Elisabet

Desde Elisabet hasta Febe tenemos en el Nuevo Testamento 21 mujeres dignas de ser bosquejadas.

15 DE JULIO DE 2020 · 10:00

Detalle del grabado de la visita de María a Elisabet, por B. Eredi. / Wikimedia Commons,
Detalle del grabado de la visita de María a Elisabet, por B. Eredi. / Wikimedia Commons

Con Ester concluí los esquemas biográficos de 27 figuras femeninas del Antiguo Testamento. Al considerar las vidas de esas 27 mujeres hemos asistido a pacíficas escenas y a horribles tragedias. Nos hemos embelesado en afectos puros y sentimientos nobles y nos han estremecido los gritos dolorosos de pasiones tristes. Ahora, desde Elisabet a Febe tenemos en el Nuevo Testamento otras 21 mujeres dignas de ser bosquejadas en relación con los tiempos que vivieron y sus más o menos cercanías al Maestro de Galilea.

Ateniéndome a la cronología de los Evangelios me ocupo de Elisabet antes que de su parienta María, Madre del Salvador.

La historia de Elisabet sólo ocupa en la Biblia el primer capítulo del Evangelio escrito por Lucas.

Si el nacimiento de Jesucristo fue anunciado desde el Génesis y explícitamente ratificado por el profeta Isaías en 7: 14, el de Juan el Bautista, hijo de Elisabet, también fue anunciado por otro profeta, Malaquías. En 3: 1 dice: “He aquí, yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí, y vendrá súbitamente a su templo el Señor a quien vosotros buscáis”.

En estos términos fue anunciada la venida al mundo de Juan el Bautista, precursor del Mesías, siglos antes de nacer. Y cuando ya hombre, predicando a multitudes, consciente de su misión precursora, las anunció, refiriéndose a Jesús: “Este es de quien yo decía: El que viene después de mí, es antes de mi; porque era primero que yo”.

Y cuando sacerdotes y levitas le preguntaron quién era él, respondió: “Yo soy la voz de uno que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías” (Juan 1: 15-23). El bautista estaba citando Isaías 40: 3.

Así como cuando llegó el cumplimiento del tiempo en el reloj de Dios se cumplieron las profecías que anunciaban el nacimiento de Cristo, otras profecías que anunciaban el de Juan el Bautista se cumplieron también.

Lucas establece su nacimiento en tiempos de Herodes rey de Judea. Para distinguirlo de otros que llevaron el mismo nombre sin ser reyes, lo designa específicamente como “rey de Judea”.

En aquellos tiempos hubo un sacerdote llamado Zacarías, perteneciente a la familia de Aarón, casado con una mujer de nombre Elisabet, quien por parte de padre era también del linaje de Aarón y por la de madre, de la raza de David. Parienta de la Virgen María. Dice la Biblia que “ambos esposos eran justos delante de Dios, y andaban irreprensibles en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor”.

Elisabet era estéril, y al igual que su marido, “de edad avanzada”.

El ministerio de Zacarías consistía en quemar los perfumes sobre el altar dos veces al día, mañana y tarde. En esas horas era cuando el pueblo acudía al templo para orar. El día del milagro había más gente que de ordinario, lo cual indica que pudo ser día de sábado.

En su ministerio estaba Zacarías cuando vio a un ángel “puesto en pie a la derecha del altar del incienso”. Zacarías se asustó: El ángel lo calmó y le dijo que su mujer quedaría embarazada y daría a luz un varón al que debería llamar Juan. “Y hará que muchos de los hijos de Israel se conviertan al Señor Dios de ellos”.

El bueno de Zacarías expresó sus dudas: “Yo soy viejo, y mi mujer es de edad avanzada”. Para Dios nada es imposible. Concibió Elisabet y dijo: “Así ha hecho conmigo el Señor en los días en que se dignó quitar mi afrenta entre los hombres”.

Zacarías y Elisabet vivían por entonces en una ciudad cuyo nombre no se cita, situada en la montaña de Judá. Allí recibe la visita de una pariente suya, la Virgen María. La joven se encuentra con la anciana. Elisabet estaba embarazada de seis meses. María de tres.

Los versículos 39 al 56 en el primer capítulo de Lucas es el único texto bíblico protagonizado por Elisabet.

Cuando ella y María se encontraron, el saludo no fue normal; al unirse, los dos cuerpos se estrecharon en un abrazo. Entonces la criatura que Elisabet llevaba en su interior, que al nacer y crecer sería Juan el Bautista, “salto de alegría en su vientre”.

Escritores de los primeros siglos cristianos como Crisóstomo, Orígenes y otros dicen que el hijo de Elisabet salto de alegría al sentir la proximidad del hijo de María. Años después Cristo diría que no había habido ningún profeta mayor que Juan el Bautista.

Inmediatamente después Elisabet fue llena del Espíritu Santo “y exclamó a gran voz”. ¿Qué había en aquella exclamación? La revelación de dos grandes misterios: Uno, la alabanza a la Virgen: “Bendita tú entre las mujeres”. ¿Por qué misterio? Porque Elisabet repite literalmente lo que el ángel dijo a María al anunciarle el embarazo sobrenatural: “Bendita tú entre las mujeres”. ¿Cómo pudo Elisabet coincidir con el ángel en la bendición a María? Sólo existe una explicación: El que puso la frase en labios del ángel fue el mismo que inspiró a Elisabet.

El segundo misterio en boca de Elisabet fue aún más profundo. Dijo: “¿Por qué se me concede esto a mí, que la madre de mi Señor venga a mi?”. ¿A que Señor se refería? Desde luego, no a Jehová. En sus palabras estaba reconociendo al Verbo de Dios que María llevaba en sus entrañas. Con esto estoy diciendo que Elisabet fue la primera persona, según la Biblia, que reconoció la divinidad de Cristo incluso antes de verlo en persona.

Jesús y Juan el Bautista, los dos encerrados en el vientre de distintas mujeres, tuvieron un sobrenatural acercamiento antes de venir al mundo.

Concluye Lucas sus breves datos biográficos sobre Elisabet diciendo que parientes y amigos se regocijaron con ella cuando dio a luz. Transcurridos ocho días se procedió a circuncidar al niño, tal como estaba estipulado en la ley que Dios entregó a Moisés. Comentaristas de los Evangelios sugieren que la circuncisión tuvo lugar en la casa, tal como se hizo con otros hijos de personajes destacados del Antiguo Testamento. Aquél era el momento de imponer nombre al niño. Algunos de los presentes, tal vez parientes del padre, sugirieron el nombre de Zacarías. Elisabet respondió que de ninguna manera, el niño se llamaría Juan. Entre sus parientes no había Juan alguno, pero éste era el nombre que el ángel había elegido al anunciar el nacimiento a Zacarías. Desde que hablara con el enviado del Señor, Zacarías había quedado mudo. Partidarios del nombre del padre insistían en llamarle tal como el viejo profeta. Consultado éste, pidió una tablilla y escribió Juan. “Al momento fue abierta su boca y suelta su lengua y habló diciendo a Dios”, como indicando que la recuperación del habla estuvo relacionada con la imposición del nombre.

Nada dice la Biblia de la muerte de Elisabet. Algunos autores han supuesto que tal como la Virgen María huyó a Egipto para evitar que Herodes matara al niño Jesús, “Elisabet había huido de las orillas del río Jordán a la soledad de los desiertos para librar de la bárbara cuchilla del verdugo la cabeza amenazada de su hijo. El día de su muerte no quedó grabado en la memoria de los hombres, pero su vida está escrita con caracteres de luz en el libro de la eternidad”.

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