Amor no violento

Los niños y las niñas jamás aprenderán de forma genuina a la fuerza, con agresividad, con amenazas, con manipulaciones...

19 DE ABRIL DE 2025 · 21:30

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Foto de Zahra Amiri en Unsplash

Es lamentable la noticia de la escuela infantil en Torrejón de Ardoz. Es terrible escuchar las justificaciones de la persona que agredía a la pequeña defendiendo su comportamiento con discursos como estos: "Es que no comía bien". "Es que yo estaba bajo presión de sus padres y de la misma niña".

Nuestra primera reacción es el rechazo, nos llevamos las manos a la cabeza y nos entristecemos por las formas tan poco humanas de tratar a una niña, pero ¿Esto es algo puntual? ¿De verdad nos creemos que esta señora tan mal formada para tratar a una menor es la única persona que utiliza estas artimañas tan deplorables?

¿Y si hemos normalizado la violencia?  —Ah, no, no, — podríamos pensar — yo jamás sería capaz de tratar así a un niño o una niña. — ¿Así cómo? ¿En qué momento la agresividad es denunciable? ¿En qué grado? ¿Sólo cuando se le empuja al menor? ¿Sólo cuando se le zarandea? ¿Sólo cuando se le fuerza a comer? ¿O también cuando se le grita? ¿Cuál es el límite? ¿Cuándo es un maltrato y cuándo no lo es? ¿No te das cuenta de lo normalizada que tenemos la violencia?

El abandono emocional es violencia: es la violencia del desamparo. La incapacidad de reconocer las necesidades básicas emocionales de los niños es violencia. Negar brazos y contención es violencia. No mirarlos es violencia. Exigir que se adapten desmesuradamente al mundo de los adultos es violencia. Lo digo desde un lugar de cierta provocación porque nos gusta creer que la violencia solo la ejercen los otros (…) pero la sociedad somos cada uno de nosotros. Simplemente quiero hacer hincapié en que la violencia domina un abanico inmenso de modalidades, y que a veces al ser muy sutil o poco explícita, no la reconocemos como tal. Laura Gutman.

—Bueno, yo es que no he salido tan mal y a mi me pegaban una torta de vez en cuando — ¿Qué tiene que ocurrir para que dejemos de defender lo indefendible? ¿Qué debe cambiar para que nos parezca una aberración que una maestra de una escuela infantil agreda a una menor, pero no nos parezca tan grave que ocurra de puertas para adentro en el entorno familiar? ¿El amor y la educación están vinculados con la violencia? ¿De dónde hemos sacado la idea de que debemos hacer sentir mal a los niños y a las niñas para que aprendan? ¿O amenazarlos para que integren? ¿O pegarles para que corrijan su actitud?

¡BASTA! ¡Basta de carencias educativas! Basta de educar sobre la marcha, de utilizar los recursos obsoletos, deshumanizados y sin sentido para nuestros niños y niñas. ¡Basta de justificar la violencia para “enseñar” a nuestros pequeños a comportarse! Entendámoslo de una vez, así no aprenden, así no integran el aprendizaje. Con la violencia infundimos una emoción, el miedo y desde ese miedo NUNCA entenderán ni interiorizarán la enseñanza. Solo actuarán por temor a posibles consecuencias o bajo la manipulación. Con la violencia los niños solo cambian de conducta por el miedo a su figura de apego y esa figura no es otra que nosotros mismos, sus papás y sus mamás. Estos son los atajos tan denigrantes que hemos normalizado cuando la violencia acampa a sus anchas. Son atajos porque nos obcecamos con la inmediatez y queremos que aprendan todo ya, cuanto antes, y el aprendizaje real funciona de otra manera, la enseñanza es un entrenamiento a fuego lento, un proceso que requiere su tiempo.

Aún hoy escuchamos discursos distorsionados, sacados de contexto y mal interpretados que defienden la violencia en la infancia, ¡Ya está bien! ¿El centro del evangelio no es amor al prójimo? ¿Y en qué momento hemos sacado de la ecuación a la infancia? Porque, no señores, no se pega por amor, no se grita, ni se amenaza, ni se arrincona, ni se manipula por amor. Jamás mostraremos el verdadero amor de Dios desde este lugar, justificando la violencia en todas sus formas. Ni mucha, ni poca, ni media, cuando hay amor, no existe la violencia, y si hay violencia, es que tenemos carencia de amor.

El amor no sufre del miedo. Por el contrario, el amor que es maduro echa fuera el miedo, pues el miedo tiene que ver con el castigo. Así que el que sufre del miedo, todavía tiene que madurarse en el tema del amor. 1ª Juan 4:18

Está claro que nuestra tarea es acompañar a nuestros pequeños y pequeñas para que puedan comprender las normas, para que entiendan lo que significa vivir en este mundo, para prepararlos para la vida. No podemos quedarnos de brazos cruzados y esperar que aprendan todo solos, por supuesto, pero eso no significa que no podamos reajustar nuestra manera de tratarlos y analizar si eso que usamos son las herramientas que realmente necesitan.

“¡Dejad que los niños vengan a mi y no se lo impidáis!” dice Jesús. Esas palabras son para ti y para mi también hoy, porque tristemente, algo estamos haciendo mal para impedir que ese amor se materialice en la vida de nuestros hijos e hijas. Estamos espantando a nuestros pequeños del amor de Dios, que no es otra cosa que el amor que el mismísimo Jesús puso de acción, un amor sin condición, que acompaña, que no impone su criterio a la fuerza con chantajes, que destierra la manipulación, que no penaliza con abandono como moneda de cambio, que deja que las consecuencias de los actos sean la mayor enseñanza, que acompaña el llanto con ternura aún a pesar de que los motivos parezcan minucias sin importancia. Que es experto en paciencia, especialista en segundas oportunidades, que es maestro y consejero. Que entiende de procesos, respeta los tiempos, sostiene y consuela. Que se pone a la altura de quien acompaña para entender de primera mano el camino que transita, para ayudar con las herramientas adecuadas, con un amor que cubre todas las faltas, sin doblez, que cala en lo más hondo del corazón. Ese amor genuino, ese amor que Jesús mostró, es el que debemos hacer nuestro, en nuestra familia, en nuestra casa, con nuestros hijos e hijas.

Tenemos que asimilar de una vez que los niños y las niñas jamás aprenderán de forma genuina a la fuerza, con agresividad, con amenazas, con manipulaciones… porque, aunque estas formas de tratar con la infancia nos hayan acompañado durante tantos años nada justifica el uso de la violencia. Nada, es nada. Hoy tenemos un nuevo día por delante para desterrar la violencia y utilizar el amor sin medida, el amor capaz de iluminar la vida de nuestros hijos e hijas, un amor libre de temor, el amor de Dios, un regalo de por vida.

“…Nada podrá separarnos del amor que Dios nos ha mostrado en Jesús” Romanos 8:39

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Fe sencilla - Amor no violento