitud de volúmenes. Recientemente fue homenajeado en Salamanca, en ocasión del XXIV Encuentro de Poetas Iberoamericanos, y ha aparecido también, bajo la consigna de uno de sus poemas emblemáticos: El ciego que ve, una gran antología de textos que incluye a 130 participantes de 20 países. La organización del evento y del libro corrió a cargo, entre otros, de Alfredo Pérez Alencart, escritor evangélico peruano-español, profesor de la Universidad de Salamanca, quien dedica este poema a Colinas:
Cual luciérnaga de piedra
Te tenemos capturada
desde la aurora hasta el crepúsculo
y, aun tanteando, sabemos de tu creación entera.
Nuestros ojos —a ti abotonados—
no desmayan en lo oscuro
ni naufragan en el espejismo pregonado
por aquellos que nunca te retienen.
Entonces cerramos los ojos para ver
el alma de esta ciudad
—cual luciérnaga de piedra—
desde cuyo centro hemos hecho visible
nuestro mundo.
Colinas, un autor bien conocido en México (existe una edición de su Poesía completa editada por el Fondo de Cultura Económica), ha publicado una larga cauda de poemarios, entre los que se pueden mencionar: Poemas de la tierra y la sangre (1969), Preludios a una noche total (1969), Truenos y flautas en un templo (1972), Sepulcro en Tarquinia (1975), Noche más allá de la noche (1983), La viña salvaje (1985) Jardín de Orfeo (1988), Los silencios de fuego (1992), Libro de la mansedumbre (1997), Amor que enciende más amor (1999), Junto al lago (2001), Tiempo y abismo (2002), El río de sombra. Poesía (1967-1980) (2004), Trilogía de la mansedumbre (2006), Desierto de la luz (2008), Catorce retratos de mujer (2011), La tumba negra (2011), Lumbres (2019) y En los prados sembrados de ojos (2020). Su Obra poética completa apareció en 2011. Ha traducido, además, la poesía y la prosa del romántico italiano Giacomo Leopardi. La Universidad Nacional Autónoma de México, en su colección Material de lectura, dio a conocer en 1987 una antología suya.
En prosa, su trabajo no ha sido menos extenso: Leopardi (1974), Viaje a los monasterios de España (1976), Vicente Aleixandre y su obra (1977), Orillas del Órbigo (1980), Larga carta a Francesca (1986), La llamada de los árboles (1988), La crida del arbres (1988), Hacia el infinito naufragio (Una biografía de Giacomo Leopardi) (1988), El sentido primero de la palabra poética (1989), Pere Alemany: la música de los signos (1989), Ibiza, La nave de piedra (1990), Un año en el sur (Para una educación estética) (1990), Tratado de armonía (1991), Mitología clásica (1994), Días en Petavonium (1994), El crujido de la luz (1999), Rafael Alberti en Ibiza. Seis semanas del verano de 1936 (1995), Escritores y pintores de Ibiza (1995), El Grand Tour (1995), Sobre la Vida Nueva (1996), Nuevo tratado de armonía (1999), Contrarios contra contrarios (El sentido de la llama sanjuanista) (2000), Los símbolos originarios del escritor (2001), Del pensamiento inspirado, vol.I y II (2001), Huellas (2003), Poética y poesía (2004), Los días en la isla (2004), La simiente enterrada. Un viaje a China (2005).
Por otro lado, su diálogo con la poesía italiana ha sido ejemplar: Poetas italianos contemporáneos (1978) es una recopilación de traducciones que lo muestra con un pleno dominio de esa lengua y de sus autores fundamentales. La nómina de la antología es, en verdad, impresionante, pues incluye a los poetas esenciales del siglo XX: Dino Campana, Eugenio Montale, Umberto Saba, Salvatore Quasimodo, Pier Paolo Pasolini, Vincenzo Cardarelli, Giuseppe Ungaretti, Cesare Pavese y Edoardo Sanguineti, nada menos que la crema y nata de uno de los ejercicios líricos más notables a nivel mundial, con dos premios Nobel (Quasimodo y Montale, en 1959 y 1975, respectivamente).
El prólogo (“Tradición, vanguardia y otros engaños en la búsqueda de una poética definitiva”) es una lección de rigor y de conocimiento de las obras seleccionadas, con juicios muy puntuales sobre la trayectoria de la poesía italiana del siglo en cuestión. Así se refiere a Montale, por ejemplo: “Montale ha justificado las grisáceas transparencias y las veladas nostalgias por una tierra irrecuperable diciendo que su lenguaje no es precisamente el de un ‘elegido’. En su poema ‘Per finire’ —una especie de brevísimo testamento literario— ya nos ha dejado entrever lo poco que le importa el juicio que sobre su obra tendrán sus posteri. Nadie duda que Montale no es un Leopardi, pero la esforzada construcción de su poética salva y justifica su nombre frente al posible olvido” (p. 17).
Concluimos con tres breves destellos obtenidos por su calidad como traductor de estos grandes poetas.
Florencia (Umberto Saba)
Para abrazar al poeta Montale
—generosa es su tristeza— estoy
en la ciudad que he amado. Es como
si cada piedra que pisa el pie fuese
mi corazón, mi mal
de un tiempo. Pero no lloro. Nace
—otra constelación— otra edad.
Tres jóvenes florentinas caminan (Dino Campana)
Ondulaba al paso virginal
Ondulaba la cabellera musical
en el esplendor del tibio sol
Eran tres vírgenes y una sola gracia
Ondulaba al paso virginal
ensortijada y negra la cabellera musical
Eran tres vírgenes y una gracia sola
Y seis piececitos en marcha militar.
Otra noche (Giuseppe Ungaretti)
En la oscuridad
con las manos
heladas
distingo
mi rostro
Me siento
abandonado en el infinito.
Notas
[1] A. Colinas, “Nota introductoria”, en Antonio Colinas. México, UNAM, 1987 (Material de lectura, poesía moderna, 119), p. 3.
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