No a los determinismos: la cruz como escuela de vida

Demos gracias a Dios por su buena noticia que rompe con todo determinismo, y abre todos los destinos cerrados y los callejones sin salida.

23 DE FEBRERO DE 2025 · 09:00

Imagen de [link]Peter Herrmann[/link] en Unsplash.,
Imagen de [link]Peter Herrmann[/link] en Unsplash.

Miren que nadie los lleve cautivos por medio de filosofías y vanas sutilezas, conforme a la tradición de hombres, conforme a los principios elementales del mundo y no conforme a Cristo. (Colosenses 2:8 Reina-Valera actualizada 2015) 

En esta vida y en este mundo estamos presionados por fuerzas más grandes que nosotros. A esas fuerzas les hemos dado nombres. Las identificamos como destinos de los cuales es imposible escapar. Destinos que son impuestos sobre el individuo desde su nacimiento o incluso desde antes.

El destino está delante de nosotros como si fuera algo inevitable, predeterminado, decidido desde antes. Son distintos tipos de determinismo, que también se manifiestan con lenguaje científico. Algunos dicen que según lo que se haya vivido en la infancia, positivo o negativo, así será el resto de la vida, como si ya no existiera oportunidad de corregir los rumbos. “El árbol que nace torcido, jamás su rama endereza” –dice el dicho.

Otros incluso van más allá y dicen que todo está en los genes. Uno no tiene forma de escaparse de algo que ha heredado. No tenemos culpa de ser como somos porque todo está predeterminado en nuestro material genético. Tenemos que llevar las cadenas de generaciones anteriores…

Todos esos discursos son deterministas. Como si el ser humano fuera una hojita suelta que es llevada por los vientos del destino, sin que podamos decidir nuestro rumbo y sin poder cambiar el orden de cosas que nos tocó.

Pablo a los colosenses les dice que no se dejen engañar por la filosofía pagana que habla de “principios elementales”, o “rudimentos”. La palabra griega que utiliza es stoikeia, que significa rudimentos, y de donde se origina la palabra estoicismo.

Hace dos mil años, el estoicismo era una corriente filosófica en su apogeo, y propugnaba que el sabio es quien aprende a resignarse ante lo que le haya tocado en la vida. Los principios elementales, o rudimentos de la existencia, son los datos generales de una persona: Su raza, sexo y clase social. El mensaje cristiano insiste en que esos datos no determinan nuestro ser, y no van conforme a Cristo, en quien ya no importa ser judío ni griego, varón ni mujer, esclavo ni libre, sino que todos somos uno en él.

Esa filosofía era la preferida por el imperio romano, porque es una filosofía de orden. Cada quien debe quedarse en su lugar y funcionar dentro de la maquinaria social del imperio. Evidentemente, es la favorita de quienes se benefician de ese orden. Pero en Cristo hallamos una buena noticia: Dios levanta del polvo al menesteroso, y lo hace sentar con los príncipes de su pueblo.  

Demos gracias a Dios por su buena noticia que rompe con todo determinismo, y abre todos los destinos cerrados y los callejones sin salida. Que Dios nos brinde su sabiduría para vivir sobre la tierra. No vamos a conformarnos a los destinos cerrados del mundo. Vamos a renovar nuestro entendimiento para vivir en la gracia de un Dios que rompe toda cadena de maldad.    

 

Escoge la vida

En el capítulo 30 de Deuteronomio dice que Dios le presenta al pueblo –por un lado, las bendiciones al obedecer sus palabras, y por el otro, la vida terrible que le espera si se aleja de sus mandamientos.

No es una amenaza de parte de Dios, porque Dios no amenaza. Más bien es una revelación de su gracia y de su misericordia. Dios nos revela la posibilidad de vivir mejor al seguir el camino marcado por su ley, o el peligro de vivir peor si no obedecemos sus palabras.

Dios nos advierte del peligro de vivir dando la espalda a sus preceptos, no como un castigo suyo, sino como una advertencia amorosa del riesgo de caer al precipicio por el mal camino. Las malas decisiones traen sus consecuencias. El Salmo 38 nos muestra esa condición en la que el salmista ya está viviendo las malas consecuencias de sus malas decisiones, y le pide a Dios que no se apresure a castigar, porque ya es suficiente con tener que vivir las consecuencias de sus actos.

Así que los caminos equivocados tienen consecuencias, que no son castigos de Dios, sino resultado de malas decisiones. Dios nos pone enfrente la vida y la muerte, y nos invita a elegir. “Escoge la vida”, nos dice Dios.

Podemos escoger la vida. Podemos escapar de un mal destino cerrado, de muerte, que nos han dicho que es inevitable, y podemos vivir mejor.

La fe bíblica nos presenta siempre la posibilidad de la esperanza en la buena voluntad de Dios. Dios no es lo mismo que el destino. Nuestra vida no tiene por qué estar predeterminada por los genes, ni por la crianza, ni por designios divinos, ni por la publicidad o los deseos de consumo, ni por las presiones sociales o las modas de conductas nuevas o cambiantes.

Dios se aparece en nuestra vida y nos invita a escoger bien, a elegir la vida y no la muerte. Una lombriz de tierra, con sus pocas neuronas, puede distinguir entre la luz y la oscuridad. Por su naturaleza, prefiere la oscuridad, precisamente porque es una lombriz. En cambio, el ser humano, con sus miles de millones de neuronas, muchas veces no sabe distinguir la diferencia, y confunde la luz con la oscuridad, lo bueno con lo malo, lo justo con lo injusto, y lo que le hace vivir con aquello que lo envenena. Dios nos llama a escoger la vida, para no vivir como lombrices.

Pidamos al Señor que hoy podamos elegir bien. Que nos dé el poder de su Espíritu para responder a su palabra diciendo: “Guíanos, Cordero vencedor”.

 

El lugar de la cruz

Hasta aquí el mensaje de no conformarse al destino o de no ceder a las presiones sociales pudiera ser parte de un discurso motivacional o de autosuperación personal. Tendríamos que preguntarnos por el lugar de la cruz, para entender un punto de vista específicamente cristiano. Como seguidores de Cristo sí tenemos un destino, y hay que saber abrazarlo e incorporarlo a nuestro caminar. Y sí hay una forma a la cual hay que conformarse, pues la libertad que nos da el camino de Dios no es libertad para inventar cada uno su propia forma. Hay que conformarnos a la cruz de Cristo.  

Llegó a Jerusalén un peregrino como muchos que venían de todas partes del mundo. Venía del norte de África, y se llamaba Simón. Él no tenía conocimiento de lo que había pasado esa mañana en Jerusalén. No había participado con la turba que exigió a gritos la crucifixión del profeta galileo. No sabía qué pasaba.

Él sólo pasaba por ahí, y no sabía por qué había tanta gente en la calle. No sabía de qué se trataba esa procesión tan lúgubre que llevaba a unos condenados a muerte. Sin que se diera cuenta Simón, Dios había preparado el momento en que llevaría la cruz de Cristo.

La mano de un soldado lo tomó del hombro y lo obligó a hacer algo que él no tenía planeado. Simón no podía negarse ante esa situación. Tuvo que obedecer. No sabía de qué se trataba. En ese camino, Simón de Cirene va cargando una cruz que no es suya, pero que la hace suya. Va rumbo al monte Calvario.

Simón carga algo que le pasó sin que él lo pidiera, ni lo buscara, algo que le fue impuesto por las circunstancias. El hecho de incorporar en el texto del Evangelio según Marcos su nombre y el nombre de sus hijos, nos dice que para Simón este evento tuvo un tremendo significado que le fue aclarado después.

En la vida cristiana es necesario aprender a tomar nuestra cruz cada día y a seguir al Señor Jesús. Tal vez hay asuntos incómodos o indeseables en nuestro caminar cotidiano, que soportarlos exige de nosotros el ejercicio de más y más paciencia, y que nos enseñan a tener en nuestro ser más y más del carácter de Cristo.

No son sufrimientos que tengan como objetivo lograr el perdón de nuestros pecados, pagar alguna culpa, o compensar por algún mal que hayamos hecho. La cruz de Cristo ya cubrió efectivamente todo eso, y nuestro sufrimiento no es expiatorio. Más bien se trata de una manera de aprender en la humildad y la paciencia de Cristo en nosotros.

Pidamos al Señor que nos ayude a incorporar nuestra cruz en la vida, a no conformarnos al destino cerrado del mundo, sino al destino de la cruz, que es destino de amar.

 

Experiencia permanente

Era un desconocido, “un tal Simón”. Pero gracias a la cruz dejó de ser un desconocido. Llegó a ser uno de los actores del drama más importante de toda la historia. Llegó a formar parte de la comunidad de seguidores del crucificado. Así nos lo sugiere el Evangelio, por un detalle importante.

Marcos en su relato nos dice mucho más que lo que está escrito, con el simple detalle de incluir los nombres de los hijos de este tal Simón, se implica que Simón y su familia dejaron de ser extraños, foráneos o desconocidos.

Los nombres de quien era un perfecto extraño son Alejandro y Rufo. ¿Por qué llegaron hasta el texto del Evangelio los nombres de los hijos de aquel extraño de Cirene? La simple mención del nombre de sus hijos nos está contando una historia. Nos dice que este tal Simón, a quien obligaron a llevar la cruz, dejó de ser extraño. Él y su familia se integraron al grupo.

Volvemos a leer el nombre Rufo en los saludos de la epístola a los Romanos, capítulo 16. El saludo está dirigido a Rufo, creyente distinguido, y a su madre, que dice Pablo es como si fuera también madre suya. Si acaso se trata del mismo Rufo, aparentemente Pablo se encariñó mucho con esa familia.

Así, la mención de los hijos de Simón de Cirene nos cuenta una historia. Simón y su casa entraron al pueblo de Dios que sigue al Señor Jesús. Luego de la crucifixión, Simón conoció bien de qué se trataba todo aquello. Conoció la historia de aquel hombre, y se dio cuenta del gran privilegio que le tocó, de llevar la cruz del Señor.

Él, su esposa y sus hijos –todos llegaron a los pies del crucificado. Simón escuchó las últimas palabras de Jesús en la cruz, cómo oraba por sus verdugos, perdonaba al ladrón arrepentido y entregaba su espíritu a su Padre celestial. Se dio cuenta de las tinieblas que cubrieron la tierra cuando Jesús estaba muriendo, sintió el terremoto y los relámpagos, y escuchó al centurión decir: “¡Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios!”

Para Simón fue algo muy importante poder cargar la cruz de Jesús. Fue una experiencia permanente. El Señor a todos sus seguidores nos dice: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz, y sígame. Hay que identificar la cruz que es nuestra, y cargarla al seguir por el camino de cada día al Señor Jesús.

Roguemos al Señor que nos enseñe a identificar nuestra cruz, para tomarla con gozo y seguirle por el camino, cada día. En esa cruz está la bendición y la fuerza de la nueva creación.

 

Conformarse a la cruz

Según la palabra del Señor Jesús, de tomar nuestra cruz cada día y seguirle, hay que identificar la cruz que es nuestra, y cargarla diariamente al seguir al Señor Jesús. En el seguimiento de Cristo hay una cruz para cada uno. Hay que pedir a Dios la sabiduría para distinguir entre una circunstancia del destino, una fuerza supuestamente predeterminada, a la cual no tenemos por qué someternos ni conformarnos, y la cruz –dolorosa e incómoda, pesada y no buscada ni deseada, algo que nos vino sin que fuera la respuesta a una oración, pero que nos enseña a ser mejores seguidores de Cristo.

La vida sabia no se trata simplemente de romper con todas las fuerzas que son más grandes que nosotros, de eliminar aquello que no podemos cambiar, como nuestros datos generales, que dictan nuestra identidad. Es cierto que en Cristo ya no hay varón, ni mujer, pero el creyente no deja de ser hombre o mujer por seguir a Cristo, ni de ver la vida como hombres o como mujeres; la diferencia es que en Cristo no hay guerra entre unas y otros; no se busca dominar al otro.

Más bien la vida sabia identifica qué circunstancias están ahí para hacernos mejores cristianos, al soportarlas y llevarlas como una cruz. Cada caso es diferente. Es labor del Espíritu Santo que nos indica cuál sufrimiento constante en nuestra situación nos ayuda a comprender lo que Cristo hizo por nosotros en la cruz. Y nos presenta la ocasión para negarnos a nosotros mismos, para decir: No se haga como yo quiero, sino como tú… ¿En qué sentido esta prueba que llevamos cargando es una bendición, que no hay que expulsar sino asumir, para llevarla sobre los hombros, para conocer mejor a Cristo y dar mejor testimonio de la fe cristiana? Tal vez una hija creyente batalla con la relación con sus padres y quisiera dejar su casa. Ella sería invitada a mirar su condición como una manifestación de la cruz, que por su paciencia ella puede dar testimonio de fe a sus padres, y también conocer mejor a su maestro Jesús. Tal vez alguien recibe un diagnóstico médico muy amenazador, que implica dar una lucha cotidiana para vivir y servir, para inspirar y ser bendición a los demás.

Simón de Cirene representa a todo creyente que carga su cruz. En cada circunstancia, cada discípulo y discípula tiene la tarea de encontrar aquello por lo que hay que agradecer, porque es una cruz que podemos llevar para aprender a seguir a Cristo. El poeta libanés Gibrán Jalil Gibrán, en su libro El Hijo del hombre, comenta episodios de los Evangelios. En cuanto a Simón de Cirene, el poeta dice que llevaba la cruz de Jesús, y que –aunque era muy pesada, se le hizo soportable porque el Señor Jesús ponía su mano sobre su hombro. Así, podía llevar la cruz. En la imaginación literaria de Gibrán, años más tarde, le preguntan a Simón si él volvería a llevar la cruz de Jesús. Él contesta que sí la llevaría de nuevo, sólo si el Señor volviera a poner su mano sobre su hombro. Esa es la gracia que celebramos: que en nuestro caminar, la cruz nos espera –no como una tortura, sino como una escuela de discipulado, para conocer mejor al Señor Jesús, que promete poner su mano sobre nuestro hombro, para que, por más pesada que sea esa carga, nos resulte llevadera, y que sea posible, en la gracia del Espíritu Santo, vivir la vida llevando esa bendita cruz.

Que el Señor nos enseñe a no conformarnos al siglo presente, y sí conformarnos a la cruz, para comprobar cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Enrolado por la gracia - No a los determinismos: la cruz como escuela de vida