Gracia contra toda ideología: antídoto a la polarización que nos amenaza

La palabra de Dios es una buena noticia, es evangelio, pero hay que librarnos de la tentación de convertirla en ideología, cuando comenzamos a ver a los demás como inferiores.

25 DE ENERO DE 2025 · 22:30

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Pero esto desagradó grandemente a Jonás y lo enojó. Y oró al SEÑOR diciendo: —Oh SEÑOR, ¿no es esto lo que decía yo estando aún en mi tierra? ¡Por eso me adelanté a huir a Tarsis! Porque sabía que tú eres un Dios clemente y compasivo, lento para la ira, grande en misericordia y que desistes de hacer el mal. Ahora, oh SEÑOR, por favor, quítame la vida porque mejor me es la muerte que la vida. El SEÑOR le respondió: —¿Haces bien en enojarte tanto? (Jonás 4:1-4 RVA 2015)

Uno de los principales riesgos de la fe cristiana es que puede llegar a convertirse en una versión adulterada, en una ideología. Aquello que está destinado a ser buena noticia, puede convertirse en mala noticia. Aquello que muestra el corazón y los brazos abiertos de Dios llega a ser dedo acusador, señalador y juzgador. La gracia se convierte en desgracia.

Para entender esto, que en estos momentos históricos nos amenaza y nos quiere dividir, hay que sumergirnos junto con Jonás al fondo del océano, ser tragados por un pez, y vomitados en la playa para aprender la lección: Porque Dios ha amado de tal manera a todo el mundo…

La ideología consiste en un conjunto de ideas que separan a unos de otros. Los que están de acuerdo y el resto, que no está de acuerdo. La ideología, cualquiera que ésta sea, hace que existan “los unos y los otros”. Y todos los que no comparten una cierta ideología, son tachados, descalificados como menos que humanos. Ese es el gran peligro que lleva en sí cualquier ideología.

La palabra de Dios es una buena noticia, es evangelio, pero hay que librarnos de la tentación de convertirla en ideología, cuando comenzamos a ver a los demás, a quienes no creen o a quienes no están totalmente de acuerdo con nuestros puntos de vista, como inferiores, o como si no fueran totalmente humanos, como si no merecieran la gracia de Dios.

En la formación que recibí desde pequeño este punto estaba siempre muy claro. Se me enseñó que quienes somos cristianos evangélicos somos superiores al resto de la gente. Sin embargo, esto atenta contra la doctrina de la sola gracia. Es la carga ideológica que llega a envenenar al cristianismo. Al mirar al prójimo que no tenía a Cristo en su corazón, lo veía como si no fuera ser humano. Y de todo lo que fuera parte de la cultura mundana, teníamos que separarnos, teníamos que poner distancia para no contaminarnos, con un entendimiento de la santidad más bien fariseo que cristiano.

El libro de Jonás bien pudiera considerarse como uno de los Evangelios, aunque forma parte de los profetas menores; es un texto sagrado que contiene abundante buena noticia, y que nos ilustra el antídoto de Dios contra toda ideología.  Pidamos al Dios de toda gracia que nos enseñe sus caminos, que son capaces de traspasar toda frontera y derribar toda barrera de separación, pues vivir en la gracia implica despojarnos del poder de las ideologías que nos hacen ver a unos por encima de otros. Todos estamos conectados en la misma necesidad de la misericordia de Dios.

 

Un profeta ideologizado

Jonás es el peor de los misioneros, el peor de los profetas, el peor de los siervos de Dios. Cuando Dios lo manda a Nínive, él va al mostrador de la compañía naviera a comprar un boleto a No-Nínive. Porque ahí en Nínive están esos “seres sub-humanos” que no tienen a Cristo en su corazón. Jonás no quiere tener nada que ver con esos infieles, que además son enemigos de su pueblo.

Esa es la primera señal de que Jonás está ideologizado. No tiene fe, sino ideología. Mira al mundo como dividido en “ellos” y “nosotros”, y no es capaz de ver las conexiones que hay en todos los humanos que necesitamos igualmente de la gracia y la misericordia de Dios. Es como si Jonás pensara que “Dios nos bendice a nosotros y nos ama a nosotros, y ha enviado a su Hijo por nosotros”.

La ideología –cualquiera que sea—es la contradicción de Juan 3:16: “Porque de tal manera amó Dios al mundo…” El amor de Dios por el mundo destruye todo edificio de pensamiento ideológico. Porque ver nuestra fe como una ideología nos hace pensar que Dios sólo ama a los cristianos, “a los buenos”, y por eso llegamos a comportarnos de un modo que no es normal…

Pero el amor de Dios es grande, incluso para los de Nínive. En el barco, Jonás se puso a dormir. Se desata una tormenta y los paganos, que no conocen la luz de la palabra de Dios, organizan una reunión de oración. Ellos no saben cómo hacerlo, pero intuyen que el peligro de perder su vida en la tormenta los conecta de alguna manera con su necesidad de Dios, y quieren doblar la rodilla, no saben a qué o a quién, pero sienten que tienen que orar. Y le van a decir al misionero, a quien tiene toda su formación en la palabra, que se despierte, y lo invitan a la reunión de oración.

Como cuando los estudiantes que no creen en Cristo buscan estudiar la Biblia, toman la iniciativa que corresponde al cristiano, e invitan al estudiante cristiano a venir a un estudio bíblico en la universidad… La ideología estorba a la misión. Pidamos al Dios de toda gracia que perdone cuando hemos seguido nuestra ideología antes que su evangelio. Que nos ayude hoy a participar en su bendición para todos.

 

Dios quiere perdonar y bendecir

En esa “reunión de oración” organizada por los marineros paganos, Jonás les dice quién es. Es siervo del Dios de los hebreos. Les cuenta que él forma parte de un pueblo que tiene tratos con el Dios creador de todo el universo. Los hebreos son esos que creen que ese Dios creador y Señor de todo quiere bendecir al mundo. Jonás es de los que creen en la promesa dada a Abraham de bendecir a todas las familias de la tierra … menos a Nínive. Los del pueblo de Dios son los que creen que Dios nos tiene en este mundo para ser bendición a todas las naciones, aunque no estemos muy de acuerdo con ese plan. Por culpa de mi ideología, veo a algunos que según yo no merecen la bendición de Dios…

Jonás sugiere que lo echen al mar para acabar con la tormenta, y para acabar con su tormento por servir a un Dios que bendice y ama por igual a los de uno y otro bando. Él prefiere ahogarse antes de participar en la gracia de Dios ofrecida sin distinción a todo aquel que cree…  La tormenta se calma. Jonás se sorprende de no haberse ahogado. Más bien, tragado por un gran pez, se da cuenta que todavía sigue vivo. Ahí dentro, celebra que sigue vivo y renueva su promesa de servir a Dios. Dios habló al pez y Jonás fue vomitado en la playa. Luego, Dios lo llama por segunda vez. Dios le da otra oportunidad de ser su siervo… Jonás recorre Nínive como un merolico que publica su asunto de mala gana. “¡En cuarenta días será destruida esta ciudad!” Sin ofrecer pistas sobre cómo pueden arrepentirse para evitar la catástrofe, la predicación de Jonás es una desgracia. Él espera impaciente que Dios destruya a los infieles. En eso consiste la esperanza del ideologizado. Su paraíso utópico es la eliminación del otro. ¡Ah, si sólo Dios pudiera hacer desaparecer a todos esos que piensan distinto que yo!

Y sin embargo, como resultado de su anuncio (tan desgraciado), y de la acción de la gracia de Dios en el corazón de los ninivitas, ellos se arrepienten, y lo demuestran haciendo ayuno. No saben cómo hacerlo; se visten de ropas ásperas, y hasta a sus animales también los visten así. Para Jonás era un motivo de risa, ver cómo estos paganos ponían ropas ásperas a sus chivos y vacas, pero para Dios fue un gesto conmovedor que señalaba su arrepentimiento, y los perdonó, porque todo aquel el que invocare el nombre del Señor, será salvo. Pidamos al Dios de toda gracia que nos enseñe hoy la tremenda fuerza que hay en el perdón y en su amor inmerecido.

 

La pregunta abierta

Cuando terminó su recorrido por Nínive, pregonando un mensaje de desgracia, Jonás se fue al oriente de la ciudad y se instaló ahí para esperar. Escogió un lugar privilegiado, como un palco del estadio, para ver el espectáculo de la destrucción de la ciudad. Bien podía haberse retirado a su tierra, pues su “misión” aparentemente estaba cumplida. Pero debido a su ideología, él deseaba ver cómo “los malos” eran eliminados. Así, presenta su queja ante su Señor: “Yo ya sabía que eres un Dios compasivo y misericordioso, lento para la ira, y que desistes de hacer el mal. Prefiero morir, porque no puedo vivir en un mundo que esté sometido a un Dios misericordioso. No acepto vivir en un mundo en el cual Dios no comparte mi manera de pensar”. Dios hizo crecer una calabacera, con hojas grandes para darle sombra a Jonás.

En cierta forma, Jonás tenía razón en odiar a Nínive, porque de todos los reinos de la antigüedad, ninguno tan cruel como Asiria, cuya capital era Nínive. Eran despiadados. Llegaban sólo a destruir, arrasar, incendiar, violar y asesinar. No eran como otros imperios que, junto con su conquista, que siempre implica violencia y destrucción, difundían también su cultura. Los asirios sólo destruían. Jonás siente una profunda indignación y deseo de venganza, y espera la destrucción de Nínive como aquello que da sentido a lo que le queda de vida. Luego, el mismo Dios que puso la calabacera, el mismo que puso el gran pez, el que hizo la tormenta, el que mandó a Jonás a predicar, puso un gusanito que se comió la calabacera. Jonás sintió el calor del sol en su cabeza, y se contrarió al ver las ramas despelucadas de la calabacera.

Dios le pregunta: “¿Te molestas tanto porque se secó una planta?” Jonás responde que sí; hasta quiere morirse por esa razón. Entonces viene la pregunta con la cual termina el libro de Jonás. Es una pregunta abierta que queda sin responder. Es la pregunta que destruye toda ideología: “Te interesa una planta en la que no invertiste nada de trabajo, le tienes compasión a un vegetal… ¿y yo no voy a tener compasión por Nínive, donde hay ciento veinte mil personitas que no han aprendido todavía la lateralidad…” Se trata de niños todavía pequeños. Ciento veinte mil es una cifra que tiene la intención de golpear la sensibilidad de todos los ideologizados que la leen. Porque es el número 12 multiplicado cuatro veces por 10. Es el número querido, que tiene el significado sagrado de pueblo de Dios. Doce es el número exclusivo del pueblo escogido de Dios. Ahora Dios está diciendo que en la ciudad odiada de “los malos” hay 12 (por 10000) niños que son también amados por Dios. Son de Dios, son sus elegidos, son su pueblo. ¿Cómo es que Dios no les tendrá compasión? Pidamos al Dios de toda gracia que nos ayude a ver que en ese otro bando también hay seres humanos hechos a su imagen. Ellos también, como nosotros, son objeto de su amor y bendición. 

 

El hermano mayor ideologizado

La pregunta abierta con que se termina el libro de Jonás: “¿No crees que debo tener compasión por esta gran ciudad, con tantos niños míos y tantos animales?” Queda abierta para que la responda cada persona que se enfrenta a la palabra viva de Dios.

Nos recuerda otra pregunta abierta al final de otra historia, en el Nuevo Testamento. Cuando regresó el hijo que había desperdiciado la riqueza que su padre le dio. Su padre había estado esperando día tras día, a ver si había llegado una carta de su hijo… Se asomaba a ver si hoy regresaría su hijo perdido.

Cuando el muchacho regresó arrepentido iba ensayando su discurso: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. No soy digno de ser llamado tu hijo. Hazme como uno de tus jornaleros”. Cuando apenas apareció su imagen en la distancia, su padre lo reconoció. Seguramente su forma de caminar era idéntica a la de su madre. Va corriendo a su encuentro.

El padre no dejó que su hijo terminara de decir su discurso. Lo abrazó y lo llenó de besos. “Este mi hijo estaba muerto, y ahora vive. Estaba perdido, y ha sido hallado”. Organiza una fiesta para celebrar alegremente. Le pone un vestido nuevo, y un anillo en su dedo que lo identifica como el hijo del dueño de la hacienda.

Pero el hermano mayor no quiso alegrarse. Era idéntico a Jonás. El hermano mayor es como el cristiano ideologizado, que no vive de manera normal su vida. Él creía que todos los que no fueran miembros de su grupo (o de su iglesia) no podían ser humanos de verdad, y no podía haber nada bueno en alguien que no fuera exactamente igual a él, en alguien que tuviera una opinión distinta.

El padre salió a hablar con su hijo mayor. “Ese tu hijo malgastó tu dinero y le estás haciendo una fiesta. A mí nunca me has dado un cabrito para comer con mis amigos”. La parábola termina más o menos como el libro de Jonás, con el planteamiento de una pregunta abierta. “Tu hermano estaba muerto y ahora vive. Estaba perdido y ahora es hallado. ¿Es que acaso no habíamos de hacer una fiesta para celebrar que ahora vive?” ¿Es que no habríamos de regocijarnos con la gracia, que a todos nos hace igualmente necesitados del amor de Dios? ¿Es que no habríamos de vivir la vida entera celebrando que a pesar de ser como somos Dios nos ama con todo su corazón, independientemente de si somos o no somos cristianos? Roguemos al Dios de toda gracia que nos ayude a mirar al otro como el objetivo de su gran amor, y a ver a los del otro lado del conflicto como interconectados junto con nosotros implorando su perdón.

 

Un poco más normal

El hermano mayor de la parábola, que no quiso alegrarse por el perdón del padre hacia su hermano arrepentido, tiene un entendimiento ideologizado de la santidad sólo como separación y no como misión.

La santidad tiene dos movimientos. Primero es un movimiento de separación. Quienes hemos sido alcanzados por Dios nos reconocemos como diferentes al resto de la sociedad. Esa separación forma parte de la santidad. Hemos sido tocados por la gracia de Dios, y hay ciertos distintivos éticos en esa separación: No recurrimos a la violencia. No golpeamos a la esposa ni faltamos a nuestro voto matrimonial de fidelidad. No nos hablamos irrespetuosamente unos a otros. “Compartimos la mesa, pero no la cama” –dice la canción de Sal y Luz. Esta orientación ética de la vida es producto de la gracia de Dios. Ese es el primer movimiento de la santidad.

El segundo movimiento de la santidad va en la dirección contraria. Santidad es acto de justicia y misericordia. Es sacar la mano de nuestro aislamiento y alcanzar a quien está perdido. Es salir de nuestro refugio y entrar en contacto con el corazón dolido, contaminado y esclavizado por el pecado –propio o ajeno, y mostrarle la gracia de Dios.

La primera vez que se menciona la santidad en la Escritura es en el cántico de Moisés, después de cruzar el mar Rojo. Esto quiere decir que la santidad de Dios se demostró en el acto de liberación de los esclavos hebreos en Egipto. Este entendimiento de la santidad nos hace ser “un poco más normal” (como dice la canción de Abraham Lara) sin aislarnos y sin juzgar ni condenar a los demás, y sin todas las patologías que acompañan una actitud así, de separación y de supuesta superioridad.

El hermano mayor de la parábola sólo entendía su identidad como separación y condenación del otro. Pero un entendimiento pleno de la sola gracia nos hace a todos vernos conectados unos con otros en la misma necesidad de misericordia de Dios, en nuestra común humanidad.

Cuando reconocemos la gracia de Dios en nuestra vida nos hacemos menos exigentes de la atención de los demás; nos olvidamos de las “deudas de cariño, del déficit de amor” que nos deben los demás, y podemos comenzar a tener un trato más normal con todos; aprendemos a llorar con los que lloran y a gozarnos con los que se gozan. Menos dedo acusador y más brazos abiertos. Menos separación y más misión. Pidamos al Dios de toda gracia que nos enseñe a ser un poco más normal. Que nos ayude a vivir la santidad en sus dos movimientos, para resistir la amenaza de polarización que nos acecha.  

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Enrolado por la gracia - Gracia contra toda ideología: antídoto a la polarización que nos amenaza