La ética y la vida personal

A través de los años se ha abordado de múltiples formas la ética inspirada en el pensamiento de Calvino. Desde el interior de las iglesias, una tendencia muy extendida es la lectura casi hagiográfica de todo lo relacionado con el reformador y, por el contrario, fuera de ellas en ocasiones se critican duramente algunas consecuencias del calvinismo. Un problema histórico grave consiste en identificar puritanismo con calvinismo, puesto que el primero fue la encarnación de la tradición

06 DE JULIO DE 2007 · 22:00

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El teólogo reformado alemán Jürgen Moltmann resume la ética calvinista en tres aspectos básicos: la vida personal, la ética económica y la ética política(1). La fe reformada considera primero la vida personal desde el punto de vista de la vocación y la santificación: “El hombre es llamado de en medio de sus múltiples ocupaciones vitales de carácter religioso, social y político, para entrar en comunión con Cristo. [...] La vocación por la palabra del evangelio libera al hombre de todos los vínculos de este mundo, ajenos a Dios, pero le coloca simultáneamente bajo el precepto divino que le encamina a la vida y conduce a la creación entera al reino de Dios.”(2) La vocación cristiana (o llamamiento) no implica la renuncia al mundo en el sentido negativo, sino la necesidad de vivir en él con la luz de Cristo y la firme intención de transformarlo. La vocación y la fe introducen a los creyentes a una esfera de esperanza transformadora: “No provocan la huida ni el desprecio del mundo, sino que colocan al hombre bajo la luz boreal del futuro de Dios que ha de brillar sobre el mundo entero, envuelto en tinieblas”(3). De ahí que el sociólogo alemán Max Weber (1864-1920), el gran analista de la ética protestante, se refiera a la actitud calvinista básica como un ascetismo intramundano, es decir, una conducta activa pero inconforme ante el mundo que aún no acepta el reinado de Cristo en su totalidad. El ascetismo es la disposición religiosa intensa y dedicada que, aun cuando remite al abandono del mundo de los antiguos ascetas o anacoretas, la gran diferencia consiste en que dicha práctica se vive dentro del mundo, en medio de sus problemas y contradicciones. El segundo elemento de la vida personal cristiana es la santificación: “De la experiencia de la vocación personal brota la misión de santificar toda la vida profana en orden al reino de Dios. De aquí que la fe reformada entendiera siempre el precepto de Dios y los mandamientos del antiguo y nuevo testamento como pauta para la nueva vida de fe”(4). Al asimilar la vida secular dentro del horizonte de búsqueda de la gloria de Dios, todo lo que piensa y hace cualquier creyente participa del horizonte de la santificación. Por ello todas las vocaciones son santas, no solamente las relacionadas con lo religioso o “el servicio a Dios”. De esta manera el trabajo humano es redignificado y colocado en una perspectiva positiva, permitiendo a las personas una existencia sometida al mandato divino y, al mismo tiempo, con amplias posibilidades de desarrollo individual y comunitario. Aquí entra la pregunta sobre qué tipo o modelo de hombre y mujer moldea la ética calvinista, que André Biéler responde así:
[El calvinismo] creó una raza de ´ciudadanos libres y honrados´, dice Doumergue [...] En la iglesia reformada, el cristiano no se santificaba al obedecer a una jerarquía o al renunciar a la vida secular. Él glorificaba a Dios en el mundo por medio de la obediencia fiel a Su santa voluntad. Él oraba a Dios que no lo quitara del mundo sino que le guardara del mal. Para él lo que estaba bajo maldición no era el mundo en sí sino más bien el mal que está dentro del mundo. El cristiano no debiera renunciar a la vida familiar, al empleo secular o a puestos políticos, sino más bien al libertinaje, la negligencia, la intemperancia, la mentira, esto es, a todo lo que es contrario a la regla de fe y vida dados por Dios en las Escrituras. Esa es la meta asignada a la vida del cristiano reformado(5).
En este aspecto, Calvino otorgó a la Ley un papel fundamental en su ética, lo cual se aprecia en la prominencia con que trabaja el tema del Decálogo en su obra. Además, aunque entendía la ley de Dios como una unidad, desarrolló la idea del triple uso de la ley: el primero es el pedagógico, encaminado a revelar la justicia que demanda el Creador a sus criaturas; el segundo es el uso civil, para someter las tendencias sociales hacia la maldad; y el tercero, el principal, dirigido sólo a los cristianos, “es un instrumento positivo que capacita a los creyentes para comprender y encarnar la voluntad de Dios en sus vidas. Aquí la ley deja de ser una ´ley desnuda´ o ´letra muerta´ para funcionar como la ley del pacto, ´ley de gracia en relación con el pacto de libre adopción´ (IRC, II, vii, 12-13, II, vii, 2)”(6).
1) J. Moltmann, “La ética del calvinismo”, en El experimento esperanza. Salamanca, Sígueme, 1977, p. 100. Cf., además, Georgia Harkness, John Calvin: the man and his ethics. Nashville, Abingdon Press, 1958; y L. Cervantes-Ortiz, “José Luis Aranguren y el calvinismo”, en Protestante Digital, España, núm. 124, 18 de abril de 2006, AQUÍ. 2) Idem. 3) Idem. 4) Idem. 5) A. Biéler, “Hombre y mujer en la moral calvinista”, trad. de R. Musselmann, en El Faro, pp. 170-171. Este texto es la conclusión del libro de Biéler, L´homme et la femme dans la morale calviniste. Ginebra, Labor et Fides, 1963. 6) Guenther H. Haas, “Calvin´s ethics”, en D. McKim, ed., The Cambridge companion to John Calvin. Cambridge University Press, 2004, pp. 100-101.

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