Las cuatro hijas de Felipe

Ejercían frecuentemente el don de profecía que el Señor les había dado para beneficio de la comunidad. Eran ejemplos de mujeres cristianas y en la comunidad se las reconocía.

03 DE FEBRERO DE 2021 · 10:00

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Foto de Rosie Fraser en Unsplash CC.

El capítulo 20 de Los Hechos de los Apóstoles concluye con una escena conmovedora. Pablo se despide de los líderes de la Iglesia en Mileto y les dice que no volverían a ver más su rostro. Apenados, se echaron sobre el cuello del apóstol, besándole y llorando con “gran llanto”.

Lucas describe con detalles la ruta seguida por Pablo. En Mileto embarca rumbo a la isla de Cos, de aquí a Rodas, célebre por su Coloso, una de las siete maravillas del mundo. Dejando Rodas llega a Pátara, en la costa asiática. Aquí deja la navegación de cabotaje y embarca en otra nave más pequeña y con menos seguridad que llevaba carga a Tiro, en la Fenicia. En Tiro permanece siete días, “seguramente a exigencia del servicio de la nave”. Pablo aprovecha la estancia en Tiro para reunirse con la Iglesia allí existente. Algunos de los líderes “decían a Pablo por el Espíritu, que no subiese a Jerusalén” (21:4). En Tiro tuvo otra emotiva despedida: “Puesto de rodillas en la playa, oramos. Y abrazándonos los unos a los otros, subimos al barco y ellos se volvieron a sus casas” (21:5-6).

Después de la enternecedora despedida la nave sigue rumbo a Tolemaida, en la bahía situada al pie del monte Carmelo. En Tolemaida abandona la nave y se dirige por tierra hacia Cesaréa, distante sólo cincuenta kilómetros. Allí se hospeda en casa de Felipe el evangelista, uno de los siete, que “tenía cuatro hijas doncellas (vírgenes) que profetizaban” (21:8-9).

No se debe confundir a este Felipe evangelista con uno de los discípulos de Cristo del mismo nombre que se cita en Mateo 10:3. El Felipe que hospedó a Pablo era otro.

Según el capítulo seis de Hechos los apóstoles no podían atender tantas demandas que pesaban sobre ellos y decidieron nombrar siete diáconos “de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría”. Entre los siete estaban Esteban y el padre de las cuatro hijas profetisas.

Las profetisas eran mujeres que transmitían al pueblo o a un grupo específico de personas los mensajes recibidos de Dios. Estas colosas del espíritu solían empalmar con María hermana de Moisés y de Aarón. Éxodo 15:20 la presenta como “María la profetisa”. Lo mismo se dice de Débora, profetisa (Jueces 4:4). Hulda, quien profetizó en el reinado del rey Josías: “Entonces fueron el sacerdote Hilcías, y Ahicam, Acbor, Safán y Osaías a la profetisa Hulda, mujer de Salum” (2º de Reyes 22:14).

Noadías, quien infundió miedo a Nehemías cuando se hallaba atareado en la construcción del muro de Jerusalén: “Acuérdate, Dios mío, de Tobías y de Sambalat, conforme a estas cosas que hicieron; también acuerdaté de Noadías, profetisa” (Nehemías 6:14). Isaías se refiere a su mujer como profetisa (Isaías 8:3).

En el Nuevo Testamento tenemos a Ana, viuda, de ochenta y cuatro años, de quien dice Lucas: “Estaba también allí Ana, profetisa”. Poseída por el Espíritu de Dios le permitió reconocer al Mesías en el niño Jesús (Lucas 2:26).

En un sentido impropio la Biblia llama también profetisa a la esposa del profeta, como en el caso ya citado de Isaías.

Muchas opiniones se han vertido en torno a las cuatro hijas de Felipe. Y algunas barbaridades se han escrito sobre ellas. Charles C. Ryrie, profesor de Teología Sistemática en el Seminario de Dallas, Texas, en un comentario de 96 páginas al libro de los Hechos, publicado por Publicaciones Portavoz Evangélico, escribe en la página 82: “El barco atracó brevemente en Talemaida, donde Pablo, al parecer, desembarcó y viajó por tierra a Cesaréa. Allí él y su grupo se quedaron con Felipe el evangelista y sus cuatro hermanas vírgenes que tenían el don de profecía”.

¿Cómo se puede ser tan bruto? ¿Cómo se puede ser tan enredador, violentando y tergiversando la Biblia?, cuando Hechos 21:9 dice literalmente que Felipe: “tenía cuatro hijas doncellas que profetizaban”. ¿De dónde ha sacado el señor Ryrie la idea de retorcer el parentesco como para convertir a un padre en hermano de sus hijas?

Lucas habla del carisma de profecía concedido a mujeres en la Biblia y cree que al notar que las cuatro hermanas eran vírgenes se relaciona estrechamente este carisma con su virginidad, “que habrían escogido con el deliberado propósito como estado permanente”. Es de las pocas cosas en que el Nuevo Testamento habla del carisma de profecía concedido a mujeres. En 1ª de Corintios tenemos otros casos de mujeres a las que Pablo atribuye el don de la profecía: “Toda mujer que ora y profetiza con la cabeza descubierta, afrenta su cabeza” (1ª Corintios 11:6). En Hechos 2:17 Pedro cita al profeta Joel y recuerda sus vaticinios: “En los postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán”.

Las cuatro hijas de Felipe ejercían frecuentemente el don de profecía que el Señor les había dado para beneficio de la comunidad. Eran ejemplos de mujeres cristianas y en la comunidad se las reconocía como profetisas, dando fe de que “así como la mujer procede del varón, también el varón procede de la mujer” (1ª Corintios 11:12); así que “no hay varón ni mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo” (Gálatas 3:28).

No consta en el Nuevo Testamento que las hijas de Felipe escribieran sus profecías, como lo hicieron otras profetisas del Antiguo Testamento. En el caso de la anciana Ana, en el Nuevo, por las investigaciones de Lucas conocemos su profecía relativa al niño Jesús. Sabemos que las hijas de Felipe eran jóvenes consagradas al servicio de la Iglesia y que renunciaron al matrimonio a fin de tener más libertad para el ejercicio de su ministerio profético. Parte de la honra que les pertenezca ha de ser atribuida a Felipe, el padre, que según Aristóteles ha de dar tres beneficios a hijos e hijas: la causa de su ser, engendrándolo; la causa de su nutrición, educándolo y la causa de su saber, enseñándolo.

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