Loida y Eunice

Su fe las llevó a transmitir a Timoteo el amor por las Escrituras, la práctica de la verdad y el temor de Dios.

18 DE NOVIEMBRE DE 2020 · 09:00

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Foto de Tina Bosse en Unsplash CC.

En el Nuevo Testamento tenemos trece epístolas escritas por el apóstol Pablo; con la epístola a los Hebreos harían 14, pero se discute la autoría paulina de esta carta.

¿Cartas o epístolas? En la literatura española son profundamente distintas entre sí. Los antiguos conocieron ya estas diferencias. El historiador griego del siglo IV, Eusebio de Cesarea, dice que ya en el primer siglo de nuestra era el escritor y religioso también griego llamado Dionisio el areopagita escribió numerosos tratados distinguiendo entre cartas y epístolas.

Desde Roma, donde se hallaba preso, Pablo escribe dos tiernas cartas a Timoteo. Ambas revelan una psicología de anciano.

En la primera Pablo se dirige a Timoteo como “verdadero hijo en la fe”. En la segunda lo llama “amado hijo”. Así como un hijo debe la vida a su padre terrenal, Timoteo debía su vida espiritual a Pablo. Además, como el hijo está llamado a servir al Padre, Timoteo debía servir al apóstol. Acto seguido recuerda a Timoteo que la fe cristiana había hecho morada primero en el corazón de la abuela, después en el corazón de la madre y finalmente en el propio corazón del joven discípulo.

Todas las indicaciones coinciden en que madre e hija, Loida y Eunice, fueron convertidas a Cristo en el curso del primer viaje de Pablo a Listra, según Hechos 16:1. La conversión tendría lugar en torno al año 45 de nuestra era. Lucas dice de Loida que su nombre es griego, pero judía de raza. Las pocas letras que de ella se han escrito, por su corta biografía, la señalan como una creyente consagrada y activa en sus medios.

De Loida nació Eunice, madre de Timoteo. Era judía fiel, pero casada con un hombre griego. Fue convertida temprano, tal vez al mismo tiempo que su madre Loida. Cuando Pablo escribe a Timoteo recuerda con cariño a la madre y a la abuela: “Sin cesar me acuerdo de ti en mis oraciones noche y día, deseando verte, al acordarme de tus lágrimas, para llenarme de gozo, trayendo a la memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida, y en tu madre Eunice” (2ª Timoteo 1:3-5).

Cuando Lucas la presenta por vez primera dice de ella que era “una mujer judía, creyente” (Hechos 16:1).

¿Qué quiere significar Lucas con el calificativo creyente? ¿Era creyente en el sentido judío, a la manera de lo ordenado en la Ley de Moisés o era creyente en Cristo como cumplimiento de las promesas del Antiguo Testamento? Me inclino por esto último. Su fe la llevó a transmitir a su hijo el amor por las Escrituras, la práctica de la verdad y el temor de Dios que ella misma había aprendido de su madre Loida.

La vida de Loida y la de su hija Eunice, que caben en un solo versículo de la Biblia, nos enseña la importancia de comunicar la fe en el seno de la familia.

El escritor francés del siglo XVIII Etienne Condillat consideraba a la mujer abuela como poseedora del arte de pensar y de transmitir. Cuando una persona se alaba a si misma solemos decir “no tiene abuela”, significando que ya está muerta. “Al morir mi abuela murió parte de mí misma, porque añoré su preocupación por todos nosotros”, escribió la novelista Carmen Laforet.

De este estilo era Loida. Sabía que la fe puede ser comunicada, que una familia religiosa es de suprema importancia, que una herencia de fe es una posesión bendita, que esa fe es un don que podemos y debemos transmitir a otros miembros de la familia. En el texto de la primera y segunda epístola a Timoteo Pablo destaca la influencia religiosa de Loida en su hija y en su nieto.

Eunice, hija de Loida, supo asumir su misma fe, acordándose de sus enseñanzas. Como en los versos de Gabriel y Galán, pudo decir:

Mi madre me dio la vida; mi madre arrulló mis sueños cuando en mi infancia querida, soñaba el alma dormida con horizontes risueños.

Eunice era consciente de su maternidad y de su responsabilidad ante el hijo. Habría sido capaz de mecer a la propia muerte en sus rodillas antes de que tocaran a Timoteo. Eunice representaba para el hijo el bien, la providencia, la ley, en una palabra, la divinidad en su forma más tangible.

Abuela, hija, nieto: Loida, Eunice, Timoteo. Maravillosa cadena de amor y transmisión de la fe de la abuela al nieto, pasando por la hija. En muchos hogares cristianos hay un terrible número de fracasados. Hijos e hijas que abandonan la fe de los mayores y que llegan a reírse de la religiosidad de abuelos y de padres. ¿Por qué? ¿Tendrán parte de culpa quienes descuidan las enseñanzas del Maestro relativas a la responsabilidad de los padres a educar a los hijos en la fe?

Las mujeres de nuestras Iglesias pueden aprender mucho de Loida como educadora. Fue ella quien primero infundió en Timoteo su fe. Las abuelas suelen tener influencia sobre los nietos, tanto para bien como para mal. Pueden dedicarles más tiempo en tanto que las madres trabajan o están ocupadas.

Como gran conocedora y constante lectora de la Biblia se inspiraba en sus enseñanzas para instruir a Timoteo desde la más tierna edad. Como resultado Timoteo llegó a ser uno de los más celosos y generosos con el apóstol de los gentiles, quien confió en él para asuntos de gran importancia, como puede leerse en varias de sus epístolas. La fe “no fingida” que Pablo atribuye a Loida hizo posible la conversión a Cristo de la hija y del nieto.

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