Guerra de palabras, de Paul David Tripp

Las palabras fueron significativas en la creación y en la caída. Son importantes para la redención. Dios le ha dado valor a las palabras.

10 DE JULIO DE 2020 · 09:47

Detalle de la portada del libro.,
Detalle de la portada del libro.

Un fragmento de “Guerra de palabras”, de Paul David Tripp (Editorial Peregrino, Poiema, 2020). Puede saber más sobre el libro aquí.

 

Las palabras son valiosas

Las palabras son poderosas, importantes, significativas. Así es como debe ser. Cuando hablamos, debemos ser conscientes de que Dios le ha dado sig­nificado a nuestras palabras. Él ha ordenado que ellas sean importantes. Las palabras fueron significativas en la creación y en la caída. Son importantes para la redención. Dios le ha dado valor a las palabras.

Él tiene un diseño para nuestra comunicación; un plan y un propósito es­pecífico para el habla del cuerpo de Cristo. Espero establecer un fundamen­to bíblico sólido para que podamos entender la comunicación, empezando en el lugar en que escuchamos palabras habladas por primera vez; pasando luego a la Caída para ver el papel que jugaron las palabras en el evento que alteró todo nuestro mundo, y, finalmente, considerar las palabras desde el punto de vista de la redención. Absolutamente todo cuanto hablamos está relacionado a estos eventos. Entender esto nos mostrará la importancia de nuestras palabras, la razón por la que luchamos tanto con ellas y el diseño de Dios para las palabras de Su pueblo.

La mayoría de los libros acerca de la comunicación se enfocan en técni­cas y habilidades, sin reconocer que nuestra lucha con las palabras es algo mucho más profundo. La guerra de las palabras tiene su origen en el huerto del Edén. A medida que vayas entendiendo cómo esos momentos moldea­ron nuestro mundo de palabras, comenzarás a entender tu propia lucha con ellas y la salida que Dios ha provisto. Este libro tratará honestamente con el problema para poder ofrecerte un cambio que sea más que temporal y su­perficial. Si entiendes la raíz de tu problema, podrás experimentar un cam­bio duradero.

 

¡Dios habla!

No entenderás plenamente la importancia de las palabras hasta que te des cuenta de que las primeras palabras escuchadas por oídos humanos no fueron las de otro ser humano, ¡sino las palabras de Dios! El valor de la co­municación humana está basado en el hecho de que Dios habla. En medio de las imágenes y los sonidos del mundo recién creado, se escuchó la voz de Dios hablándole a Adán y a Eva en lenguaje humano. Cuando Dios escogió revelarse de esa manera, elevó el habla a un lugar de altísima importancia, haciéndolo Su vehículo principal para la verdad. A través de las palabras llegaríamos a conocer las verdades más importantes que puedan ser conoci­das—verdades que revelan la existencia y la gloria de Dios; verdades que dan vida—. Al intentar entender el mundo del habla humana, es vital que lo en­tendamos desde la perspectiva de Génesis 1—el único tiempo en la historia humana en que no hubo guerra de palabras.

En Génesis 1, el mundo de la comunicación era uno de paz, verdad y vida. Las palabras nunca se utilizaron como armas. La verdad nunca se uti­lizó para aplastar. Las palabras siempre eran dichas en amor, y la comunica­ción humana nunca rompió los lazos de la paz.

Es un mundo que puede enseñarnos mucho acerca de la comunicación. En primer lugar, Dios se revela a Sí mismo y revela Su plan y propósito uti­lizando palabras. Inmediatamente después de crear a Adán y a Eva, Dios les habló. Fue Su decisión revelárseles, explicarles Su voluntad y darles una identidad por medio del lenguaje humano. Todos Sus otros medios de au­torrevelación fueron explicados y definidos a través de este medio central.

¡Dios, el soberano Creador y Señor, habló a Adán y a Eva en palabras que pudieran entender! Deja que este pensamiento asombroso te cautive. ¡El Dios infinito y todopoderoso se hace a Sí mismo conocible y entendible a través del lenguaje humano! Desde el momento de la creación, Dios no ha estado distante ni apartado. No está escondido ni en silencio. Se acerca y usa palabras para revelarse y explicar todo lo demás. Dios no es solamente un Dios que hace, sino también un Dios que habla a Su pueblo poderosa, elabo­rada, coherente, exhaustiva y claramente. Cada fase de Su obra está marcada con Sus palabras. No deja a Su pueblo sin testimonio.

La comunicación de Dios está diseñada con amor para abordar la ne­cesidad del momento, utilizando palabras que puedan ser entendidas con facilidad. Antes de obrar, Dios revela lo que está a punto de hacer; mientras está obrando, habla de lo que está haciendo; y cuando termina, interpre­ta lo que ha hecho. Es un Dios que puede ser conocido porque es un Dios que habla. La Escritura lo presenta como el gran estándar para todo tipo de comunicación.

Dios define Su carácter, Su voluntad, Su plan, Su propósito y Su verdad a través de Sus palabras. Palabras como roca, sol, fortaleza, escudo, pastor, padre, juez, cordero, puerta, amo, agua y pan explican quién Él es y qué hace. Estamos tan familiarizados con estas palabras que tendemos a olvidar su im­portancia. ¡Pero estas son las palabras con las que hemos llegado a conocer al Rey de Reyes y Señor de Señores! No podrás entender la comunicación humana si no empiezas aquí, con la gloria de Dios y con Su maravillosa gra­cia al revelarse a nosotros en términos que podemos entender y que a la vez alteran radicalmente nuestra perspectiva sobre todo lo que existe.

No hay mejor ejemplo que las palabras de Isaías 40.

[…]

Las palabras de Dios no solo lo definen a Él, sino que también definen Su creación. Le dan identidad, significado y propósito a todo lo que Dios ha creado. La única manera de conocernos a nosotros mismos es escuchando las palabras que Él ha dicho acerca de nosotros. Dios nos dice quiénes so­mos, define lo que debemos hacer y la manera de hacerlo. ¡No hubiéramos podido descubrir estas cosas por nuestra propia cuenta! La única esperanza para Adán y Eva era que Dios les hablara, dándoles identidad y propósito, y dándole sentido al mundo en el que habían sido puestos.

Las palabras de Dios establecen límites y dan libertad. Sus palabras crean vida y traen muerte. Dios creó el habla, y Sus primeras palabras demuestran su importancia. Las palabras son valiosas. Las palabras revelan, definen, ex­plican y moldean.

 

Las personas hablan

Al considerar la comunicación desde el punto de vista de la creación, tam­bién necesitamos notar que Adán y Eva hablaban. Quizá este punto parece demasiado obvio para ser mencionado, pero su importancia no debe pasar inadvertida. La habilidad de Adán y Eva para comunicarse por medio de palabras los hizo únicos en toda la creación. Ellos podían tomar sus pensa­mientos, deseos y emociones, y compartirlos el uno con el otro. Eran seme­jantes a Dios; ¡podían hablar! Al darles esta habilidad, Dios estaba dándole forma a sus vidas.

No hay nada en lo que dependamos más que en nuestra habilidad de dar y recibir comunicación. Siempre estamos hablando, ya sea conversando tranquilamente mientras tomamos café, conversando ansiosamente en un aeropuerto lleno de gente, explicando por qué llegamos tarde o por qué no completamos nuestro trabajo. Hablamos al enseñarle a nuestros hijos o al intervenir en una discusión; hablamos en un largo debate en el congreso o en una discusión intensa con un amigo. Hablamos en noches tranquilas y agradables con palabras de motivación deportiva o con palabras románticas; hablamos con palabras de corrección y amonestación o de enojo e irritación. La gente habla en medio de la confusión de una estación de tren en la India, y en medio de las voces de niños que salen de su escuela en Soweto para regresar a sus casas.

Las palabras dirigen nuestra existencia y nuestras relaciones. Moldean nuestras observaciones y definen nuestras experiencias. Es a través de la conversación que realmente llegamos a conocer a los demás. Deseamos estar solos cuando hemos escuchado demasiadas palabras, y nos sentimos solos cuando pasa mucho tiempo sin que alguien nos hable.

Al crearnos con la capacidad de hablar, Dios no solo nos apartó del res­to de la creación, sino que ha determinado la naturaleza de nuestras vidas y relaciones. ¿Quieres aprender? Escucha y habla. ¿Quieres tener una re­lación? Escucha y habla. ¿Quieres conseguir un trabajo? Escucha y habla. ¿Quieres adorar? Escucha y habla. ¿Quieres educar a tus hijos? Escucha y habla. ¿Quieres servir al cuerpo de Cristo? Escucha y habla. La gente se co­munica; es la naturaleza de nuestra existencia. Las palabras afectan todas las demás cosas que hacemos como seres humanos. Dios creó nuestro hablar y le dio valor.

En Génesis 1, el mundo de la comunicación humana se caracterizó por la simplicidad y la belleza. No hubo dificultades para comunicarse, no hubo guerra de palabras. Todo lo que se decía reflejaba la gloria de Dios. No hubo discusiones ni mentiras, no hubo palabras de odio ni respuestas impacientes ni irritadas. No hubo gritos, maldiciones ni condenaciones. No se dijeron palabras con orgullo, engaño, manipulación ni egoísmo. Solo hubo palabras verdaderas, dichas con amabilidad y amor, y por tanto no existía la necesi­dad de un libro como este acerca de la comunicación. Cada palabra cumplía el estándar del ejemplo y el diseño de Dios.

Tristemente, el mundo de Génesis 1 hace mucho que no existe. El regalo maravilloso de la comunicación se ha convertido en la fuente de mucho peca­do y sufrimiento. Muy a menudo, los seres humanos hablan e ignoran el dise­ño de Dios, destruyendo lo que Él ha hecho. Al recordar y maravillarnos con Génesis 1, debemos también recordar que pronto vendrá el día en que la gue­rra de palabras llegue a su fin; ese día en que ya estemos con Dios y seamos como Él, hablando únicamente conforme a Su diseño, por toda la eternidad.

 

Génesis 1 y nuestras palabras

Luego de considerar la comunicación en Génesis 1, ¿qué concluimos? En primer lugar que nuestras palabras le pertenecen al Señor. Él es el Gran ora­dor. La maravilla, la importancia, la gloria de la comunicación humana tiene su origen en Su gloria y en Su decisión de hablar con nosotros, de permi­tirnos hablar con Él y con los demás. Dios nos ha abierto las puertas de la verdad, utilizando las palabras como Su llave. La única razón por la que entendemos cualquier cosa es porque Él ha hablado. Las palabras le perte­necen a Dios, pero Él nos las ha prestado para que podamos conocerle y seamos usados por Él.

Esto significa que las palabras no nos pertenecen. Cada palabra que di­gamos debe corresponder con el estándar de Dios y con Su diseño. Nuestras palabras deben hacer eco del Gran orador y reflejar Su gloria. Cuando per­demos esto de vista, nuestras palabras pierden su única protección ante las dificultades. Dios creó el habla para lograr Sus propósitos. Nuestras palabras le pertenecen a Él.

 

Examínate

Una autoevaluación de tu comunicación

A continuación están algunos frutos de la conversación piadosa (ver Gá 5:22-23). Evalúate al comenzar este libro.

  1. ¿Llevan tus conversaciones con los demás a una resolución bíblica de los problemas?
  2. ¿Cuál suele ser tu postura al conversar la de “estamos en el mismo equi­po”, o la de “yo estoy en contra de él/ella/ellos”?
  3. ¿Animan tus palabras a los demás a ser honestos en cuanto a sus pensa­mientos y sentimientos?
  4. Cuando hablas con los demás, ¿te muestras accesible y enseñable, o siem­pre estás a la defensiva?
    • 5. ¿Consideras que tu comunicación en las principales relaciones de tu vida es saludable? Piensa en las siguientes relaciones:
    • padre – hijo
    • esposo – esposa
    • hermano – hermano
    • familia extensa
    • jefe – empleado
    • amigo – amigo
    • cuerpo de Cristo
    • prójimo – prójimo.
    •  
  1. ¿Crees que tus palabras animan a perseverar en la en fe y a crecer espiritualmente?
  2. ¿Hablas con los demás para desarrollar relaciones con ellos, o solo hablas cuando hay que resolver problemas en tiempos de dificultad?
  3. ¿Hablas palabras de confesión que sean humildes y honestas cuando pe­cas, y palabras de perdón sincero cuando otros pecan contra ti?
  4. ¿Reflejan tus palabras una disposición a servir a los demás, o un deseo de que los demás te sirvan?
  5. Al enfrentarte a tus luchas con las palabras, ¿lo haces reconociendo el evangelio—el perdón de Dios, Su gracia capacitadora y la obra santifica­dora del Espíritu Santo?

 

Antes de continuar tu lectura de este libro, te animo a que hagas un au­toexamen honesto. Confiésale tus pecados a Dios y a los demás, y compro­métete a trabajar para que puedas cambiar a medida que vayas leyendo.

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