La fe de Pío Baroja

“¡Saquemos a Baroja del Purgatorio!”, pide el prestigioso biógrafo de la Generación del 98 Ricardo Gullón. En su opinión, Baroja lleva años en el purgatorio del silencio aquí en España, donde sus libros se leen muy poco o no se leen en absoluto. Es hora de sacarle de ese purgatorio y devolverle al mundo al que pertenece, es decir, devolverle al público especializado y al público en general.

23 DE MARZO DE 2006 · 23:00

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Este año se cumple el 50 aniversario de la muerte de Pío Baroja en Madrid. Con tal motivo algunas editoriales están publicando obras conocidas del escritor vasco. Entre primavera y otoño aparecerán cuatro volúmenes de memorias y fotografías y dos obras inéditas, LAS MISERIAS DE LA GUERRA CIVIL y FRAGMENTOS SUELTOS. BIOGRAFÍA Pío Baroja nació en San Sebastián, Guipúzcoa, el 28 de diciembre de 1872. En Valencia hizo la carrera de Medicina y en Madrid obtuvo el doctorado. Su primer destino como médico fue el pueblo de Cestona, no lejos de San Sebastián. Aquí se enemistó con todos, con los habitantes, con los enfermos y, de forma muy dura, con el sector católico y con el párroco. Regresó a Madrid para colaborar con su hermano Ricardo en un comercio de pan. Esta actividad le cansó y pronto se dedicó a la literatura, escribiendo artículos para periódicos y revistas. En 1900 publicó su primera novela, VIDAS SOMBRÍAS. El éxito le sorprendió. De este primer libro de Baroja se ocuparon con elogio Azorín, Pérez Galdós y Unamuno, entre otros autores de prestigio. VIDAS SOMBRÍAS fue el inicio de una producción literaria que mantuvo hasta su muerte en Madrid el 30 de octubre de 1956. Olvidado por unos y atacado por otros, Baroja está considerado dentro y fuera de la patria como el primer novelista de la España de su tiempo, al lado de Galdós y, para algunos, por encima de éste. El retrato que hace Ramón J. Sender de Baroja en su libro EXÁMEN DE INGENIOS, no favorece al escritor vasco. Sender, a quien admiro tanto por su obra como por su vida, me parece duro, intolerante, excesivamente severo con el autor de ZALACAÍN EL AVENTURERO, y otras novelas geniales. Sender cuenta de Baroja que fue un amargado, un resentido contra las personas y contra la existencia. Hablaba mal de todos los escritores de su tiempo, así nacionales como extranjeros. En el colmo de la descalificación, Sender llama a Baroja “monstruo de timidez y enfermo romántico de individualismo”. LA FE DE BAROJA En opinión de Sender, Baroja practicaba un ateismo católico. Es decir, el ateismo de un católico que ha perdido a Dios. ¿Sólo Baroja? Toda aquella Generación literaria del 98, que Laín Entralgo calificó como “parva gavilla de españoles egregios”, vivió de espaldas a la Iglesia católica, ignorándola, o le hacía frente, atacándola. Fueron escritores educados en su juventud en un catolicismo rígido, de formas, sin vida, carente del apoyo que presta una religiosidad vigorosa, y acabaron separándose de la pasiva creencia infantil, y aún embistiéndola. Así ocurrió con Antonio Machado, Miguel de Unamuno, Juan Ramón Jiménez, Valle Inclán, Benavente, Ortega y otros. El hecho anticatólico de esta Generación del 98 está ahí, y vale tanto para ellos como para muchos de sus hijos o nietos, los componente de la Generación del 27. Pío Baroja se confesaba agnóstico. Ortega dice que se caracterizaba por su incontinencia anticlerical. En una conferencia pronunciada en la Universidad francesa de La Sorbona en 1924, recogida en parte por Laín Entralgo, Baroja se expresó así: “No es raro que haya sido anticatólico, antimonárquico y antilatino en un país católico, monárquico y latino que se descomponía, y en donde las viejas pragmáticas de la vida, a base de latinismo y de sentido monárquico y católico, no servían más que de elemento decorativo”. En un párrafo de su libro LA VOLUNTAD, Baroja declara: “A mi, cuando me preguntan qué ideas religiosas tengo, digo que soy agnóstico”. El término agnóstico fue inventado por Thomas Huxley en 1869 –tres años antes del nacimiento de Baroja- partiendo de un texto de San Pablo en el que dice que al llegar a Atenas encontró un altar dedicado “al Dios no conocido” (Hechos 17:23). En síntesis, el agnóstico proclama que la noción de Dios es incognocible para el entendimiento humano. ¿Era esta la postura religiosa de Baroja? ¿Creía el escritor vasco que Dios no puede ser concebido ni explicado por la razón? Cuando el agnosticismo rechaza todo lo que rebasa los límites del conocimiento, no explica qué entiende por conocimiento. Si a Dios no podemos conocerlo por la metafísica, ni por la ciencia, ni por la razón, ni por la experiencia religiosa y espiritual, ¿qué sentido tiene su revelación en la Biblia y en la Historia? ¿Qué valor damos entonces a la encarnación del Padre en el Hijo, al descendimiento de Dios con fines redentores? En EL ÁRBOL DE LA CIENCIA Baroja aborda el tema religioso. Unos ven en este libro un ataque frontal a la fe y una burla del Génesis. Otros opinan que aquí Baroja asume un compromiso de fe y defiende la importancia y el valor de la creencia. Inspirado en textos de Nietzche, Baroja escribe su célebre trabajo sobre El Gran Pan. Recreando la teoría de la muerte de Dios, Baroja insiste en el grito: “El Gran Pan ha muerto”. “¿Quién era este Gran Pan cuya muerte se anunciaba? –pregunta Baroja-. ¿Era sólo el Dios de los pastores y de los rebaños? ¿Era Osiris? ¿Era Mendes? ¿Era Planes? ¿Era el Dios del Universo, el Gran Todo, el Eter Puro, la Sustancia Única de los estoicos?” Baroja llega a una conclusión dramática. Si El Gran Pan ha muerto, si el Godot de Becket no llega al escenario, si Dios ha sido definitivamente enterrado por quienes le han disparado al alma, sólo nos queda el caos, el vacío, la nada. Así lo concibe Baroja: “En vez de alegría nos quedará el resentimiento; en vez de ímpetu vital, la teocracia y la ley; en vez de la realidad, la entelequia; en vez de la satisfacción, el desprecio; en vez de los frutos de la vida, el dinero. Miraremos con asco nuestro cuerpo, miraremos con desdén nuestras pasiones. Comprobaremos el vacío de la Naturaleza y pasaremos con tristeza y con horror nuestra mirada por toda la oquedad del mundo, entristecido por los hierofantes alucinados de las tierras del Sur. ¡El Gran Pan ha muerto!”. Palabras tan brillantes no las escribe el más sabio de los teólogos.

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