Polvo, ceniza y nada

El sábado 25 se cumplirán tres meses de la muerte de Fidel Castro. Este breve aniversario me ha llevado a la consideración de la brevedad y vanidad de la vida.

22 DE FEBRERO DE 2017 · 08:39

Una valla publicitaria en Cuba.,
Una valla publicitaria en Cuba.

Dentro de dos días, el sábado 25, se cumplirán tres meses de la muerte de Fidel Castro. Este breve aniversario me ha llevado a la consideración de la brevedad y vanidad de la vida, tal como lo plantea Job en uno de sus textos más significativos. Dijo el hombre atormentado por los dolores:

“El hombre nacido de mujer, corto de días, y hastiado de sinsabores.

Sale como una flor y es cortado, y huye como la sombra y no permanece” (Job 14:1).

Así es la vida de todos los hombres y mujeres que en el mundo han sido y serán. Tu vida y la mía caminan por el mismo sendero hasta que lleguemos al final del camino. Yo aún puedo escribir y tú puedes leer. Así fue la vida de Fidel Castro, el hombre que gobernó la isla de Cuba durante medio siglo, nacido el 13 de agosto de 1926 cerca de Birán, provincia de Santiago de Cuba, y desnacido en la Habana el 25 de noviembre de 2016. Había cumplido 90 años.

Hijo de un rico hacendado español emigrado de Galicia, estudia primero en el Colegio de los Jesuitas en Santiago. De aquí pasa a la Universidad de la Habana, donde se matricula en la carrera de Derecho. A los 21 años viaja a la república Dominicana para participar en un fallido complot contra el presidente Trujillo. Un año después se dirige a Colombia. El motivo era protestar contra el gobierno imperante, contra la presencia de la CIA en Colombia y organizar a los universitarios de izquierdas para hacerse con el control del Congreso de Estudiantes Latinoamericanos. Todo esto lo cuenta Norberto Fuentes en “La autobiografía de Fidel Castro”, Ediciones Destino, Barcelona 2004.

La forja del hombre rebelde aflora desde la infancia y se materializa en plena juventud.

De regreso a Cuba se gradúa como doctor en leyes.

El fuego revolucionario le quema. Continúa ardiendo en su interior.

Decidido a derribar el régimen dictatorial de Batista en Cuba, el 23 de julio de 1953 organiza una expedición para asaltar el cuartel Moncada en Santiago de Cuba. Todos los participantes eran jóvenes entre 20 y 28 años, muchos de ellos hijos de gallegos, como el propio Fidel. La operación no prospera según cuenta Fidel al periodista y escritor español Ignacio Ramonet en “Biografía a dos voces”, Ediciones Debate, Barcelona 2006, murieron 61 expedicionarios, 5 en combate y 56 asesinados por el ejército de Batista.

Castro fue capturado y condenado a quince años de cárcel en la isla de Pinos. Amnistiado poco después, pasa unos meses en Nueva York y a continuación se traslada a México. Allí funda el Movimiento 26 de julio, con la única intención de invadir Cuba. Es asesorado en guerra de guerrillas por Alberto Bayo, militar español del bando de la república que perdió la guerra civil en España. El 2 de diciembre de 1956 desembarca en playas cubanas al frente de 80 hombres. Muchos mueren. Fidel logra internarse con los supervivientes en el territorio de Sierra Maestra. Allí permanece tres años luchando contra el ejército de Batista. Gana la guerra. En los últimos días, dos mil hombres del ejército de Batista se unen a los barbudos vencedores.

El 1 de enero de 1959, dos grandes comandantes de la revolución, Che Guevara y Camilo Cienfuegos, se dirigen a La Habana para preparar la entrada triunfal de Fidel Castro a la capital de la isla, de la que el presidente Batista ya había huido.

Castro tiene 30 años. Es un vencedor. Las multitudes lo adoran. Recorre los mil kilómetros que separan Santiago de Cuba de la Habana en olor de multitudes, con breves paradas en las principales ciudades: Bayamo, Las Tunas, Santa Clara, Camagüey, Ciego de Ávila, Matanzas, siempre en olor de multitudes, aclamado por miles de campesinos instalados en los bordes de las carreteras. Alejandro Magno regresando victorioso a Macedonia después de haber aniquilado el ejército persa. Napoleón I contando en París la toma de Alejandría.

Locura más grande fue la entrada del héroe Fidel a la ciudad de la Habana el 8 de enero de 1959. Le acompañaron mil soldados guerrilleros. Hasta los perros y las piedras aplauden. Cuando se han merecido los aplausos es difícil pararlos. Y los habitantes de Cuba creían que Fidel los merecía, que iba a dar un giro definitivo al país mejorando las condiciones de vida.

1959-2016. Pasan 57 años desde la entrada triunfal de Castro en La Habana. Ya muerto volvió a desandar el camino, en sentido inverso: La Habana, Matanzas, Ciego de Ávila, Camagüey, Las Tunas, Bayamo, Santiago de Cuba. Ahora el medio de transporte que recorre los mil kilómetros es otro. No va puesto en pie sobre un vehículo rodeado de escoltas metralleta en mano. A nadie saluda. Su cuerpo convertido en ceniza viaja en una urna delicadamente decorada, en una camioneta preparada para el viaje. ¡Toda la gloria del hombre es como la flor del campo!

¿Qué queda ahora del gran caudillo, uno de los hombres más importantes que tuvo el siglo XX? En la catedral de Toledo, en una lápida bajo la cual, se dice, fue enterrado el cardenal Portocarrero a principios del siglo XVIII, figura esta inscripción: “Aquí yace polvo, ceniza y nada”.

En esta misma línea Ernesto Hemingway escribió en 1927 un cuento titulado “En un lugar limpio y bien iluminado”. Aquí reescribe el Padrenuestro desde una perspectiva atea. El tenía licencia para hacerlo, puesto que por entonces vivía en el ateísmo. Pero que en la lápida de todo un señor cardenal, un religioso al que se supone creyente, estampen eso de “polvo, ceniza y nada”, no cuadra.

Así escribió Hemingway: “Nada nuestra que estás en la nada, nada sea tu nombre, venga a nosotros tu nada y hágase tu nada así en la nada como en la nada. La nada nuestra de cada día dánosla hoy, y perdona nuestras nadas así como nosotros perdonamos a nuestras nadas. Y no nos dejes caer en la nada, más líbranos de nada; pues nada”.

¿Nada después de la muerte? ¿Sólo polvo y ceniza? Desesperante. Nos queda el suicidio.

¿Qué resta ahora de Fidel Castro? ¿Nada? ¿Somos materia, sólo materia que se descompone o se quema en el fuego? ¡Más desesperante aún! ¿Tras un viaje de ida y vuelta, estrellamos nuestro Documento de Identidad contra la tumba, decimos adiós a la vida y sanseacabó?

Leamos a Víctor Hugo el grande. “Cerca de medio siglo –dice el genial francés - he estado escribiendo mis pensamientos en prosa, verso, historia, filosofía, drama, sátira, oda, canto. Todo lo he experimentado, pero siento que aún no dije la milésima parte de lo que está en mí. Cuando yo baje a la tumba, podré decir, como muchos: “He terminado la faena del día”, pero no podré decir: “Ha terminado mi vida”. Mi trabajo comenzará a la mañana siguiente. Mi tumba no es un callejón sin salida; es un camino abierto que se cierra con el crepúsculo de la noche y abre con la aurora. No valdría la pena vivir si tuviéramos que morir por completo. Lo que aligera el trabajo y santifica nuestros esfuerzos es la visión de un mundo mejor que contemplamos a través de esta vida. ¡Tierra, no eres mi abismo!”. Tampoco el crematorio lo es.

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