¿Puede la ciencia explicarlo todo?, de John Lennox

El enfrentamiento y el intercambio de insultos en controversias desmedidas sobre ciencia y fe producen más calor que luz.

21 DE ENERO DE 2021 · 17:00

Detalle de la portada del libro.,
Detalle de la portada del libro.

Un fragmento de “¿Puede la ciencia explicarlo todo?”, de John Lennox (Clie, 2021). Puede saber más sobre el libro aquí.

 

Introducción: La química cósmica

Si haces una búsqueda en Internet sobre el tema de la ciencia y la religión, solo harán falta un par de clics para convencerte de que te has metido en una zona de guerra.

En las cadenas de comentarios sobre prácticamente cualquier tema científico (desde la bioética y la psicología hasta la geología y la cosmología) descubrirás que ambas partes se agreden con hostilidad e intercambian insultos; seguro que nunca se te ocurriría juntar a ambos bandos en una mesa de negociación ni aunque las Naciones Unidas ordenasen un alto el fuego.

Existe lo que podríamos llamar, por conveniencia, “el bando científico”. Sus integrantes se consideran la voz de la razón. Creen que luchan por hacer retroceder la marea de ignorancia y superstición que ha esclavizado a la humanidad desde que salimos del lodo primigenio. Podemos resumir su postura de esta manera:

La ciencia es una fuerza imparable de progreso humano que ofrecerá respuestas para nuestras numerosas preguntas sobre el universo y resolverá, si no todos, muchos de nuestros problemas humanos: las enfermedades, la energía, la contaminación, la pobreza. En algún momento del futuro, la ciencia podrá explicarlo todo y responder a todas nuestras necesidades.

Es posible que también den por hecho que, en algún momento del futuro, la ciencia proporcionará respuestas para al menos algunas de nuestras grandes preguntas sobre la vida: ¿de dónde venimos? ¿Por qué estamos aquí? ¿Qué sentido tiene nuestra existencia?

En el otro extremo tenemos lo que podríamos llamar “el bando de Dios”. Sus miembros sostienen que detrás de todo lo que existe detectamos una inteligencia divina, e incluso afirman haber encontrado las respuestas a las mismas grandes preguntas que formulan los científicos, pero en un lugar muy distinto. Observan la complejidad y la maravilla de este universo y de nuestro planeta, increíblemente rico y diverso, y les parece evidente por sí mismo que hay una mente maravillosa detrás de nuestro hermoso y sorprendente mundo. Les extraña que pueda haber personas que no vean las cosas de la misma manera.

En ocasiones, el resultado es el enfrentamiento y el intercambio de insultos en controversias desmedidas que producen más calor que luz.

Por lo tanto, no es de extrañar que muchas personas lleguen a la conclusión de que Dios y la ciencia no se pueden mezclar, como cuando mezclamos sodio metálico o potasio con agua: se produce un intenso borboteo que genera fuego y calor y que concluye con un fuerte estallido.

Pero, ¿y si hubiera otro modo de abordar todo este asunto? ¿Y si nos han engañado para que nos aboquemos a una guerra sin sentido basada en información errónea y en una manera de pensar equivocada? No sería la primera vez. ¿Y si existiera una química cósmica diferente, una alternativa a la que acaba con una explosión?

 

DE DÓNDE VENGO

Si hablamos de geografía, provengo de Irlanda del Norte, que es un lugar que lamentablemente tiene mala reputación en lo relativo a “la cuestión de Dios”. Crecí en un país inmerso en un profundo cisma sectario y cultural, representado popularmente como la batalla entre “protestantes” y “católicos” (aunque, claro está, la situación era mucho más compleja). Esta situación provocó tres décadas de asesinatos brutales, atentados con bombas y terrorismo; esta etapa se conoce como “el conflicto norirlandés”.

En medio de estas circunstancias, mis padres me dieron un ejemplo estupendo. Eran cristianos, sí, pero no sectarios; en aquellos tiempos, mantener su postura era complicado. Mi padre evidenció su falta de sectarismo al contratar para su tienda a personas del otro bando religioso. Debido a esto le pusieron una bomba, y mi hermano resultó gravemente herido. El terrorismo afectó a nuestro hogar de una manera muy real.

Debo muchas cosas a mis padres, pero quizá la más destacable sea que me quisieron lo bastante como para concederme espacio para pensar por mí mismo; lamento admitir que esto no era algo muy habitual en mi país, dado que había mucha intolerancia y muchas opiniones inatacables. También estoy agradecido porque cuando ingresé en la Universidad de Cambridge en otoño de 1962 mis padres ya me habían animado a que leyera mucho y reflexionase a fondo sobre otras cosmovisiones que no eran cristianas.

Posteriormente he tenido el privilegio de hablar de estos temas y, durante los últimos veinte años, debatir en público los argumentos relevantes frente a destacados ateos, cuyo líder mundial probablemente siga siendo Richard Dawkins, que, como yo, es profesor en la Universidad de Oxford. Siempre he intentado tratar con respeto a personas que tienen cosmovisiones diferentes a la mía, descubrir cómo llegaron a esa postura y saber por qué les apasiona tanto.

Cabe la posibilidad de que estés leyendo esto y estés convencido de que la ciencia puede explicarlo todo y que en este mundo ya no hay lugar para Dios. También puede ser que sientas curiosidad y quieras formarte una opinión sobre el tema. Seas quien seas, espero que disfrutes leyendo la introducción a este tema, y que te estimule para abordar esta cuestión de una forma científica; es decir, con la mente abierta al resultado, sea cual sea, y con la disposición de seguir la evidencia hasta donde te conduzca, aunque hacerlo te produzca cierta incomodidad en algún sentido.

Me gustaría sugerir que la idea popular de que la ciencia y Dios son temas excluyentes no es cierta, y que resulta relativamente sencillo demostrar que no lo es. En este breve libro quiero examinar muchas de las malas interpretaciones que tienen las personas, no solo sobre la fe y la creencia en Dios, sino sobre la propia ciencia. Al hacerlo, quiero demostrar que existe una manera distinta de enfocar las cosas, un modo más racional, más razonable y más saludable que la idea del conflicto entre la ciencia y la religión (que está demasiado extendida).

Quiero sugerir que es posible un tipo diferente de química cósmica; que entre la ciencia y la religión se produce un tipo de reacción distinto que es más fiel al espíritu y a la esencia de ambas, y también más fructífero que ese debate cansado y arraigado que vemos a nuestro alrededor.

El hidrógeno y el oxígeno, como el potasio y el agua, también crean una mezcla explosiva, pero el resultado final no podría ser más distinto: el agua que refresca y da vida.

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