La iglesia-esposa y la mística comunitaria en dos poetas latinoamericanos

Conectar con la afirmación poética las enormes ambigüedades de la vida comunitaria expresa los sentimientos experimentados en diversos momentos, ahora filtrados por una comprensión empática de la iglesia como realidad divino-humana.

20 DE MARZO DE 2020 · 11:00

Murilo Mendes.,
Murilo Mendes.

Mi espíritu ansía la llegada de la esposa,

Mi espíritu ansía la gloria de la Iglesia,

Mi espíritu ansía las nupcias eternas

Con la musa preparada por mil generaciones.

Yo me he de precipitar en Dios como en un río,

Porque no me contengo en los límites del mundo.

Dénme pan en exceso y yo quedaré triste,

Dénme lujo, riquezas, quedaré más triste.

¿Para qué resolver el problema de la máquina

Si mi alma sobrevuela la propia poesía?

Sólo quiero reposar en la inmensidad de Dios.

Murilo Mendes, “Salmo No 1”

Pensar en voz alta (poética y teológicamente) sobre la iglesia

En Venezuela se publicó hace varios años este poema en una antología del autor, el brasileño Murilo Mendes (1901-1975) [1]. Mediante un atrevimiento deslumbrante, él como creyente habla de una manera desusada de la iglesia, pues afirmar que ésta es “la esposa” de Dios no era ninguna novedad, pero sí calificarla de “musa preparada por mil generaciones”. ¡La musa de Dios, nada menos! Pero también es inquietante la conexión que hace con la piedad individual derivada de esa percepción eclesiológica. Finalmente, la relación que se plantea entre la experiencia personal de la poesía confirmó las intuiciones de quien esto escribe sobre el acercamiento entre ambas y, más aún con la teología, una auténtica obsesión que encontraría su cauce en la lectura febril de autores/as de orientación religiosa (creyentes o no), la escritura de textos (en verso y en prosa) y la reunión de poemas que derivaría en dos antologías, la primera, publicada en 2002, Lo sagrado y lo divino (México, Planeta), y la segunda, El salmo fugitivo. Una antología de poesía religiosa latinoamericana, aparecida en 2004 y reeditada en 2009 (CLIE).

La iglesia-esposa y la mística comunitaria en dos poetas latinoamericanos

José Miguel Ibáñez Langlois.

En ambas antologías fue incluido Mendes, pues además de este poema la antología seleccionada por Rodolfo Alonso (Argentina, 1934) incluye “Iglesia mujer”, un auténtico resumen poético-teológico que a la suntuosidad de su lenguaje audaz agrega un profundo sentimiento místico en relación con la comunidad de fe, algo poco común en autores creyentes que, en este caso, rebasa la doctrina y la espiritualidad convencionales. Si explícitamente desde el título la alusión a la Iglesia como un ser femenino es provocadora, a cada paso el texto describe una sorprendente visión religiosa y erótica, derivada sin duda alguna de varias expresiones que brotan del texto bíblico, aunque aquí elaboradas como parte de un discurso dialéctico, sin complacencia, hacia lo que la comunidad es o puede ser:

La iglesia llena de curvas avanza hacia mí,

Enlazándome con ternura —pero quiere asfixiarme.

Con un brazo me indica el seno y el paraíso,

Con otro brazo me convoca al infierno.

Ella asegura el Libro, ordena y habla:

Sus palabras son latigazos para mí, rebelde.

Mi pereza es mayor que toda la caridad.

Ella amenaza vomitarme de su boca,

Respira incienso por las narices.

Siete espadas siete pecados mortales traspasan su corazón.

Arranca del corazón las siete espadas

Y me envuelve cantando la queja que viene de lo Eterno,

Auxiliada por la voz del órgano, de las campanas y por

el coro de los desconsolados.

Ella me insinúa la historia de algunas de sus grandes hijas

Impuras antes de subir a los altares.

Me señala a la madre de su Creador, Musa de las musas,

Acusándome porque exalté por encima de ella a la mudable Berenice.

La iglesia llena de curvas

Quiere incendiarme con el fuego de los candelabros.

No puedo salir de la iglesia ni luchar con ella

Que un día me absolverá

En su ternura totalitaria y cruel.

Queda bien claro que toda experiencia eclesial incluye episodios agridulces, por lo que conectar con esta afirmación poética de las enormes ambigüedades de la vida comunitaria en su expresión institucional expresa los sentimientos experimentados en diversos momentos, pero ahora filtrados por una comprensión profundamente empática de lo que es la iglesia como realidad divino-humana, a veces demasiado humana. Y vaya que fue posible —desde entonces— seguir el hilo de esta percepción gracias a la interpretación crítico-liberadora de autoras como Phyllis Trible, profesora del Seminario Unión de Nueva York, en su ya clásico (y espeluznante) Textos de terror. Lecturas literarias y feministas de relatos bíblicos (1984), y Renita Weems, pastora y ex profesora del Colegio Bautista Americano (Tennessee, EU), sobre todo al abordar el libro de Oseas en esa maravilla que es Amor maltratado. Matrimonio, sexo y violencia en los profetas hebreos (Desclée de Brouwer, 1997). En ese libro profético aparece la afirmación de Dios como alguien que desea hablar al corazón de su pueblo, su esposa, para volver a enamorarla y renovar su relación matrimonial y erótico-espiritual:

A pesar de todo eso,

llevaré a Israel al desierto,

y allí, con mucho cariño,

haré que se vuelva a enamorar de mí. […]

Volverá a responderme

como cuando era joven,

como cuando salió de Egipto.

Ya no volverá a serme infiel

adorando a otros dioses,

sino que me reconocerá

como su único Dios. […]

Israel, Israel,

yo volveré a casarme contigo

y serás mi esposa para siempre.

Cuando tú seas mi esposa,

realmente llegarás a conocerme;

seré para ti un esposo fiel,

sincero y lleno de amor (2.14-20, TLA).

Ser parte de la iglesia y vivir sus contradicciones

Estos poemas de Mendes (y otros más) transfiguran la experiencia de alguien que, como también Dietrich Bonhoeffer desde la vivencia de la teología a flor de piel (especialmente en Vida y comunidad, breve volumen que explora hondamente lo que significa el ser interior y el quehacer de la iglesia desde las realidades tan exigentes que ella enfrenta y a las cuales responde de múltiples maneras), ha reflexionado seriamente sobre lo que significa formar parte de la iglesia de Cristo en el mundo y asumir sus contradicciones, dilemas, errores, aciertos y una multitud de aspectos que hacen de las comunidades históricas auténticos laboratorios de la fe.

La iglesia-esposa y la mística comunitaria en dos poetas latinoamericanos

Portada de la Antología poética de Ibáñez Langlois.

Si los textos de Murilo Mendes fueron capaces de influir para modificar en buena medida la comprensión de la iglesia como una realidad en donde lo humano se entreteje con la intencionalidad divina, vendría otro a completar esa visión en la que cada integrante de la comunidad puede dar fe de su compromiso (o descompromiso irresponsable) con lo que sucede cotidianamente dentro de ella, algo que muchas veces resulta ajeno a la sociedad y que, por lo tanto, es incomprensible si no se acepta el artículo del Credo apostólico: “Creo en la iglesia”, como una confesión de fe y un desafío permanente. Al preparar el contenido de El salmo fugitivo el encuentro con el poeta, crítico y sacerdote chileno José Miguel Ibáñez Langlois (1936) fue trascendental. Pertenece a la gran tradición de poetas-sacerdotes latinoamericanos (que incluye nombres como los de Alfredo R. Placencia, Azarías H. Pallais, Manuel Ponce, Osvaldo Pol y Pedro Casaldáliga, entre muchos). La antología utilizada es un amplio muestrario de un trabajo lírico sumamente creativo y experimental. Su enfoque totalizante y en cierta forma dogmático, articulado con la influencia de la denominada anti-poesía de Nicanor Parra (cuyo impulso des-sacralizante y anti-solemne es bastante notorio), otorga a su poema “Credo” una densidad única para describir la realidad de un creyente que se siente inmerso en la problemática que representa la acción o inacción de la iglesia (católico-romana, en este caso) en el mundo.

Su impulso inicial se basa en el enfoque doctrinal, pero es sólo el anuncio, al momento de situar a su iglesia en el contexto sociopolítico y cultural:

Creo en la Iglesia Católica, Apostólica y Romana

a pesar de la estolidez de casi todos sus fieles

incluyendo la del suscrito, modestia aparte.

La revolución rusa no vale un ápice más que los rusos

o aun que los revolucionarios de todo el mundo unidos.

La Francia no vale una brizna más que los franceses.

La sociedad protectora de animales, etcétera.

Pero la Iglesia está muy por encima de su personal terrestre.

Para Ella no tiene una importancia definitiva

que sólo uno o dos santos ocultos en las fábricas o en los bosques

la sustenten en esta hora perdida entre los siglos.[2]

A la tradicional comprensión de esa iglesia como “comunidad perfecta”, el poeta contrapone una visión totalizante, pero profundamente autocrítica, con un amor severo que la redefine profundamente, pero que también denuncia sus lacras y fallas.

Ella se compone asimismo de todos los fieles difuntos

y de todos sus hijos no venidos aún a esta tierra

y en cierto modo de toda la humanidad histórica

desde el paraíso hasta la consumación de los tiempos.

Ella se compone sobre todo de los santos,

¿quién tiene santos si no la Iglesia Católica Romana?

Ella se compone de sus ramas purgante y triunfante

que envuelven a la tierra en un halo de luz casi invisible.

Ella se compone de miríadas y miríadas de ángeles

que cantan la gloria del Señor de los ejércitos

y se ordenan en legiones de arcángeles, querubines, serafines,

potestades, tronos, dominaciones, ángeles de la guarda.

Ella se compone muy esencialmente de la Virgen María

cuya santidad y belleza indescriptible nos compensa bien

del dolor temporal o eterno de estos valles de lágrimas.

El tono se vuelve cristológico para aumentar la densidad del tono profético expresado con una exaltación inevitable a la hora de contemplar al Señor y Salvador:

Y Ella se compone principalmente de Jesucristo

(Ella se compone solamente de todo Jesucristo)

nacido de María, del linaje de David según la carne,

que por nosotros padeció y resucitó al tercer día,

consubstancial al Padre, imagen perfecta de su esplendor,

engendrado por Él antes del alba de los mundos,

que vive en una luz inaccesible más allá del tiempo,

que con el Padre y el Espíritu reina por los siglos.

Su cierre es demoledor y retoma el impulso de la apertura para concluir con las mismas palabras en las que el creyente que habla no ceja en su afán por mostrar el lugar del individuo como parte del marco comunitario más amplio.

Para estar fuera de la Iglesia Católica, ya se ve

hay que salir del mundo visible e invisible.

Es por ello que creo en la Iglesia Católica Romana

a pesar de los tumbos que viene dando por dos mil años

y de los que dará todavía (pongo a la historia por testigo)

y a pesar de la estolidez de sus quinientos millones de fieles

incluyendo la del suscrito, modestia aparte.

Auténtica deconstrucción personalizada de la doctrina, el hablante expresa su responsabilidad específica como parte del gran equívoco que a veces son las iglesias, a pesar de su aparente ortodoxia que se quiebra al momento de constatar los yerros de una institución tan monumental. Helas allí, las luces y sombras de la comunidad de fe universal, aceptadas, afirmadas y cuestionadas por un representante suyo, dominado por la honestidad, la fe y la verdad. Algo muy similar podría decirse de otras expresiones comunitarias de la fe cristiana en el mundo de hoy y siempre.

 

Notas

[1] M. Mendes, 35 poemas. Rodolfo Alonso, sel., trad, y pról. Caracas, Fundarte, 1979 (Breves, 21)

[2] J.M. Ibáñez Langlois, Busco tu rostro. Antología poéticaSantiago de Chile, Editorial Universitaria, 1989, pp. 24-25

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