El ejército y las primeras predicaciones

Tan solo cinco meses después de haber renunciado a su ateísmo, el que había sido ateo se convirtió en predicador de la Biblia.

10 DE SEPTIEMBRE DE 2021 · 09:45

Un grupo de soldados realizando el servicio militar obligatorio en 1945. / José Ferrón Vilela y Luis Miguel Bugallo Sánchez, Wikimedia Commons,
Un grupo de soldados realizando el servicio militar obligatorio en 1945. / José Ferrón Vilela y Luis Miguel Bugallo Sánchez, Wikimedia Commons

Concluí el artículo anterior contando cómo fue mi conversión y la primera vez que prediqué, en la reunión del miércoles, en la Iglesia donde fui bautizado un mes antes.

Transcurrió algún tiempo. Exactamente cinco meses después de mi conversión, sólo cinco, ingresé en el ejército para cumplir el servicio militar a la edad que me correspondía. Fui destinado a Santa Cruz de Tenerife, en las Islas Canarias. A las dos semanas de permanecer en el cuartel, un domingo, me dirigí a la dirección que me había agenciado de una familia evangélica en la capital. De allí nos trasladamos a otra casa, donde tuvo lugar el culto aquel día. Acompañado por la pareja de novios Genaro y Etelvina, llegamos al lugar donde ya había un grupo esperando a Genaro, quien debía presidir la reunión. Me presentó. Dijo quién era, de donde procedía, que acababa de llegar a Tenerife. Sin saber nada de mí, añadió: “Parece un buen muchacho”. En ese instante se levanta uno de los asistentes y dijo: “El otro tenía la misma cara de tonto que éste y luego ya sabéis como resultó”.

Me derrumbó anímicamente. Cara de tonto debía tener, pelado al cero y con aquel uniforme al que sobraba tela por todas partes. Pedí permiso para hablar y dije que si busqué a la Iglesia en Santa Cruz fue solamente con la intención de asistir a sus reuniones. Nada más.

En aquel grupo estaba Matilde Tarquis, tía carnal del doctor Pedro Tarquis, director ejecutivo de Protestante Digital. También estaba su hermana Julia. A la salida de la reunión me invitaron a una cafetería próxima. Me explicaron: El que me llamó cara de tonto, dijo Matilde, era un hombre bueno llamado Moisés, miembro del Consejo de la Iglesia. Al llegar yo se había marchado licenciado otro soldado evangélico. Por lo que me contaron, el soldado no dio allí buen ejemplo. Se fue dejando a deber dinero a varios miembros de la iglesia, entre ellos a Moisés. Muy tonto no debió ser.

Durante el año largo que serví a la patria y a la Iglesia de Santa Cruz, Moisés y yo llegamos a ser buenos amigos; nunca le pedí dinero a él ni a otros. El tiempo que duró mi estancia en la mili siempre tuve el dinero necesario para mis gastos personales.

Matilde Tarquis fue utilizada como instrumento del Señor para la conversión de sus tres hermanas: Celia, Julia y Dácil. Por ella, por Matilde, conocí la situación de la iglesia en aquél entonces.

La asistencia a las reuniones dominicales andaba cerca de cien personas. No disponía de local de cultos. Las reuniones tenían lugar en varias casas de la ciudad.

Al frente de la Iglesia, que disponía de un Consejo de Ancianos, no necesariamente ancianos de edad, estaba uno de los hombres más buenos, más espiritual y más humilde que se me ha dado a conocer: Emiliano Acosta. De familia tinerfeña emigrada a Cuba, Emiliano fue convertido a Cristo en la isla caribeña, estudió seis años en el seminario Los Pinos Nuevos, en la ciudad de Placetas las Villas, donde también estudiaron los gemelos tangerinos Pepe y Fernando. Después de graduado Emiliano viajó a Tenerife para anunciar las buenas noticias a familiares y amigos. Al pequeño grupo que se reunía en Santa Cruz Emiliano le llovió del cielo. Resucito espiritualmente a cristianos dormidos, multiplicó la membresía de la Iglesia, organizó las reuniones en las casas, estableció otra iglesia en la cercana Orotava, donde tenía familiares.

Un domingo, después de las reuniones, Emiliano me invitó a cenar a casa de doña Guadalupe, donde se hospedaba, y me planteó los motivos de aquella cena. La iglesia estaba creciendo. Había casas disponibles. Pero no había quien predicara. Me pidió que yo lo hiciera dos veces al mes en Santa Cruz y algunos domingos en La Orotava. Acepté. La palabra ‘no’, no figura en mi vocabulario y eso me ha causado problemas en algunas ocasiones. ¡Qué le vamos a hacer, cada uno es como es! ¡O como Dios lo hizo!

Así fue como un ateo se transformó en predicador de la Biblia tan sólo cinco meses después de haber renunciado a su ateísmo. El tiempo de los milagros no ha pasado. Cosas más imposibles se han visto.

No lo tuve fácil. Entonces no había Wikipedia para buscar información. A lo largo de los años he podido reunir 6.000 libros. No hace mucho regalé 3.000 a FEREDE. Pero allí, en el cuartel, no disponía ni de un solo libro para orientarme. El único que tenía era la Biblia. Adquiría hojas de papel basto que en las tiendas utilizaban para envolver las compras, ideaba un tema, escudriñaba la Biblia, me quedaba tarde en las noches, en el cuartel escribiendo el tema, luego trataba de memorizarlo, a continuación, escribía en menos papel las ideas principales. Así preparaba los temas que luego predicaba.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - En la última farra de mi vida - El ejército y las primeras predicaciones