Jueces y Rut. Comentario bíblico expositivo y práctico de toda la Biblia, de Matthew Henry
Encontramos que el pueblo de Dios estaba miserablemente corrompido y miserablemente oprimido por los pueblos que los rodeaban.
05 DE AGOSTO DE 2021 · 18:00

Un fragmento de “Jueces y Rut. Comentario bíblico expositivo y práctico de toda la Biblia”, de Matthew Henry. Puede saber más sobre el libro aquí.
INTRODUCCIÓN AL LIBRO DE JUECES
En hebreo este libro se llama Shepher Shophtim (El Libro de los Jueces). Las versiones siriaca y árabe alargan el título y lo llaman El Libro de los Jueces de los Hijos de Israel. Así como los juicios de aquella nación fueron especiales, también lo fueron sus jueces, cuya función se diferenció mucho de la de los jueces de otras naciones. La versión de los Setenta lo titula simplemente Kritai (Jueces). Es la historia de la ciudadanía de Israel (Ef 2:12) durante el gobierno de los jueces, desde Otoniel hasta Elí, en todo lo que Dios juzgó conveniente transmitirnos. Contiene la historia —según el cómputo del Dr. Lightfoot— de doscientos noventa y nueve años, contando los cuarenta años de Otoniel de Judá (cap. 3:11), los ochenta de Aod de Benjamín (cap. 3:30), los cuarenta de Barac de Neftalí (cap. 5:31), los cuarenta de Gedeón de Manasés (cap. 8:28), los tres años de su hijo Abimelec (cap. 9:22), los veintitrés de Tola de Isacar (cap. 10:2), los veintidós de Jair de Manasés (cap. 10:3), los seis de Jefté de Manasés (cap. 12:7), los siete de Ibzán de Judá (cap. 12:9), los diez de Elón de Zabulón (cap. 12:11), los ocho de Abdón de Efraín (cap. 12:13-14), los veinte de Sansón (cap. 16:31), doscientos noventa y nueve años en total. En lo que se refiere a los años de servidumbre, se dice que Eglón los oprimió durante dieciocho años (cap. 3:14) y Jabín durante veinte (cap. 4:2-3), y así algunos otros, y se supone que todos ellos coincidirían con algunos de los años de los jueces.
Parece ser que los jueces aquí citados pertenecieron a ocho tribus distintas, de modo que el honor estuvo repartido hasta que, al final, se centró en Judá. Elí y Samuel, los dos jueces que no están en este libro, eran de la tribu de Leví. Al parecer, no hubo ningún juez procedente de las tribus de Rubén, Simeón, Gad o Aser. Hasta el final del capítulo 16, tenemos en este libro la historia de todos estos jueces, por su orden. Y después, en los cinco últimos capítulos, tenemos la narración de acontecimientos memorables que sucedieron —como ocurrió también en la historia de Rut—, en los días que gobernaban los jueces (Rt 1:1). Pero no tenemos certeza en cuanto a los días de qué juez. En cualquier caso, están relacionados todos juntos al final del libro para no interrumpir el hilo general de la historia. Ahora bien, en lo que se refiere al estado de la ciudadanía de Israel durante este período: I. La descripción de este pueblo tan especial, gobernado como estaba por tales leyes y enriquecido con tales promesas, no se manifiesta aquí tan grande y excelente como podríamos esperar. Encontramos que estaban miserablemente corrompidos y miserablemente oprimidos por los pueblos que los rodeaban y, en ningún lugar del libro, bien sea en la guerra o en el consejo, tienen una importancia que sea proporcional a la de su gloriosa entrada en Canaán. ¿Qué diremos a esto? Dios nos quiere mostrar aquí la lamentable imperfección de todas las personas y cosas que existen bajo el sol, para que busquemos la felicidad y la santidad completas en el otro mundo y no en este. Sin embargo:
II. Podemos esperar que, aunque el historiador se extiende más en este libro en sus provocaciones y sufrimientos, hubiera una forma de religión sobre la faz de la tierra; y, aunque algunos fueron arrastrados a la idolatría, se mantuvo, a pesar de todo, el servicio del tabernáculo, siguiendo las leyes de Moisés, y eran muchos los que asistían a él. Los historiadores no constatan el curso normal de la justicia y el comercio de una nación —porque lo dan por supuesto—, sino las guerras y los desórdenes que suceden; pero el lector debe tenerlo todo en cuenta para equilibrar la negrura de ellos.
III. Parece ser que, en aquel tiempo, cada tribu tenía normalmente su propio gobierno y actuaba por separado. No tenían un jefe común, ni tampoco un órgano de gobierno. Esto ocasionó muchas diferencias entre ellos y les impidió ser o hacer algo importante.
IV. El gobierno de los jueces no fue constante, sino accidental. Cuando se dice que después de la victoria de Aod reposó la tierra ochenta años (3:30), y después de Barac, cuarenta años (5:31), no sabemos con certeza si vivieron y, mucho menos, si gobernaron durante tanto tiempo. Lo que sabemos es que ellos y los demás fueron levantados y animados por el Espíritu de Dios para prestar un servicio especial a todos, cuando había necesidad, para vengar a Israel de sus enemigos (cf. cap. 5:2 RVR 1909) y purificar a
Israel de sus idolatrías, que son las dos cosas que se dan a entender con juzgar a Israel. Sin embargo, a Débora, como profetisa, todos los hijos de Israel subían […] en juicio (cap. 4:4-5), antes de que hubiese necesidad de que actuara en la guerra.
V. Durante el gobierno de los jueces, Dios fue de una manera muy especial el rey de Israel, como les dice Samuel cuando deciden desechar esta forma de gobierno (cf. 1 S 12:12). Dios quería probar qué haría su propia ley y los estatutos de esta para mantenerlos en orden, y resultó que cuando no había rey en Israel, cada uno hacía lo que bien le parecía (caps. 17:6; 21:25); por tanto, en los últimos tiempos de esta época, Dios hizo que el gobierno de los jueces fuera más constante y generalizado que al principio y, finalmente les dio a David, un rey conforme a su corazón (1 S 13:14). Y fue entonces, y no hasta entonces, cuando Israel comenzó a florecer. Esto nos debería llevar a estar muy agradecidos por nuestros gobernantes de superior o inferior rango, porque son servidores de Dios para nuestro bien (Ro 13:4). Cuatro de los jueces de Israel —Gedeón, Barac, Sansón y Jefté— aparecen en el canon de los héroes de la fe (Heb 11:32). El erudito obispo Patrick8 cree que el profeta Samuel fue el escritor de este libro.
JUECES 1
Bosquejo del capítulo
Este capítulo nos cuenta detalladamente el progreso de las diversas tribus de Israel en la conquista de la tierra de Canaán después de la muerte de Josué. Él allanó el terreno —como se suele decir— de aquella gran obra, y la dejó en una situación tal que les habría permitido completarla con facilidad a su debido tiempo si hubieran dado la talla. Se nos cuenta aquí lo que hicieron y en qué fallaron:
I. Las tribus unidas de Judá y Simeón actuaron con valentía:
1. Dios se lo encargó primeramente a Judá (cf. vv. 1-2).
2. Judá llevó a Simeón a actuar conjuntamente con ellos (cf. v. 3).
3. Tuvieron éxito en su iniciativa contra Bezec (cf. vv. 4-7), Jerusalén (cf. v. 8), Hebrón y Debir (cf. vv. 9-15), Horma, Gaza y otras ciudades (cf. vv. 17-19).
4. Pero cuando se vieron frente a los carros de hierro les faltó el valor (cf. v. 19). Se menciona que los ceneos habitaban en medio de la tribu de Judá (cf. v. 16).
II. En comparación con estas dos tribus, las otras se portaron cobardemente:
1. Benjamín no cumplió con su deber (cf. v. 21).
2. La casa de José se portó adecuadamente contra Bet-el (cf. vv. 22-26), pero en otros lugares no aprovechó su superioridad; tampoco lo hicieron Manasés (cf. vv. 27-28), ni Efraín (cf. v. 29).
3. Zabulón permitió que se quedaran los cananeos (cf. v. 30).
4. Aser se sometió más que ninguna otra tribu a los cananeos (cf. vv. 31-32)
5. Neftalí no tuvo la posesión total de algunas de sus ciudades
(cf. v. 33).
6. Dan estuvo acosado por los amorreos (cf. v. 34).
Nada se nos dice de Isacar, ni de las dos tribus y media al otro lado del Jordán.
Judá ataca a los cananeos;
el castigo de Adoni-bezec (1425 a. C.)
Jueces 1:1-8
Aquí:
I. Los hijos de Israel consultan el oráculo de Dios para saber cuál de las tribus será la primera en atacar a los cananeos y animar y alentar al resto de las tribus. Aconteció después de la muerte de Josué (v. 1). Mientras él vivió, los dirigió, y todas las tribus le obedecieron; pero al morir no dejó un sucesor con autoridad comparable a la suya; así que el pueblo tuvo que consultar el pectoral del juicio y recibir la orden de mando; porque el propio Dios era no solo su Rey sino también el Señor de sus ejércitos. La pregunta que hicieron fue: ¿Quién de nosotros subirá primero? Suponemos que, en aquel momento, se habían multiplicado tanto que el espacio que ocupaban empezaba a ser demasiado pequeño y necesitaban expulsar al enemigo para ganar terreno; entonces hacen la consulta sobre quién debería ser el primero en tomar las armas. No se nos dice si cada una de las tribus ambicionaba ser la primera y competía por tal honor; o si cada tribu temía ser la primera y competía por declinarlo. Así que, por común acuerdo, el asunto se llevó al propio Dios, quien es el más idóneo tanto para dispensar honores como para preparar el trabajo.
II. Dios determinó que Judá fuera la primera, y le prometió que tendría éxito «Yo he entregado la tierra en sus manos (v. 2) para que la posea y, por tanto, entregaré al enemigo en sus manos —esto lo excluye de toda posesión— para que lo destruyas». ¿Y por qué tenía que ser Judá la primera en esta misión?
1. Judá era la más numerosa y la más poderosa de todas las tribus y, por tanto, debía ser ella la primera en aventurarse.
Adviértase: Dios encomienda el trabajo en proporción a la fuerza que ha concedido. De los que tienen más capacidad se espera mayor servicio (cf. Mt 25:20-23).
2. Judá era la primera en dignidad; por tanto, tenía que ser la primera en cumplir con su deber. A Judá es a quien alabarán sus hermanos (Gn 49:8) y, por tanto, Judá tenía que ser la primera en las acciones de peligro. Que el peso del honor y el del esfuerzo vayan juntos
3. Judá fue la primera en recibir; la primera a la que se le entregó el territorio, por tanto, debía ser la primera en la batalla.
4. Judá fue la tribu de la que nacería nuestro Señor; así que, en Judá, Cristo, el León de la tribu de Judá (Ap 5:5), iba delante de todas las tribus. Cristo atacó primero a la potestad de las tinieblas y la aplastó (Col 2:15; cf. He 2:14-15), lo cual debe animarnos en las dificultades; y es en él en quien somos más que vencedores (Ro 8:37). Adviértase: el servicio y el éxito van juntos: Judá subirá en primer lugar; que cumpla con su cometido y verá que yo he entregado la tierra en sus manos (v. 2). El servicio en sí no será útil si Dios no concede el éxito; pero Dios no lo concederá si no nos entregamos decididamente a su servicio.
III. Tras esto, Judá se prepara para subir; pero solicita a su hermana y vecina, la tribu de Simeón —cuyo territorio estaba dentro del de Judá y procedía del mismo— que vayan juntas (v. 3).
Obsérvese aquí:
1. Que el más fuerte no debe despreciar, sino desear, la ayuda de los que son más débiles. Judá era la más importante de todas las tribus, y Simeón, la menos importante; pero Judá busca la amistad de Simeón y le ruega que le preste ayuda. La cabeza no puede decirle al pie: No te necesito (1 Co 12:21); porque todos somos miembros los unos de los otros (Ro 12:5; Ef 4:25).
2. Los que piden ayuda deben estar dispuestos a prestar ayuda:
Sube conmigo al territorio que se me ha adjudicado y después yo también iré contigo al tuyo (v. 3). Conviene que los israelitas se ayuden unos a otros contra los cananeos; y todos los cristianos, aunque sean de tribus diferentes, deberían fortalecer los unos las manos de los otros contra los intereses comunes del reino de Satanás. Todos los que se ayudan mutuamente por amor tienen motivos para esperar que Dios los ayudará benévolamente.
IV. Las fuerzas confederadas de Judá y Simeón van al campo de batalla: Y subió Judá (v. 4). Y Simeón […] con él (v. 3). Caleb fue probablemente el comandante en jefe de esta expedición, porque ¿quién mejor que él, que tenía cabeza de anciano y mano de joven, la experiencia de la edad y el vigor de la juventud? (cf. Jos 14:10-11). Parece, por otra parte, y por lo que dicen los versículos 10 y 11, que Caleb no estaba todavía en posesión de su propia asignación. Era una feliz circunstancia para todos ellos el tener un general que, según su nombre, era todo corazón. Algunos creen que los cananeos estaban unidos como un solo grupo, un formidable grupo, en el momento en el que Israel hizo la consulta sobre quién iría a pelear contra ellos (v. 1); y que habían empezado a movilizarse cuando tuvieron noticia de la muerte de Josué, cuyo nombre había sido tan terrible para ellos. Pero, si fue así, se demostró que no hicieron sino entrometerse para su propio mal.
V. Dios les concedió grandes triunfos. Tanto si fueron ellos los que invadieron el territorio enemigo como si fue el enemigo el que provocó el ataque, Jehová los entregó en sus manos (v. 4). Aunque el ejército de Judá era fuerte y valiente, la victoria se atribuye a Dios: él entregó en sus manos al cananeo. Habiéndoles dado autoridad, aquí les da el poder de destruirlos: los pone en sus manos, y así prueba su obediencia a su mandato, el cual era destruirlos enteramente. El obispo Patrick9 hace notar que no encontramos en los escritores paganos, al hablar de sus victorias, ninguna manifestación religiosa como la que tenemos aquí y en muchos otros lugares de la historia sagrada. Ojalá que tan piadoso reconocimiento de la divina providencia no haya caído, en estos tiempos, en desuso entre muchos de los que se llaman cristianos.
Ahora bien:
1. Se nos dice que el ejército de los cananeos fue derrotado en Bezec (v. 4) o cerca de este, el lugar al que subieron y en el que, posteriormente, Saúl reuniría a las tribus (cf. 1 S 11:8). Allí hirieron […] a diez mil hombres, un ataque tal que, si lo continuaban, resultaría en un gran debilitamiento para los que ya habían sido tan humillados.
2. Se nos dice cómo fue hecho prisionero y humillado su rey. Se llamaba Adoni-bezec (v. 5), que significa «señor de Bezec». Ha habido algunos que dieron sus nombres a sus tierras (Sal 49:11), pero aquí tenemos a uno —y ha habido otros muchos— que se han llamado a sí mismos con el nombre de su país. Lo hicieron prisionero después de la batalla; y se nos cuenta aquí cómo lo trataron: Le cortaron los pulgares de las manos —para inutilizarlo para la guerra— y —para que no pudiera huir— los de los pies (v. 6). Habría sido cruel tratar así a alguien caído en la deshonra y que estaba a su merced, si no fuera porque él era un execrable cananeo que había maltratado a otros de la misma manera, cosa que probablemente ellos habían oído contar (cf. v. 7). Josefo dice: «Le cortaron las manos y los pies», pensando probablemente en heridas mortales, más graves que el cortarle los pulgares de manos y pies. Pero la humillación que le infligieron le arrancó a Adoni-bezec el reconocimiento verbal de la justicia de Dios. Obsérvese aquí:
(1) Qué grande había sido Adoni-bezec: grande en el campo de batalla, donde los ejércitos huían ante él; grande en el palacio, donde los reyes estaban con los perros de su ganado (Job 30:1). Y, en ese momento, él estaba prisionero y sometido a una ignominia y degradación extremas. Aquí vemos lo mudable que es el mundo y lo resbaladizos que son sus lugares encumbrados. Que los poderosos no sean soberbios, ni los más fuertes se sientan seguros, porque no saben cuán humillados pueden ser antes de morir.
(2) Qué desolación había sembrado entre sus vecinos: había sometido totalmente a setenta reyes hasta el extremo de convertirlos en sus prisioneros (v. 7); entonces, él, que era la persona más importante de su ciudad, había sido proclamado rey y la grandeza de los títulos de los reyes prisioneros solo servía para aumentar la deshonra de estos y para fomentar la soberbia de Adoni-bezec, que los ultrajaba. No debemos imaginar que Adoni-bezec tuviera a setenta de estos reyezuelos como esclavos al mismo tiempo, sino que, de principio a fin a lo largo de su reinado, había destituido y maltratado a setenta reyes, que lo eran probablemente en su mayoría de las ciudades que sucesivamente se habían enfrentado a él.
Parece ser que los cananeos se habían debilitado en guerras civiles, guerras muy sangrientas entre ellos mismos, lo cual facilitaría muchísimo que los venciesen los israelitas. El Dr. Lightfoot10 dice: «Al dominar a Adoni-bezec, Judá efectuó, de hecho, la victoria sobre setenta reyes».
(3) Cuán justamente lo trataron de la misma manera que él había tratado a otros. Así hace, a veces, el justo Dios que el castigo se corresponda con el pecado: el saqueador será saqueado y el que hace deslealtad recibirá deslealtad (Is 33:1). Y juicio sin misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia (Stg 2:13). (Véase Apocalipsis 13:10; 18:6).
(4) Con qué franqueza reconoció la justicia de Dios en esto: Como yo hice, así me ha pagado Dios (v. 7). Vemos aquí el poder de la conciencia cuando Dios la despierta por medio de sus juicios, cómo trae el pecado a la memoria y reconoce la justicia de Dios. El que con su soberbia desafió a Dios se rinde a él ahora y recuerda, lamentándolo mucho, a los reyes que tenía bajo su mesa y el gran placer que le causaba verlos allí. Parece darse cuenta de que lo están tratando mejor de lo que él trató a sus prisioneros; porque, aunque los israelitas lo habían mutilado —conforme a la ley del Talión: Ojo por ojo (Éx 23:24), por tanto, pulgar por pulgar—, sin embargo, no lo habían puesto debajo de la mesa para que comiera las migajas (Mr 7:28), porque, aunque aquello bien podía considerarse un acto de estricta justicia, esto mostraría más de soberbia y de arrogancia de lo que conviene a un israelita.
VI. Se presta atención específicamente a la conquista de Jerusalén (v. 8). Nuestros traductores creen que se habla aquí de algo que se había hecho anteriormente en tiempos de Josué, y que solo se repite aquí con ocasión de la muerte de Adoni-bezec allí y, por tanto, lo traducen: Combatieron […] a Jerusalén, y pusieron este versículo entre paréntesis; pero el original habla de ello como de algo que se acaba de hacer, y parece ser lo más probable, porque dice que lo hicieron los hijos de Judá en especial: no, en general todo Israel, capitaneado por Josué. Ciertamente Josué derrotó y dio muerte a Adonisedec, rey de Jerusalén, pero no se nos narra que tomara la ciudad (cf. Jos cap. 10). Probablemente, mientras Josué continuaba con su conquista por otros lugares, este Adoni-bezec, un príncipe de aquella zona, tomó posesión de Jerusalén y, habiendo sido derrotado por Israel en el campo de batalla, la ciudad cayó en manos de ellos, los cuales, en señal de su detestación de la idolatría que tanto había contaminado el lugar, mataron a sus habitantes, excepto a los que se retiraron a la fortaleza y se mantuvieron allí hasta los tiempos de David, y pusieron fuego a la ciudad; pero el fuego no la consumió totalmente sino que dejó suficientes viviendas para todos los que tomaron posesión de ella.
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