Los grandes documentos de Lutero de 1520, a 500 años (4): La cautividad babilónica de la iglesia

Cuando Erasmo de Rotterdam leyó este opúsculo, refiere Roland Bainton en su clásica biografía de Lutero, exclamó: “La escisión es irreparable”.

25 DE SEPTIEMBRE DE 2020 · 08:50

Detalle de la portada de De captivitate babylonica.,
Detalle de la portada de De captivitate babylonica.

…con este artificio se ha procurado crear un semillero de implacable discordia, para que los clérigos y los sean más diferentes entre sí que el cielo y la tierra, lo cual es una ofensa inconcebible a la gracia bautismal y trae confusión a la comunidad evangélica. Pues de ahí proviene esa detestable tiranía de los clérigos con respecto a los laicos. Confían en la unción corporal, por la cual sus manos son consagradas, y después en la tonsura y la vestidura. No sólo creen ser más que los legos cristianos que son ungidos por el Espíritu Santo sino hasta los reputan por perros indignos de ser enumerados junto con ellos en la Iglesia. De aquí que se atrevan a mandar, exigir, amenazar, urgir y apremiar en todo sentido. En resumen: el sacramento del orden fue sigue siendo un ardid ingeniosísimo para consolidar todas las monstruosidades que se han cometido hasta el presente y que aún se cometen en la Iglesia. Aquí terminó la fraternidad cristiana; aquí los pastores se convierten en lobos; los siervos en tiranos; los eclesiásticos, en más que mundanos.[1]

M.L., La cautividad babilónica de la iglesia

 

Llamada a convertirse en una colección clásica, entre 1967 y 1976 se publicó en Buenos Aires, Argentina, una serie de 10 volúmenes de Obras de Martín Lutero, editada por Paidós. La Aurora y Publicaciones El Escudo la dieron a conocer nuevamente a partir de 1977 hasta 1983 y se volvió a publicar en 2017. En el primer volumen, preparado por la Facultad Luterana de Teología, cuyo rector era Béla Leskó, la traducción corrió a cargo de Carlos Witthaus, el prefacio es de Heinz Joachim Held y el estudio preliminar de Manfred Kurt Bahmann. Se incluyen 10 documentos, entre los cuales están los tres correspondientes a 1520. En el caso de La cautividad babilónica de la iglesia (De captivitate Babylonica ecclesiae; puede hojearse y descargarse un original aquí), la introducción es obra del profesor Rodolfo Obermüller, de larga trayectoria en el Instituto Superior Evangélico de Estudios Teológicos (ISEDET), autor también de Goethe y Lutero y otros ensayos, Teología del Nuevo Testamento (4 vols.), entre otros libros. Aparecido originalmente en latín, fue escrito durante el mes de agosto y salió de la imprenta de Melchior Lotther el 6 de octubre de aquel año. En la edición crítica de Weimar figura en el tomo VI.

La breve introducción de Obermüller explica aspectos muy importantes de este documento. Primeramente, a fin de explicar el título, recupera el episodio en que el papado se ubicó en Avignon, Francia, entre 1305 y 1377, etapa que se conoció como “la cautividad babilónica del Papa”. Luego, añade que, en junio de 1520, Lutero se topó con un Tractatus de communione sub utraque specie, de Agustín von Alfeld, monje franciscano, que contenía las supuestas bases bíblicas para privar del cáliz a los laicos. Después leyó el libelo Revocatio Martini Lutheri, Agustiniani ad sanctam sedem, de Isidro Isolani, profesor dominico en Cremona. Cuatro semanas le llevó escribir su réplica en el idioma académico.[2] Lo expuesto ya había sido trabajado en alemán en dos sermones sobre los sacramentos en 1519. En la nueva presentación adquirieron una forma más sistemática y coherente. ¿De qué cautividades tenía que ser liberada la Iglesia de Cristo? De tres, dijo Lutero: de la teología de los sacramentos; de la doctrina de la transubstanciación eucarística y de la teología del sacrificio de la misa.[3]

Los grandes documentos de Lutero de 1520, a 500 años (4): La cautividad babilónica de la iglesia

Detalle de la portada del primer tomo de las Obras Completas de Lutero.

El historiador Rafael Lazcano traza las coordenadas de este tratado siguiendo el simbolismo utilizado por el propio Lutero en su documento inmediatamente anterior:

Una vez demolidas las tres murallas con que Roma se defendía según la obra A la nobleza cristiana de la nación germánica, ahora el ataque será al interior de la ciudad, contra lo que hay dentro de la Iglesia. […] El título de la obra quiere significar que de igual modo que el pueblo de Israel estuvo cautivo en Babilonia, en la actualidad la Iglesia se encuentra prisionera bajo el papa, y el pueblo cristiano ha sido reducido a cautiverio. Lutero estaba convencido de que la Iglesia romana era el reino de Babilonia, y se propuso liberarla de las tres cadenas con que la verdadera fe estaba aherrojada: la teología de los sacramentos, la doctrina de la transubstanciación eucarística y la teología del sacrificio de la misa. Ahora no pide reformar las costumbres, sino cambiar las doctrinas.[4]

Teófanes Egido, en su introducción al mismo documento, afirma que “el contenido de la obra sobrepasó pronto su programa inicial”.[5] Con El cautiverio…, el reformador “se lanza contra todo el sistema sacramental católico. En el fondo, ha compuesto una sinfonía violenta cuyos movimientos vienen a caer siempre en el tema de que la iglesia de Roma, con el papa y sus secuaces, han reducido al pueblo cristiano a un cautiverio que ha hecho de los sacramentos cadenas, lazos explotados avaramente por el pontífice y su cortejo”.[6] Con este texto, vendría a erosionar “una de las fibras más sensibles de la espiritualidad medieval”.[7] La negación de cinco de los siete sacramentos es absoluta, pues la base de los únicos dos (bautismo y eucaristía) es que hayan sido explícitamente instituidos por Cristo en el evangelio. En el Preludio afirma aún: “Sólo admito por ahora tres sacramentos: el bautismo, la penitencia, el pan”. Al tercero es al que dedica la mayor parte de la obra y, luego de afirmarlo, Egido pasa a resumir concienzudamente el contenido del tema del bautismo en el tratado:

…es el sacramento que constituirá la preocupación permanente de Lutero, su tormento, la piedra de choque de las primeras escisiones de la Reforma y del tesón del profeta de Wittenberg. Al bautismo, uno de los contados que se han librado de la codicia del anticristo, dedica páginas bellas, encendidas y lo más positivo de este escrito, puesto que es el sacramento de la liberación del cristiano. Hasta los más apasionados antiecumenistas podrán constatar el calor que respira la teología luterista del bautismo, su virtualidad gloriosa, su trascendencia a lo largo de toda la vida del cristiano.[8]

Su defensa del derecho de los laicos a la eucaristía completa es vehemente y profética, además de que marcó una pauta para su propia evolución teológica sobre estos temas centrales para la fe cristiana:

Pregunto, empero: ¿qué necesidad hay, qué obligación y qué utilidad, para negar a los laicos ambas especies, es decir, el signo visible, mientras les conceden la realidad (res) del sacramento sin signo? Si les conceden la realidad que es más mayor, ¿por qué no les conceden el signo que es menor? Porque en todo sacramento el signo en cuanto signo es incomparablemente menor que la realidad misma. Pregunto: ¿qué prohíbe entonces que se dé menos cuando se da más? Excepto que, según me parece, haya acontecido con el permiso de Dios airado para que se diera lugar a un cisma en la Iglesia. En esta oportunidad se pondría de manifiesto que, después de haber perdido desde hace tiempo la realidad del sacramento, luchemos por el signo contra la realidad principal y única. Así luchan algunos por las ceremonias contra la caridad.[9]

Cuando Erasmo de Rotterdam leyó este opúsculo, refiere Roland Bainton en su clásica biografía de Lutero, exclamó: “La escisión es irreparable”[10], puesto que con lo propuesto en ese texto el monje agustino ya no encajaría en absoluto en el esquema del romanismo. Enrique VIII escribió una mediocre refutación del documento, Assertio Septem Sacramentorum, que le ganó el dudoso título de “Defensor de la fe”. Y, en efecto, el nuevo vocabulario sacramental que creó el reformador, su visión dominada por la doctrina del sacerdocio universal y su radical perspectiva sobre la libertad de cada creyente (que expondría en el documento siguiente) perfilaron la posibilidad de una nueva iglesia que estaba surgiendo de las entrañas deshilachadas de una institución que, aunque veía como anquilosada, sirvió al menos para alumbrar un rumbo eclesial distinto, doloroso ciertamente, dominado por el dolor profundo del cisma, pero profundamente anclado en la creencia firme en la actuación renovadora de Dios para presentar al mundo otro rostro de su pueblo.

De este modo lo sintetiza Bainton: “Este ataque a la enseñanza católica era más devastador que todo lo anterior […] La razón de esto reside en que las pretensiones de la Iglesia Católica Romana descansan en forma absoluta en los sacramentos como únicos caminos de gracia y sobre las prerrogativas del clero, por quien los sacramentos son administrados en forma exclusiva. Si se socava el sacramentalismo, entonces el sacerdocio está condenado a caer”.[11] La eliminación de los demás sacramentos (penitencia, confirmación, matrimonio, orden sacerdotal y extremaunción) fue exactamente en la misma dirección transformadora del rostro ritual de la iglesia. Incluso los dos sacramentos, agrega Bainton pasaron por un filtro exhaustivo para representar lo más cercano a la enseñanza bíblica y no el control de la iglesia sobre ellos.

Cerramos esta revisión con las palabras exactas de Lazcano para situar la trascendencia de este documento, con vistas hacia el futuro de su labor reformadora y eminentemente teológica: “Las páginas de El cautiverio… erosionan la fibra sensible de la teología católica y de la espiritualidad medieval asentada en los sacramentos de la Iglesia, y al mismo tiempo representan un canto gigantesco y apasionado al poder prioritario o absoluto de la palabra de Dios, sobre la que descansa la novedosa concepción del sacramento”.[12]

En el último párrafo del documento se percibe un aliento de anticipación de lo nuevo con un dejo de nostalgia, al momento de afrontar la inminente expulsión de la iglesia católica, pero con la profunda esperanza de estar contribuyendo seriamente a instaurar lo que Dios deseaba hacer ver en el mundo en ese preciso momento histórico:

Oigo que se murmura que de nuevo se han preparado bulas y persecuciones papistas, por las cuales me quieren urgir a la retractación o declararme hereje. Si esto es cierto, quiero que este librito sea una parte de mi futura revocación, para que no se quejen de que su tiranía se hinchó en vano. Dentro de poco daré la otra parte que será tal, con la ayuda de Cristo, como no la oyó ni la vio hasta ahora la sede romana, a fin de testificar ampliamente mi obediencia. En el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Amén.[13]

La suerte de Lutero estaba definitivamente echada.

 

Notas

[1] Humberto Martínez, pról., sel. y notas, Martín Lutero, Escritos reformistas de 1520. México, Secretaría de Educación Pública, 1988 (Cien del mundo), pp. 216-217.

[2] R. Obermüller, “Introducción” a La cautividad babilónica de la iglesia, enObras de Martín Lutero. Vol. 1. Buenos Aires, Paidós, 1967, p. 171.

[3] Cf. Rafael Lazcano, “Un paseo por las obras de Lutero”, en Revista de HistoriografíaUniversidad Carlos III de Madrid, núm. 32, 2019, pp. 111-115y Luis Amado Vanegas, “Aproximación a la sacramentología luterana”, en Theologica Xaveriana, núm. 63, 1982, pp. 141-155.

[4] R. Lazcano, Lutero: una vida delante de Dios. Madrid, San Pablo, 2017 (Testigos, 75), pp. 153-164. Énfasis agregado.

[5] T. Egido en Lutero. Obras. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1977 (El peso de los días, 1), p. 86.

[6] Ídem.

[7] Ídem.

[8] Ibid., p. 87. Énfasis agregado.

[9] H. Martínez, op. cit., pp. 124-125.

[10] R. Bainton, México, Casa Unida de Publicaciones, 1989, p. 148.

[11] Ídem.

[12] R. Lazcano, op. cit., p. 156.

[13] H. Martínez, op. cit., p. 231.

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