Verdadera adoración: más allá de las palabras

Aquellos Magos nos enseñan que la adoración no se trata de recibir, sino de dar lo mejor de nosotros al Rey.

04 DE ENERO DE 2025 · 23:05

Fotografía de <a target="_blank" href="https://unsplash.com/es/@myhopelives">Rick Oldland</a>. / Unsplash.,
Fotografía de Rick Oldland. / Unsplash.

"La adoración acepta la realidad de Dios y responde con reverencia y asombro.", A.W.Tozer.

"En la adoración, Dios comunica su presencia a su pueblo.", C.S. Lewis.

"La adoración es el punto culminante de la vida humana.", Karl Barth.

 

La verdadera adoración no se limita a canciones, palabras o actos meramente religiosos, es una expresión sincera del corazón que reconoce la grandeza de Dios, busca su voluntad y responde con obediencia. Adorar es someter todo nuestro ser, mente, cuerpo y espíritu al Señor en espíritu y en verdad.

La adoración genuina trasciende los rituales, es un estilo de vida donde cada pensamiento, acción y decisión refleja nuestra devoción. Cuando nos acercamos a Dios con un corazón humilde y rendido, nuestra adoración se convierte en un testimonio de su amor y de su gloria.

Dice La Escritura:

“Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren.”, Juan 4: 23 y 24.

"Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional", Romanos 12: 1.

“Adorad a Jehová en la hermosura de la santidad; temed delante de él, toda la tierra.", Salmo 96: 9.

La historia de los Magos que nos narra el evangelista Mateo, es un hermoso ejemplo de verdadera adoración. Estos hombres sabios, provenientes del Oriente, emprendieron un largo y arduo viaje guiados por una estrella para encontrar al Rey de los judíos. Su acto de adoración no fue casual ni superficial; implicó preparación, sacrificio y un corazón sincero dispuesto a honrar al Mesías.

Al llegar a Belén, los Magos no se presentaron con las manos vacías, llevaron regalos significativos: oro, incienso y mirra. Estos regalos no eran solo ofrendas materiales; sino símbolos profundos de la realeza, divinidad y sacrificio de Jesús. Más allá de los presentes, su acto más valioso fue postrarse y adorar al Niño, reconociendo su verdadera identidad.

La verdadera adoración, como la de aquellos Magos, requiere humildad, búsqueda diligente y entrega total, y nos invita a salir de nuestra zona de comodidad, a reconocer la soberanía de Cristo y a rendirle lo mejor de nuestro corazón. Aquellos Magos nos enseñan que la adoración no se trata de recibir, sino de dar lo mejor de nosotros al Rey.

¿Qué "oro, incienso y mirra" puedo ofrecer hoy en adoración a Jesús? Quizá sea mi tiempo, talentos, amor, o incluso mis luchas y cargas. La verdadera adoración implica rendirle todo a Aquel que lo dio todo por mí.

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