Dos caras de una misma moneda   

Pensar que la adoración no tiene nada que ver con la ética es un gran error.

14 DE DICIEMBRE DE 2024 · 18:00

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¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!

(Lucas 2:14 Reina-Valera 60)

Las dos caras de una misma moneda. Los dos lados de una lente, que de un lado la vemos cóncava y del otro, convexa, pero es un solo objeto. Las dos estrofas del mismo himno, cantado por los ángeles en la navidad. La primera es: “Gloria a Dios en las alturas”. La segunda es: “Y en la tierra, paz; buena voluntad para con toda la humanidad”.

En la tercera semana del adviento, la palabra clave es GOZO. Nos gozamos en lo que Dios ha hecho, en lo que hace, y en lo que hará por su mundo desde el plano más individual y hasta los niveles más globales. No debiéramos poner excusas al gozo del Señor.

El cántico que nos acompaña es el cántico tercero en el Evangelio según Lucas, el canto de los ángeles. En Lucas encontramos varios cánticos de la navidad. El primero es el de María, la madre de Jesús: “Mi alma alaba la grandeza del Señor”. El segundo es el del anciano sacerdote Zacarías en el nacimiento del profeta Juan: “Bendito sea el Dios de Israel, que ha visitado y redimido a su pueblo”. El tercer canto es este, que tiene dos partes, las dos caras de la misma moneda: Gloria a Dios en las alturas, por un lado, y por el otro: paz en la tierra—buena voluntad para toda la humanidad.

El gran problema de muchos cristianos es no poder entender esta verdad: La gloria a Dios en las alturas es la paz entre los seres humanos. Es paz que comienza entre quienes compartimos el mismo techo, y que se desborda como paz a toda la humanidad. Es la buena voluntad de Dios para todos.

Este problema es grave. Equivale a pensar que la adoración no tiene nada que ver con la ética. Es pensar que la adoración, la gloria a Dios en las alturas —nuestra vida devocional, el cultivo de nuestra espiritualidad, la vida de oración del pueblo de Dios, de cada familia y de cada individuo en lo privado, todo eso— no tiene nada que ver con la tierra, no está conectado con la paz y con la buena voluntad de Dios por toda la humanidad.  

 

Adoración y ética

Pensar que la adoración no tiene nada que ver con la ética es un gran error. En realidad, los cultos de la iglesia, la devoción, la piedad, la fe, debieran tener mucho que ver con nuestra manera de vivir, con las decisiones que tomamos, que tienen consecuencias en el corto y en el largo plazo.

Es el engaño de nuestro enemigo: hacernos pensar que podemos adorar a Dios, y cantar “Gloria a Dios en las alturas”, sin que esto se relacione con la vida sobre la tierra. Como si el cielo y la tierra no estuvieran conectados y no tuvieran que ver el uno con el otro.

Cantar las alabanzas de Dios tiene mucho que ver con nuestra ética: Cómo administramos el dinero, qué hacemos con nuestra intimidad en la vida sexual, la forma de hablarnos entre nosotros, nuestra relación con la violencia que agobia la sociedad, nuestra actitud hacia las injusticias que nos rodean… Ha sido un gran error tratar de separar la adoración y la ética. La gloria a Dios y la paz en la tierra; ambos son uno y el mismo mensaje de la navidad.

Por eso, para quienes disfrutamos el culto, hay que recordar que está íntimamente ligado con la ética. Nos encanta reunirnos, muchos o pocos, en el nombre del Señor Jesús, para doblar la rodilla en el corazón, para darle gracias por lo que hizo por nosotros en la cruz. De una manera muy real, para muchos, el culto es el mejor momento de la semana.

Junto con los ángeles y con los cristianos de todas las épocas, de todas las denominaciones, y de todos los países cantamos la gloria de Dios en las alturas. Pero debemos recordar la segunda estrofa del canto: la paz en la tierra, la buena voluntad de Dios para con la humanidad: Adoración y ética como los dos lados (cóncavo y convexo) de un mismo objeto.

Nos interesa que el culto sea una experiencia profunda, un culto sentido, pensado y vivido. Que haya música nueva, que haya oración, que se proclame el evangelio, que unos a otros nos animemos para seguir a Cristo con más fidelidad. Y por eso planificamos nuestros cultos con detalle y atención. Pero ese interés por la planificación y la experiencia del culto no sirve para nada si no se traduce en ética, en manera de vivir, en conducta regida por la buena voluntad divina de la paz y la justicia.  

Adoración y ética se relacionan en el canto de los ángeles, en la noche de la primera navidad. El cielo y la tierra quedan conectados, y la adoración excelsa está íntimamente ligada con la paz entre nosotros.

 

Buenas noticias de gran gozo

El evangelio es una buena noticia de gran gozo, para todo el pueblo. De hecho, la palabra evangelio proviene de un vocablo griego que significa “buenas noticias”. Son noticias que traen gozo; noticias que nos dan alegría. ¿Cuáles son las esperanzas que alimentamos? ¿Van de acuerdo con la buena voluntad de Dios? ¿Podemos imaginarnos cómo sería recibir la mejor noticia de todas, en relación con esas esperanzas?

Encontrar un buen empleo, recibir el resultado deseado en las pruebas médicas, la calificación final más esperada de todo el semestre, el campeonato de tu equipo favorito de toda la vida… Son asuntos en los que ponemos en práctica las esperanzas, suspiramos un anhelo profundo, y al recibir la buena noticia, sentimos gran alegría.

¿Qué noticia nos daría la mayor alegría de todas –y no sólo a nosotros, sino a todo el mundo? La noticia de que, al fin, de alguna manera, la vida humana tiene sentido. A pesar de las tempestades, las lágrimas y las heridas, es posible hallarle sentido a la existencia por la gracia de Dios. No estamos solos ni abandonados. Dios nos ha tenido misericordia, y a este mundo herido y muerto, le ha nacido un Salvador.

Dios mismo, el Señor mismo, llega al mundo a traernos la salvación en la persona de un bebé recién nacido, cuya madre lo ha parido en un establo, entre los caballos de los viajeros más ricos, y después de limpiarlo, el esposo de su madre le ha cortado el cordón umbilical, lo ha envuelto en mantillas de tela y lo ha acostado en el cajón que es el comedero de los animales.

Lo más maravilloso es que esto ya es una realidad. No es un sueño, imaginación o deseo fantástico. Dios ha venido a este planeta, y lo ha marcado para su redención completa. Dios tomó este mundo y ya no lo soltará. No hay excusas para no alegrarnos. Aun cuando no salen las cosas como quisiéramos, en medio de nuestro día más nublado Dios nos anuncia las mejores noticias de gran gozo para todo el pueblo.

 

La Paz que nos alegra

Dice en Zacarías 9:10 que el Mesías traería paz a las naciones: Destruiré los carros de Efraín y los caballos de Jerusalén. También serán destruidos los arcos de guerra y él hablará de paz a las naciones. Las palabras clave del adviento: Esperanza, amor, gozo y paz, son las rectoras de la misión de la iglesia. Son las gobernadoras que nos calibran y afinan para que funcionemos de acuerdo al plan, a la misión de rescate de Dios. Y están muy relacionadas entre sí. La promesa de paz con la venida del Mesías es una esperanza que nos llena de gozo, por el gran amor comprometido que Dios le muestra a la humanidad.

Dios se ha acercado a su creación. Dios ha entrado en nuestro mundo y en nuestra historia. Lo ha hecho de manera humilde, como un bebé nacido en el seno de una familia muy pobre hace dos mil años. Con esa humildad vivió toda su vida, sin tener dónde recostar su cabeza por las noches. Cuando entró triunfante a su ciudad capital, lo hizo montado sobre un borriquillo prestado.

Su programa de acción para ejecutar la agenda de Dios en la historia comienza con un desarme generalizado. Destruye los carros de Efraín y los caballos de Jerusalén. Cuando se menciona a Efraín, se refiere al reino del norte, y cuando se habla de Jerusalén, se refiere al reino del sur. El reino del norte se separó del gobierno de Jerusalén. Dio la espalda a la dinastía del rey David. Equivocó su camino. Por eso nos sentimos bien cuando leemos que Dios destruirá los carros de ellos.

El reino del norte representa a los otros, a quienes están equivocados en su teología y en su manera de vivir. Nos da alegría que Dios destruirá sus carros. Si Dios destruye las armas de los malos, ahí nos parece que está nuestra paz. Creemos que, si Dios aplasta al enemigo y vence a los malos, entonces vendrá la paz. Pero el texto dice que también destruirá los caballos de Jerusalén.

Naturalmente nos identificamos con “los buenos”, con el bando de Jerusalén. Dios también destruirá las armas de los buenos. Nos complica el panorama porque creemos que para traer la paz es necesario que se elimine, que se expulse, que se excluya al otro. Sin embargo, unos y otros hemos de ser confrontados por la noticia del evangelio. Unos y otros somos desafiados a someternos a un nuevo estilo de vida de no-agresión.

El reino de Cristo es una nueva proclama de paz, que nos desarma a unos y a otros. En Cristo, Dios está a favor de todos y también en contra de todos. Dios no es partidario de un bando humano, ni de una secta humana. Dios quiere destruir nuestras armas para que confiemos sólo en Dios.

 

Destruye nuestros caballos

Entendemos perfectamente que Dios destruya los carros de Efraín, del reino malo del norte. Pero Dios también destruirá los caballos de Jerusalén: las armas de los buenos. Esto nos complica el panorama porque estábamos seguros de que para traer la paz era necesario que se elimine, que se expulse, que se excluya al otro, a quien es diferente, a quien tiene otras doctrinas o prácticas. No pensábamos que Dios también destruiría nuestras armas.

Y es porque la noticia del evangelio nos confronta a unos y a otros. En toda situación en la que existen bandos, hemos de entender que Dios no forma parte de ninguno de esos bandos en contienda. Unos y otros somos desafiados a someternos a un nuevo estilo de vida de no-agresión y no-violencia.  

El evangelio de Cristo nos desarma a unos y a otros. Dios no es partidario de un bando humano, ni de una secta humana. La paz no vendrá por medio de la destrucción de los del bando, partido, secta o grupo contrario. Más bien es la presencia del Mesías, en medio del conflicto, lo que trae la paz, porque se pone a desarmar a los unos y a los otros, sin preguntar cuál de los dos es “el bueno”.  

En la Navidad, el recién nacido del pesebre viene a destruir nuestras armas, para que aprendamos a confiar sólo en Dios. Si acaso hemos puesto nuestra confianza en nuestros caballos, en nuestros recursos o en nuestras armas, hemos cometido un error. Esos caballos no son lo que nos da libertad y paz. Nuestra confianza no debe estar en nuestros recursos.

Hasta que el nombre sagrado de Dios es nuestro único recurso, hasta entonces Dios se convierte en nuestro verdadero recurso: es hasta que nos quedamos “sin caballos”. La gloria de Dios es la búsqueda de un nuevo camino de paz, de una nueva relación correcta entre nosotros como prójimos, que compartimos el mismo barco, independientemente de nuestras creencias o de nuestra incredulidad. Esta paz se manifiesta cuando renunciamos a nuestros carros y caballos de guerra y reconocemos que la confrontación es un callejón sin salida.

Hay que entregar todas nuestras relaciones, domésticas y políticas, a la buena voluntad de paz de Dios, y confiar en ese nuevo reino que amanece con Cristo en la navidad. Son buenas noticias que traen gozo para todo el pueblo. Vamos a gozarnos porque a este mundo herido, Cristo le ha nacido. Que en este adviento y navidad, la gloria de Dios se traduzca en paz entre nosotros, porque gloria en las alturas y paz en la tierra son dos caras de la misma moneda.

Señor, perdona si hemos cometido el error de separar el culto del resto de nuestra vida. Ayúdanos a integrar la adoración en nuestra manera de vivir cada día. Señor, gracias por la buena noticia de la Navidad. Es la alegría más profunda y es para todo el mundo. Ya ha llegado la salvación, y queremos participar hoy de esa tremenda verdad. Dios, danos la bendición de vivir en tu nueva realidad de paz que trae gran alegría. Señor, destruye nuestras armas para aprender a vivir en la nueva realidad de tu paz. Amén.   

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Enrolado por la gracia - Dos caras de una misma moneda