Helen Keller, la realidad de lo imposible

Una vez ganado con justicia su derecho a hablar en el ágora humana, Helen no duda en levantar la voz para demostrar que el sueño sin fin de sus ojos y oídos le permitió despertar un sexto sentido.

11 DE OCTUBRE DE 2020 · 10:00

Helen Keller fotografiada en 1920. / Wikimedia Commons,
Helen Keller fotografiada en 1920. / Wikimedia Commons

“Si la oportunidad no llama a tu puerta, construye la puerta”.

“El único lugar en el que la superación está antes que el trabajo es en el diccionario”.

“Lucha por tus sueños o los demás te impondrán los suyos”.

“Pregúntate si lo que estás haciendo hoy te acerca al lugar en el que quieres estar mañana.”

“El primer paso no te lleva donde quieres ir, pero te acerca donde quieres estar”.

“No somos producto de nuestras circunstancias. Somos producto de nuestras decisiones”.

Helen Keller

 

Hoy quisiera fijar mis ojos a vuestro lado, sobre una mujer muy especial, ese tipo de mujeres que no son demasiado conocidas para el gran público; pero cuyo ejemplo de vida nos inspiran, nos enseñan, y escribiendo desde un medio cristiano evangélico, llevándolo siempre al terreno espiritual.

Me estoy refiriendo a una mujer tremendamente especial, Helen Adams Keller, sordociega desde niña.

Hacia finales del siglo XIX, en un pueblo común del occidente de los Estados Unidos (Tuscumbia, Alabama), nacía sin limitaciones una niña normal que antes de llegar a los dos años de edad perdió el sentido de la vista y del oído, debido a una inexplicable fiebre que los médicos describieron como una congestión aguda del cerebro y el estómago. Así comienza la historia memorable y heroica de Helen Keller, una mujer que no es suficiente ubicar en las tierras soberanas de lo incomparable, sino que exige otorgarle un lugar en los distinguidos dominios de lo imprescindible. Llevada de la oscuridad a la luz por las manos benditas de su tutora Anne Sullivan y el método Tadoma, esta mujer excepcional escribió en el mármol de lo notable sus catorce libros, hechos de penumbras y perplejidades. Entre ellos “El mundo en que vivo”, tal vez su estatua más brillante.

“Acabo de tocar a mi perro… este pequeño incidente me dio la idea de ofrecer una charla sobre las manos, de manera que, si por fortuna mi charla sale bien, se lo tendré que agradecer a mi perro-estrella”. Así comienza el libro “El mundo en que vivo”, publicado en 1908, a los 28 años de edad. Son quince ensayos autobiográficos sobre la exploración y experiencia del mundo por medio de los sentidos del tacto, el gusto y el olfato, y la correspondiente construcción de un universo de imágenes y sonidos con significado creados a partir de analogías, por parte de una persona que carecía del sentido de la vista y del oído.

“La mano que ve”, “Las manos de los demás”, “La mano de la raza” y “El poder del tacto”, así se llaman los cuatro primeros capítulos dedicados al tacto; principal vía de unión, comunicación, conocimiento y contacto con el mundo para la autora: “Mi mano es para mí lo que el oído y la vista son para vosotros (…) la mano es lo que me une al mundo de los hombres y las mujeres. La mano es mi antena, con ella salgo del aislamiento y la oscuridad”.

Después de ofrecernos con sutileza y cariño su compañía, y llevarnos encantada por una senda no demasiado transitada a un mundo donde la mano es soberana, Helen Keller, a modo de una guía casi diría que maternal, nos va mostrando que su predecible reino de silencio y sombra está lleno de luz y de vida. Con una estoica elocuencia y en un poético tono, la autora nos va introduciendo en el insólito universo de correspondencias que tuvo que tejer para construirse un mundo; con cuadros hechos de pigmentos lingüísticos, Helen nos enseña el papel primordial de la analogía, la metáfora y la imaginación; en su proceso de elaboración de sensaciones, significados y sentidos: “¡Qué pobre sería el mundo sin la imaginación! Mi huerta sería una parcela de tierra silenciosa llena de estacas de una gran variedad de formas y aromas. Sin embargo, cuando los ojos de mi mente se abren a su belleza, la tierra desnuda se ilumina bajo mis pies, el seto revienta de hojas y el rosal esparce su fragancia por doquier. Conozco el aspecto que tienen los árboles en flor y penetro en el gozo absoluto y enamorado de las aves que se acoplan, este es el milagro de la imaginación”.

Manos ásperas, manos suaves; manos alegres, dulces y hospitalarias o manos rudas, tristes y amargas; manos abiertas, francas y democráticas o manos apáticas, indiferentes y arbitrarias; manos inquietas, imprudentes y nerviosas; manos tranquilas, atentas y afectuosas; manos gruesas, desgastadas y laboriosas o manos cómodas, inútiles y ociosas. En el capítulo dedicado a “Las manos de los demás” Helen dice: “Estoy convencida de que no hay manos que puedan compararse con las del médico, por su destreza paciente, su dulzura compasiva y su magnífica certeza”.

“La mano de la raza” y “El poder del tacto” son dos estaciones dedicadas a demostrar la importancia de la mano en la historia de la civilización y de la percepción humana. Se apoya en citas muy selectas literarias extraídas fundamentalmente de Shakespeare y la Biblia.

La compositora absolutamente magistral de esta increíble sinfonía habla con alegría y gozo de la relación de un sordo con la música… ¡nada de tristeza o frustración, nada de vergüenza o lamentos en do mayor! En el capítulo “Las vibraciones más sutiles”, nos encontramos con un precioso ser que, al mismo tiempo que reconoce sus límites, explora con lupa y telescopio lo que hay dentro de ellos, dentro de una sensibilidad dispuesta a vibrar con el eco luminoso de la palabra posible…  órgano, violín y piano son fuego para sus oídos callados.

Aunque Helen admite no conseguir distinguir una composición de otra, logra percibir la fuerza, el ritmo y la armonía elocuente de los silencios ordenados y puede sentir como bailan en esta pieza, tomadas de la mano, el ruido de la ciudad y la música del campo; ambos espacios le hablan, aunque como es natural prefiere el “ritmo de la música de la orquesta de la naturaleza, y las incontables voces suaves de la tierra”.

El precioso río de la sensación nos lleva al corazón de su olfato; otro lleno de lenguajes sentidos, otra puerta de ojos y sonidos, otra ventana simplemente mágica entre la oscuridad y el mundo; el agua fresca o corrompida de las exhalaciones, hace posible para Helen la percepción de horizonte, distancia y perspectiva, fenómenos de la representación correspondientes en esencia a la función de la vista: “Los olores no sugieren nada por sí solos. Por asociación, debo aprender en función de ellos a medir la distancia, identificar el lugar, las acciones o los entornos en los que habitualmente se producen, así como, según me han dicho, la gente aprecia estas cosas en función del color, la luz y el sonido”. En el ensayo “El olfato: el ángel caído”, defiende su modo de pensar de un modo exquisito. 

Me siento tremendamente atraída por la música esencial de su lírica en  prosa, y aquí llego a un cinturón de islas donde el fuego de la poesía emerge irreprochable de la montaña fría del discernimiento. “Valores relativos a los sentidos”, “El mundo de los cinco sentidos”, “Visiones interiores” “Analogías en la percepción de los sentidos” y “Las mayores sanciones”, son tierra bien abonada de metáforas rodeadas de reflexión, un auténtico archipiélago de soles, donde el viaje por los sentidos se torna más profundo; pues una vez ganado con justicia su derecho a hablar en el ágora humana, Helen no duda en levantar la voz para demostrar que el sueño sin fin de sus ojos y oídos le permitió despertar un sexto sentido, y elevarse muy por encima del promedio anodino de la raza humana: el sentido de la visión, un sentido adquirido por el cultivo y desarrollo de la sensibilidad, que le permitió descubrir que “la agudeza de nuestra visión no depende de cuánto podemos ver; sino de cuánto podemos sentir”, pues “la vista es la función de los ojos, pero la visión es la función del corazón”.

Luz y más luz... antes de llegar a esos poéticos aciertos sobre nuestra condición moral y de demostrarnos así que nuestra misión más honorable como seres humanos es la sensibilidad, Helen Keller le otorgó una raíces filosóficas a esas brillantes flores que el más escéptico juzgaría simplemente como ingeniosa poesía: “El orden, la proporción y la forma no pueden generar en la mente la idea abstracta de belleza, a menos que previamente exista una inteligencia del alma que insufle vida a estos elementos. Hay muchas personas con una vista perfecta que son ciegas en sus percepciones, y otras con un oído perfecto que son emocionalmente sordas”.

La intuición de Helen Keller va de la mano de su facultad para razonar y no da ni la mínima tregua. Durante todo el viaje de “El mundo en el que vivo”, metáforas y conceptos, realmente bailan al compás de la música poética de la correspondencia y ni se pisan. La orquesta de los sentidos de Helen hace de la analogía el puente espiritual para superar la carencia de luz y sonido, y lograr construir un mundo interior donde el color y la música sean también posibles. Un mundo que nos es presentado con nombre y apellido en los últimos tres ensayos del libro: “el mundo de los sueños”. “El mundo onírico”, “Los sueños y la realidad” y “Un sueño consciente”. Estas son las últimas estaciones de este paseo increíble y maravilloso por el país del milagro, por la maravillosa y exuberante visión mental de una mujer que hizo de la imaginación el sol que fecundó la tierra yerma de su noche y su silencio.

A bordo de algo tan fascinante como el ensueño, esta genial mujer y escritora, celebra el triunfo de la luz sobre las tinieblas con una fiesta  donde ideas, emociones, sentimientos, filósofos y artistas se ponen sus mejores galas, para asistir al gran baile de la fantasía donde Helen es “Alicia”, y su maravilloso cerebro el “País de las Maravillas”. Todo nacido de la visión de ese sueño consciente, es entonces cuando nos inunda una ola que esperemos se grabe por siempre en nuestra memoria: “Lo más importante no es la posesión de una cosa, sino la habilidad para servirse de ella”.

La dicha más grande del libro “El mundo en el que vivo”, es la de ser siempre y en cualquier instante una feliz invitación: la invitación a sentir, la invitación a hacer un uso noble y honorable del don de la vida y del milagro de los sentidos, hasta el final de nuestros días; e invitar a hacer lo mismo a todas las personas que estén a nuestro alcance.

Tenemos ojos que son capaces de observar y contemplar, y nos limitamos a ver. Tenemos oídos para escuchar y atender, y nos limitamos a oír. Tenemos la vida para procurar ser mejores, y nos limitamos a seguir siendo el triste pozo de lo mismo, mientras esperamos el naufragio total.

Si la dignidad humana se trata de ganarnos por nuestros propios medios un lugar en el mundo, sin lugar a dudas o réplica de ningún tipo, podemos asegurar que Helen Keller supo ganarse un rincón especial en la historia de la humanidad, y es el correspondiente al arquetipo del esfuerzo y la voluntad. El legado más valioso de esta escritora norteamericana trasciende la belleza, la justicia y la verdad de las palabras, y se eleva al grado de sublime lección de gratitud, humildad y templanza.

¿Cómo fue posible que una mujer ciega y sorda casi de nacimiento pudiera lograr las cumbres del pensamiento filosófico y poético? ¿Cómo fue posible siquiera que en la aridez de su tierra pudiera germinar un verso, una metáfora o un elevado argumento, árboles hechos de imágenes, música y luz blanca del raciocinio? No lo sé, y siento que nunca lograré comprender, por más que me expliquen, cuál fue el método para sembrar en su interior las palabras y conseguir hacer brotar la hierba del lenguaje de su oscuridad.

Creo que eso lo entiendo; pero aceptar y dar por hecho la posibilidad de un bosque tropical en medio del desierto, eso es algo casi inconcebible. Lo cierto es que la evidencia no da lugar a dudas y al volver sobre las pruebas los hechos son irrefutables. A pesar de la necedad de nuestro mezquino entendimiento, Helen Keller fue y seguirá siendo un bosque de plumas y orquídeas en el corazón del desierto. Acaso ese desierto sea nuestro corazón yermo que al recordar su ejemplo vuelve a florecer y a creer en la vida.

Sabéis lo que me gusta encontrar biografías especiales de mujeres que me fascinan, en el caso de la mujer que nos ocupa en estos momentos, un tanto ignorada, pero realmente increíblemente maravillosa. Y es tremendamente curioso cuando siempre encuentro en cada una de estas mujeres, un dato, una alusión en su biografía a la Biblia... cuando medito sobre todo esto, me vienen a la mente las preciosas palabras de la Escritura:

“Y llegó a cierto lugar y pasó la noche allí, porque el sol se había puesto; tomó una de las piedras del lugar, la puso de cabecera y se acostó en aquel lugar. Y tuvo un sueño, y he aquí, había una escalera apoyada en la tierra cuyo extremo superior alcanzaba hasta el cielo; y he aquí, los ángeles de Dios subían y bajaban por ella. Y he aquí, el SEÑOR estaba sobre ella, y dijo: Yo soy el SEÑOR, el Dios de tu padre Abraham y el Dios de Isaac. La tierra en la que estás acostado te la daré a ti y a tu descendencia”. (Génesis 28:11-22)

“Cuando llegó Gedeón, he aquí que un hombre estaba contando un sueño a su amigo, y decía: He aquí, tuve un sueño; un pan de cebada iba rodando hasta el campamento de Madián, y llegó hasta la tienda y la golpeó de manera que cayó, y la volcó de arriba abajo y la tienda quedó extendida. Respondió su amigo, y dijo: Esto no es otra cosa que la espada de Gedeón, hijo de Joás, varón de Israel; Dios ha entregado en su mano a Madián y a todo el campamento. Cuando Gedeón oyó el relato del sueño y su interpretación, se inclinó y adoró.” (Jueces 7:13-15)

“Y José tuvo un sueño y cuando lo contó a sus hermanos, ellos lo odiaron aún más. Y él les dijo: Os ruego que escuchéis este sueño que he tenido. He aquí, estábamos atando gavillas en medio del campo, y he aquí que mi gavilla se levantó y se puso derecha, y entonces vuestras gavillas se ponían alrededor y se inclinaban hacia mi gavilla….

Y sus hermanos le dijeron: ¿Acaso reinarás sobre nosotros? ¿O acaso te enseñorearás sobre nosotros? Y lo odiaron aún más por causa de sus sueños y de sus palabras...” (Génesis 37:5-10)

“Él dijo: Oíd ahora mis palabras: Si entre vosotros hay profeta, yo, el SEÑOR, me manifestaré a él en visión. Hablaré con él en sueños”. (Números 12:6)

“El rey respondió, y dijo a Daniel, a quien llamaban Beltsasar: ¿Eres tú capaz de darme a conocer el sueño que he visto y su interpretación? Respondió Daniel ante el rey, y dijo: En cuanto al misterio que el rey quiere saber, no {hay} sabios, encantadores, magos {ni} adivinos que puedan declarar{lo} al rey. Pero hay un Dios en el cielo que revela los misterios, y El ha dado a conocer al rey Nabucodonosor lo que sucederá al fin de los días….” (Daniel 2:26-28)

¿Te sientes como nuestra querida Hellen, con alguna incapacidad en algún sentido? ¡Sueñaaaaaaaaaa, y no dejes que nadie pueda jamás destruir tus sueños! Deja que Dios se encargue del resto; el creador de los sueños, si te dejas en sus preciosas manos, hará de tu vida y tus sueños la más preciosa realidad dentro de su divina voluntad.

 

Fuentes:

www.latravelista.com

Hellen Keller y la alegría del sentir, El Espectador

Santa Biblia

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