El síndrome de Noé
La única tabla de salvación que tenemos, es la gracia de Dios.
23 DE MARZO DE 2025 · 09:00

Dios le dijo a Noé: “Entre toda la gente de este tiempo, he visto que tú eres el único hombre bueno”. … Un día bebió vino, se emborrachó y se quedó desnudo dentro de su tienda de campaña. Cuando Cam vio desnudo a su padre, salió corriendo a contárselo a sus dos hermanos. (Génesis 7:1; 9:21-22 Traducción en lenguaje actual)
A todos nos preocupa lo que de nosotros piense la gente. Cómo nos ven los demás es uno de los criterios más importantes para conducirnos por la vida. Nos espanta la idea de que nuestros secretos lleguen a hacerse públicos. En eso consiste el síndrome de Noé. Él había sido declarado por Dios como “el único hombre bueno”. El problema es que se trata de una etiqueta demasiado pesada para llevar sobre los hombros. Nadie puede vivir con ese tipo de prestigio. Tener la fama de ser el mejor estudiante produce la presión de sostener las mejores calificaciones durante toda la vida. Esa presión puede llegar a ser demasiado fuerte y aplastar la vida de un joven o señorita. Tener la reputación de ser el mejor predicador crea un cierto abordaje a la tarea de predicar que no está basado en la gracia de Dios, sino en las cualidades retóricas de los oradores.
Llevar una etiqueta tan grande como “el único hombre bueno” de todo el planeta es un peso enorme. Así le pasó al pobre hombre Noé. Al final de una historia en la que hay arca, animales, diluvio, promesa, arco iris, pacto, y muchos otros detalles de la gracia de Dios, se dice que Noé tenía algunos secretos. Cosas que hacía cuando nadie lo miraba. En el interior de su tienda, cuando estaba solo, expresaba la debilidad de su naturaleza humana. Ebrio y desnudo. Su hijo lo descubrió y llamó a sus hermanos. Al día siguiente, Noé lanzó una maldición a la descendencia de quien lo descubrió. La idea que nos comunica el episodio final de la vida de Noé es que lo malo no es un acto en sí, sino su publicación. Lo grave no es la conducta, sino que se sepa.
Se supo tanto que la noticia logró llegar hasta nuestros días, y la fama de Noé quedó manchada con un rasgo de simple humanidad. Así, muchos respetables de nuestra sociedad tienen sus secretos, y cuando alguien los descubre resulta ser castigado de manera desproporcionada, como si fuera un crimen más grave dar a conocer públicamente las imperfecciones de quienes aparentan ser buenos. Los periodistas de investigación corren peligro, porque lo malo no es tanto el crimen que alguien comete, sino que se dé a conocer públicamente.
Y de todas las miradas que existen, la mirada más tremenda es la mirada de Dios. Aunque pudiéramos escondernos de todos los demás, no podemos escondernos de Dios. Necesitamos urgentemente que algo nos proteja de esa mirada, que algo nos cubra para que Dios no vea nuestro pecado, una tapa, un propiciatorio. Demos gracias al Señor por la vida de su Hijo Jesús, que nos cubre de todo pecado. Andemos en su camino de paz, buscando agradar sólo a Dios.
Dios nos conoce
Dios nos conoce perfectamente. Podemos escondernos de las miradas de los demás, y mantener cosas en secreto. Pero de Dios no es posible esconderse. De todas las miradas que existen, la mirada más tremenda es la mirada de Dios. Necesitamos urgentemente que algo nos proteja de esa mirada, que algo nos cubra para que Dios no vea nuestro pecado.
En eso consiste el principio del propiciatorio. Era la tapa del arca del pacto, adentro del lugar santísimo. En el arca se guardaba un tazón de maná, la vara de Aarón, y las tablas de la ley con los diez mandamientos. En la tapa estaban labradas las figuras de dos ángeles, que por encima del arca juntaban las puntas de sus alas. En el espacio de en medio de esas figuras angelicales se manifestaba la presencia de Dios, hablando a Moisés.
Desde ahí, Dios veía a su pueblo, y veía la realidad del pecado de su pueblo. Somos imperfectos, cometemos errores. Decimos cosas de las que luego quisiéramos arrepentirnos. Fallamos en nuestras actitudes que ofenden al prójimo y a nosotros mismos. Hacemos daño a la creación de Dios, y por todo eso necesitamos cubrirnos de la mirada de Dios.
Sobre el propiciatorio, una vez al año, en el día del perdón, el sacerdote vertía la sangre del sacrificio por el perdón, para que Dios no viera los pecados de su pueblo, que quedaban cubiertos por la sangre del sacrificio.
Así, aunque Dios nos conoce perfectamente, ha provisto un método para que podamos sobrevivir, para seguir caminando en su presencia a pesar de nuestras imperfecciones. Después de muchos años de ejercitar el sistema de sacrificios del antiguo pacto, la humanidad debe haber aprendido la lección: para cubrir nuestros pecados, es necesario un sacrificio.
Cuando el Señor Jesús llegó al Jordán a ser bautizado, Juan exclamó: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Dios nos mira profundamente, pero si nos acercamos a Cristo con fe y en arrepentimiento, podemos vivir por su gracia.
Los dos ángeles
Los relatos de la Resurrección del Señor Jesús contienen detalles que comunican mensajes importantísimos. En el caso de María Magdalena llorando afuera de la tumba abierta, hay un par de detalles. El primero es este: Ella mira hacia adentro y ve que en el lugar donde había estado el cuerpo de Jesús se hallaban dos ángeles, uno sentado donde había estado la cabeza de Jesús y otro donde habían estado los pies de Jesús.
Estos detalles están ahí por alguna razón importante. No son errores de las diferentes versiones de la Resurrección. Tampoco son cosas que se dicen sólo de pasada, sin tener una intención específica. No son referencias gratuitas. Son detalles que desempeñan una función crucial en el relato.
¿Qué quiere comunicar el evangelista Juan al decirnos que había dos ángeles en donde estuvo el cuerpo muerto de Jesús? Había uno en cada extremo. Si ponemos atención y logramos hacer conexiones entre los textos bíblicos, pensamos en el propiciatorio del arca del pacto. En los dos extremos del propiciatorio estaban labrados dos ángeles. Ahí se vertía la sangre del sacrificio, para simbolizar que Dios no veía el pecado del pueblo, pues quedaba cubierto con la sangre.
El cuerpo muerto de Jesús, quien desde el principio del Evangelio fue declarado como “El Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, estuvo ahí en ese verdadero propiciatorio. Él derramó su sangre, y en su muerte está el perdón de nuestros pecados. Su tumba es propiciatorio en donde hay dos ángeles en los dos extremos, y su sangre cubre nuestros pecados, de modo que cuando Dios nos vuelve a ver, Dios no mira nuestro pecado ni nuestra culpa gracias a la muerte del Señor Jesús.
Ciertamente tenemos mucha culpa, pero Dios nos ha cubierto con la sangre de su Hijo. Por fe en la muerte de su Hijo ahora somos perdonados. Este es el motivo de nuestro culto, y de vivir la vida entera celebrando en gratitud el gran perdón de Dios. No podemos llevar las etiquetas de ser cristianos excelentes. No podemos con el síndrome de Noé. En realidad, constantemente necesitamos el perdón y la gracia de Dios.
¿Por qué lloras?
Los dos ángeles a ambos extremos de la tumba del Señor Jesús no son sólo decoración artística, ni figuras de oro. Hablan con María y le preguntan: ¿Por qué lloras? Todos sabemos que es posible fingir las lágrimas y llorar para poder sacar algún provecho, en una actuación teatral que engaña con lágrimas de cocodrilo, que esconden alguna mala intención egoísta.
Pero las lágrimas también pueden ser un recurso poderoso de denuncia. Cuando no se puede hacer nada más debido a la existencia de un sistema de injusticias, lo único que queda es llorar. Cuando estamos frente a una situación imposible, que sólo manifiesta la corrupción y la maldad del corazón humano, lo único que queda es llorar. Llorar es anunciar que las cosas no son como Dios las quiere. Es señalar que hay algo que no está bien, y es el acto más valiente de denuncia de un orden de cosas que está muy desordenado. Al llorar, el profeta proclama que Dios quiere que el mundo sea de otra manera: más justo, más limpio, más sano, y más humano.
Por eso el Señor Jesús declaró bienaventurados a los que lloran, porque ellos recibirán consolación. Los que lloran de manera auténtica, por sentir una injusticia o por dolerse de la trágica condición del ser humano esclavizado por la maldad, son bienaventurados, porque Dios también llora con ellos, y porque Dios no se quedará quieto, sino que traerá su reino de paz, en el cual Cristo es el Rey de reyes y Señor de señores.
Mujer, hombre, ser humano, ¿por qué lloras, si Cristo ya lo ha hecho todo por ti? ¿Cuál es la razón de tus lágrimas, en medio de este valle de sombra y de muerte? Dios está contigo. Vive hoy la libertad del perdón y camina en el camino de la vida nueva, de santidad y justicia, anda en el Espíritu sin satisfacer los caprichos de la carne, porque Cristo te ha hecho de nuevo. Seca tus lágrimas, porque Dios te invita a caminar en la nueva creación que ya comenzó. Roguemos al Señor que mire nuestras lágrimas y examine nuestro corazón. Que Dios nos conceda hoy su consolación para caminar con nuevas fuerzas por su camino de justicia, santidad y paz.
Ya comenzó la nueva creación
El segundo detalle en el relato de la resurrección del Señor Jesús en el Evangelio según Juan es la confusión de María al ver a Jesús. Ella lo confundió con el jardinero que atendía al huerto. Es un “jardinero” que le pregunta lo mismo que los ángeles: “¿Por qué lloras?” Es una pregunta que ya no viene desde adentro de la tumba, el lugar de la muerte, sino desde el huerto, que es el lugar de la vida.
Al volver su rostro para ver quién le pregunta, María confunde a Jesús con un jardinero. No es un detalle sin importancia. Este detalle del relato tiene la intención de comunicarnos algo grande. Es una confusión de alcances tremendos. Podemos decir que es una “confusión correcta”. Es lo que afirma 2 Corintios 5:17: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es. Las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”. En la TLA dice: “Somos una nueva creación; Dios ya no tiene en cuenta nuestra antigua manera de vivir, sino que nos ha hecho comenzar una vida nueva”.
Hay que hacer una buena interconexión entre los textos bíblicos, porque hubo un jardinero famoso en las Escrituras, en el jardín más famoso de todos. En Génesis, Adán fue puesto como el jardinero para cuidar el huerto de Dios. En su encomienda, falló porque cuando se introdujo al jardín la serpiente, Adán creyó a sus mentiras y engaños. Y el ser humano quedó con las consecuencias de esa tarea fallida del primer jardinero. Por la desobediencia de ese primer jardinero, todos los hijos de Adán y las hijas de Eva compartimos la misma historia de rebelión y de culpa.
Toda la creación presente está sometida a las consecuencias de la negligencia del primer jardinero, Adán. Pero ahora, Cristo ha resucitado de los muertos, y María lo ha confundido con un jardinero. Es una “confusión correcta”, porque el Resucitado es el nuevo Adán, nuevo y perfecto jardinero, que obedece al Padre, y que cumple efectivamente la buena voluntad de Dios.
Demos gracias al Señor por hacernos participar en la nueva creación, una nueva historia de la humanidad en la que hay esperanza porque el que nos encabeza es el Resucitado Jesús.
En Cristo, nueva creación
María abrazó al Resucitado, cuando acababa de salir de entre los muertos. Posiblemente antes de hacer su Ascensión gloriosa, su entrada triunfal en el cielo, el Señor Jesús subió al Padre de maneras extraoficiales para preparar su retorno final al cielo. Porque aún antes de la Ascensión, sí se dejó tocar por los discípulos en otras ocasiones. Lo que sí leemos en el abrazo de María es que al Resucitado, nosotros también lo podremos abrazar cuando lo veamos cara a cara. ¡Aleluya!
Por la Resurrección del Señor Jesús, ha comenzado ya la nueva creación. María lo confundió correctamente con un jardinero, porque Cristo resucitado comienza de nuevo la creación.
Ahora se nos invita a participar de esta nueva creación. El resucitado nos abre la puerta para tener una relación nueva con Dios: Jesús nos comparte a su Padre y a su Dios. Jesús logró hacer lo que Adán no hizo. Por su obediencia, existe para la humanidad la posibilidad de tener a Dios como nuestro Padre.
En esta nueva creación, Dios ha cubierto nuestra culpa con la sangre de su Hijo, y cuando vuelve a vernos, no mira nuestro pecado. No tenemos porqué vivir en la angustia de lo que piensen los demás sobre nosotros. Podemos confiar en que la muerte de Cristo y su Resurrección nos abren la puerta a otra manera de vivir, en la cual Dios sabe muy bien todo acerca de nosotros, y aún así nos comparte de su vida, nos invita a participar de su familia. Nos hace hijos e hijas suyos por la fe en Cristo, para que podamos andar por el camino correcto gracias al poder de su Espíritu en nuestra vida.
Eso es lo que llamamos GRACIA. No es licencia para portarnos mal, sino que es la única tabla de salvación que tenemos, es la gracia de Dios, por la que hoy vivimos en gratitud a Dios. Nos acercamos a nuestro Dios y Padre, aún sin merecerlo.
Pedimos que Dios nos participe de su nueva vida, de su nueva creación más y más en nuestro corazón a partir de hoy mismo. Que todas las cosas sean hechas nuevas, a partir de un corazón nuevo que nos da por su gracia. Se trata de una manera nueva de concebir nuestros asuntos y nuestras relaciones con quienes nos rodean, ya no basados en el miedo, sino en la gracia de Dios.
Demos gracias al Señor Jesús, porque podemos abrazar su nueva vida resucitada, porque nos comparte a su Dios y Padre, y por su Espíritu podemos caminar en vida nueva, sin temer a la simulación del síndrome de Noé.
Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Enrolado por la gracia - El síndrome de Noé