La función humana
Si tenemos un corazón humano, hecho a imagen de Dios, tenemos la facultad, y la necesidad, de amar.
19 DE ENERO DE 2025 · 09:00
Ahora pues, Israel, ¿qué pide el SEÑOR tu Dios de ti? Solo que temas al SEÑOR tu Dios, que andes en todos sus caminos, que ames y sirvas al SEÑOR tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, y que guardes los mandamientos del SEÑOR y sus estatutos que yo te prescribo hoy, para tu bien. (Deuteronomio 10:12, RVA 2015)
Dice una canción del compositor Abraham Lara: “Tal vez no será igual, pero hay alguien aún a quien amar…” Reflexionemos sobre la razón de ser de la vida humana. El catecismo de Westminster, una compilación sistemática de la fe cristiana, muy útil para comprender mejor en qué consiste la creencia reformada, en su primera pregunta dice así: “¿Cuál es el fin principal y más noble del hombre?” Es decir, ¿cuál es la razón de existir del ser humano? ¿Para qué vivimos? ¿Qué función desempeñamos en este mundo? Y la respuesta dice así: “El fin principal y más noble del hombre es el de glorificar a Dios y gozar de él para siempre”. Es decir, que como seres humanos, vivimos para adorar a Dios y amarle con todo el ser.
El ser humano está aquí en la tierra para relacionarse de manera amorosa con Dios principalmente y por consecuencia, con todo lo que Dios ha creado y que le pertenece en el mundo: los prójimos y toda su creación. La principal función que desempeñamos los seres humanos es responder al amor de Dios y vivir en su amor.
¿Para qué vinimos a este mundo? ¿Cuál es nuestro propósito para existir? Nacimos para amar. Primero a Dios y después a nuestros semejantes. Esta razón de vivir forma parte de haber sido hechos a imagen y semejanza de Dios. Ningún otro ser vivo y ninguna otra parte de la creación tiene la función de amar como Dios ama.
Hay muchos diferentes elementos en la naturaleza, y cada uno cumple una función. El viento sopla. Las olas del mar se forman y rompen en la playa. La tierra nos da la belleza de las flores, y también los alimentos y las medicinas. Las estrellas tienen la función de brillar. Cada cosa en la naturaleza tiene su función. Pero la función de amar sólo se le ha encomendado al ser humano.
La función exclusiva y la finalidad del ser humano es amar. Fuimos hechos para amar. De todas las tareas humanas que pudiéramos enumerar, la única que es específicamente humana es la tarea de amar. Como imagen de Dios, sólo el ser humano ha recibido la facultad de amar, como reflejo del amor que proviene de Dios.
Pidamos al Señor que el día de hoy podamos demostrar nuestra humanidad por medio de la práctica del amor que proviene de Dios. El amor que viene de Dios se traduce en amor por todas sus criaturas. Que nuestra vida se llene de ese amor.
Dios es amor, pero…
En la tarea de amar se define la función específica que le ha tocado realizar al ser humano. En un eclipse lunar podemos ver un espectáculo hermoso de la sombra de la tierra proyectada sobre la luna llena. Luego del eclipse, la luna vuelve a brillar. Sin embargo, ese brillo de la luna es reflejo del que proviene del sol.
Somos la única criatura que ha sido hecha a imagen y semejanza del Creador, de modo que el amor que podemos dar es reflejo del amor que proviene de Dios. Nuestra función en la vida es reflejar el amor que proviene de Dios, de la misma manera que la luna refleja la luz del sol. Aunque a veces nuestra función se ve interrumpida por sombras que opacan el reflejo como en un eclipse, y nuestro amor humano resulta ser sólo un espectáculo pasajero.
Nuestro amor humano está opacado por las consecuencias de nuestra naturaleza caída, y muchas veces amamos de manera equivocada. Amamos cosas y personas que no nos hacen bien. Si bien es cierto que Dios es amor, esta ecuación funciona sólo en un sentido. No funciona si invertimos el orden y si dijéramos que el amor es Dios. No todo amor es bueno. No todo amor es sano, productivo, edificante y correcto. Nuestra función de amar ha sido afectada por la inclinación de nuestro corazón hacia lo malo. Somos capaces de amar objetos indignos y enredarnos en amores destructivos, como el amor al dinero, que es la raíz de todos los males.
Por eso la Biblia es tan cuidadosa en explicar en qué consiste el amor. No es un sentimiento abstracto que flota en el aire y que redime a cualquiera que lo tiene. No todo enamoramiento es bueno, y el amor por sí mismo no nos lleva a la redención del mundo. El amor al que se refiere la Biblia es el que se manifestó en JesuCristo.
El Señor Jesús es la iniciativa amorosa de Dios para su mundo. Él hizo por nosotros lo que no podíamos hacer por nosotros mismos. Nos ofrece un camino libre de toda culpa. En él se encuentra el perdón de todo pecado y la oportunidad de encontrarle sentido a la existencia.
Demos gracias a Dios por el amor suyo que podemos reflejar hoy. Que aprendamos a amar por su Hijo Jesús para vivir libres de toda influencia dañina, y para conocer su buena voluntad por medio de su Palabra y de su Espíritu.
No todos son iguales
Hay diferentes maneras de amar. Los griegos usaban cuatro palabras distintas para hablar del amor. C. S. Lewis escribió un buen libro, titulado Los cuatro amores, en el que explica las diferencias entre estas cuatro ideas.
El primero es storgé. Es un nivel de amor llamado ‘afecto’. Es un tipo de relación en el que participa, de modo general, toda vinculación de cariño básico entre miembros de un clan, o de una familia. Incluso los perros pueden manifestar mucho storgé, y lo hacen cuando nos reciben al llegar a casa. No es el tipo de amor que se tiene por un ser querido en particular, sino que es un afecto en general.
Luego está filos. Es el amor de los hermanos. Saben que pertenecen a una misma familia, se comprometen y se ayudan. Expresan y manifiestan su pertenencia mutua con su amor filial. Es el amor de la familia.
Después está eros. Siempre contiene el ingrediente de buscar el gusto, el placer. Es básicamente personal porque se ofrece al gusto del propio corazón, hacia una persona preferida. Impulsa la nueva generación de vida y mueve montañas. Los enamorados son capaces de realizar proezas para ver a su amada. Tienen persistencia en su objetivo y lo hacen por ese tipo de amor, placentero y personal.
Finalmente viene el ágape. Este tipo de amor que no pone condiciones, y que se entrega aun cuando el otro es indigno. Es el amor que identifica a Dios. Es el amor perfecto y universal. Cuando el Nuevo Testamento menciona el verbo amar para describir la comunión entre cristianos, siempre utiliza la palabra ágape. Los hermanos y hermanas hemos de amarnos con un amor que proviene de Dios. Nuestro amor no tiene como fin la propia satisfacción del placer individual, ni tampoco es producto natural de un parentesco filial o el mero afecto por pertenecer a un grupo.
Los hebreos conocían muy bien ese amor que proviene de Dios. En el Antiguo Testamento se usa la palabra jésed, que se traduce ‘misericordia’. Es amor comprometido. En la Biblia, la raíz del amor no es storgé, ni filos, ni eros, ni tampoco es el idealista ágape. Es la manera concreta en que Dios se compromete con su pueblo y demuestra ese compromiso. Eso es jésed, amor comprometido, que no sólo es de palabra, sino de hecho y en verdad.
Demos gracias a Dios porque las raíces de nuestro amor están en su amor comprometido por su pueblo y por su mundo. Porque Dios ha demostrado su amor por medio de la vida y la muerte de su Hijo Jesús, y porque nos ha dado su Espíritu para enseñarnos hoy.
Ama y haz lo que quieras
Agustín de Hipona redujo la ley de la libertad cristiana en esta famosa sentencia: Ama y haz lo que quieras. Quiere decir que, para quienes se consideran cristianos, el amor es el criterio máximo de acción.
Cuando el Señor Jesús respondió a la pregunta del maestro de la ley “¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?”, también resumió toda la responsabilidad humana en amar. Es responsabilidad porque es responder a la iniciativa de Dios. Responsabilidad es la capacidad de responder. Dios nos ha amado, y nos ha dado la existencia. A nosotros nos corresponde, entonces, responder. Nuestra responsabilidad es amar.
En los dos grandes mandamientos del Señor Jesús (amar a Dios con todo el ser y al prójimo como a uno mismo) están resumidos los diez mandamientos. Los primeros cuatro mandamientos se refieren al amor a Dios por sobre todas las cosas. 1: “No tendrás dioses ajenos delante de mí”. 2: “No te harás imágenes para adorarlas”. 3: “No tomarás el nombre del Señor tu Dios en vano”. 4: “Guardarás el día de reposo”.
El quinto mandamiento funciona como una bisagra entre las dos tablas. Es el mandamiento que relaciona el amor a Dios con el amor al prójimo. 5: “Honra a tu padre y a tu madre”. Es una bisagra porque padre y madre son una especie de representantes de la autoridad de Dios, a la vez que los primeros prójimos con quienes nos relacionamos.
La segunda mitad de los diez mandamientos, de las diez palabras de vida, se refieren al amor al prójimo. 6: “No matarás”. 7: “No cometerás adulterio”. 8: “No robarás”. 9: “No dirás contra tu prójimo falso testimonio”. Y 10: “No codiciarás nada en la vida de tu prójimo”.
Estas son palabras de vida, lo cual quiere decir que al obedecerlas aseguramos la vida, y el desatenderlas sólo nos producirá muerte. La obediencia es la expresión concreta del amor. Así, Dios nos ofrece la oportunidad de vivir, de responder a su amor, por medio de nuestra obediencia a su mandato de amar.
Rogamos al Señor que nos enseñe hoy la manera más concreta de amarle, por la obediencia a sus palabras de vida. Que nos dé la oportunidad de amar a nuestro prójimo, al atender a sus mandamientos que son luz para nuestro camino.
Hay alguien aún a quien amar
Para vivir de manera sana, el corazón humano debe amar. Tal vez hemos sufrido porque alguna persona amada se fue. Desapareció del mapa. Los motivos pueden ser muy diversos: Tal vez pasó un accidente trágico, o una enfermedad. Tal vez se fue a vivir a otro país. Tal vez la relación se contaminó tanto que fue necesario poner distancia. Quedaron bloqueadas las redes sociales.
“Tal vez no será igual, pero hay alguien aún a quien amar”. Todavía podemos seguir amando. Y no se trata solamente de relaciones románticas. Se trata del ingrediente básico de la vida que es el amor. Para eso fuimos hechos, no hay otra criatura en todo el cosmos que pueda hacerlo, y es nuestra respuesta ante el amor de Dios.
No importa la edad, ni las experiencias pasadas. Si tenemos un corazón humano, hecho a imagen de Dios, tenemos la facultad, y la necesidad, de amar. Todavía podemos seguir amando. Es un don que Dios nos dio. No estamos hablando de establecer una relación sentimental de enamoramiento, sino de adoptar una manera de vivir, una actitud afectiva de parte de Dios. Es entrar en la compañía del pueblo que vive para amar. La congregación local forma parte de un ejército de Dios que pone en práctica el amor. Son gente que se dedica a amar y busca hacerlo cada vez de mejor manera, según el corazón de Dios y según su buena y sabia voluntad.
Esto quiere decir que nuestra participación en una iglesia local tiene como objetivo perfeccionar nuestra capacidad de amar. Con todas las dificultades de convivencia con los hermanos y hermanas de la congregación, en la iglesia aprendemos que hay alguien aún a quien amar, y con el Espíritu Santo como nuestro Maestro, vamos entrenando al corazón para que no deje de amar cada vez mejor. En su sermón sobre “el discípulo amado”, Spurgeon dice lo siguiente:
“Nuestro Señor aprueba al corazón compasivo, generoso, piadoso, y compartido. Perdona a tus semejantes como si nunca hubiera existido la ofensa. Cuando algún hermano te lastime, espera que tal vez lo haya hecho por error, o bien piensa que si te conociera mejor, te habría tratado con más severidad. Establece tus relaciones fraternales con la mentalidad de nunca dar ni tomar ofensas. Disponte a renunciar, no sólo a tu comodidad, sino incluso a tu vida misma por los hermanos. Vive en la alegría de los demás, así como viven los santos en el cielo. Ama a los demás para que olvides tus penas. Así llegarás a ser uno muy amado”. Así, en la iglesia seguimos insistiendo en amar.
Le pedimos al Señor que nos ayude a ver que todavía podemos seguir amando, como reflejos del amor que proviene de Dios. Que participemos en una congregación local para poder seguir amando.
El prójimo significativo
Cuando Dios nos manda amar al prójimo como a uno mismo, es muy fácil para nosotros –como seres humanos caídos— abandonar a nuestros prójimos más cercanos y cotidianos, con quienes compartimos el mismo techo, y pensar sólo en los prójimos del otro lado del mundo.
Esos semejantes que viven del otro lado del mundo son anónimos para nosotros. Su rostro y su nombre no tienen gran significado en nuestra vida cotidiana. Representan —de alguna manera— al prójimo cómodo, el prójimo al que es fácil amar, porque no compartimos con ellos el roce diario.
De manera natural, los países que son vecinos son los que tienen más conflictos, por su historia, por sus fronteras compartidas, muchas veces indefinidas y con territorios en disputa. En cambio, los países más amigables entre sí son los que están más alejados, con quienes no tienen conflictos limítrofes ni guerras en su pasado. Por ejemplo, la amistad entre mexicanos y chilenos tiene muy buenos auspicios, porque no tiene grandes amenazas.
Es decir, que el prójimo-vecino es más difícil de amar. Es más fácil amar al prójimo que vive del otro lado del mundo. Existe una categoría de prójimo especial, y para obedecer al mandato de amar es importante identificar esa categoría. Es el prójimo significativo. Es el prójimo importante. El que Dios ha colocado en nuestra vida de manera más inmediata.
Decía el pastor Rolando Gutiérrez: “En el pueblo de Dios no queremos filántropos que no puedan dormir con su esposa”. Es una advertencia de no aspirar a ser grandes misioneros y evangelizadores que aman a la humanidad, pero descuidan a sus hijos. Pongamos atención y tengamos cuidado de no ser corazones entregados por ‘el amor al prójimo’, caritativos y llenos de proyectos misioneros, pero que no se llevan bien con su hija, o con su esposa. Existe un prójimo significativo, que comparte el techo con nosotros, comparte el caminar cotidiano y la historia, tal vez comparte el apellido, o algo más. Esta es una advertencia seria en cuanto al amor al prójimo.
Sí, hay alguien aún a quien amar. Y hay que buscarlo primero en las relaciones más cotidianas. En la casa, y en la congregación local de la iglesia: esos discípulos y discípulas del Señor Jesús, pues sabemos que estamos en la tierra para amar.
Pidamos a Dios que nos ayude a identificar a nuestros prójimos significativos a quienes podamos servir como esclavos por amor. Así podremos cumplir plenamente el propósito de nuestra vida.
Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Enrolado por la gracia - La función humana