El milagro “robado” por una fe imperfecta

Jesús salva a la mujer integralmente y anhela que, además de ser curada de la enfermedad, lo sea también de todos sus miedos.

14 DE ABRIL DE 2024 · 09:00

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Imagen de Camila Damasio en Unsplash.

Marcos 5:25-34, La sanidad de una mujer impura

Una mujer con flujo de sangre ha escuchado hablar de Jesús. Aun posee un atisbo de esperanza, pero no tiene dinero y decide recurrir a él. El intento de llegar, aunque no sea más que para tocarlo viene dictado por la convicción (superstición) popular según la cual los vestidos y hasta la sombra de una persona con poder para hacer milagros, emana una virtud curativa. Pero, ¿cómo puede hablar a Jesús de su dolencia delante de una multitud?  En sus condiciones, esta mujer es impura y vuelve impuro todo lo que toca, Lv. 15:25-27. Sin embargo, en su comportamiento se percibe un poco de astucia, un poco de humildad y una confianza ilimitada en Jesús desde una fe imperfecta. La mujer decide pensar por sí misma, después de que, quizás durante muchos años, otros hayan pensado y decidido por ella.

Al tocar al Señor la curación es instantánea. La mujer tiene la convicción de que ha sido sanada y Jesús toma conciencia del poder que ha salido de él, por eso pregunta: ¿Quién me ha tocado? Vs. 31. Pudiera parecer un milagro “robado” porque el Señor ha curado siendo tocado por detrás, pero no sin tener conciencia de ello, porque él es portador de vida y salud auténticas (“El evangelio de Marcos”. J Mateos/F. Camacho). El contacto físico de esta mujer con el que puede sanarla es símbolo de la adhesión y la confianza, porque quien pone su fe en Jesús, aunque sea una confianza sencilla y un tanto distorsionada, obtiene vida.

Sin embargo, a la pregunta de Jesús los discípulos responden con unas palabras que revelan su ignorancia sobre los sucedido en ese preciso momento: “Ves que la multitud te aprieta y dices: ¿Quién me ha tocado?” para ellos solo exite una muchedumbre indiferenciada que oprime al Maestro. El Señor, no obstante, seguía mirando alrededor para ver quien le había tocado. Entonces, la mujer sale de la oscuridad de su anonimato y se identifica “temiendo y temblando”. Su miedo se basa en que, siendo una persona “contaminada” ha transgredido la ley y puede haber hecho impuro a su sanador. Sin embargo, Jesús prescinde de legalismos que no le interesan en absoluto, porque lo que le importa es la fe de esta mujer, y emprende un proceso de clarificación del milagro.

El Señor quiere hacer que la mujer tome conciencia de que no ha sido tanto el gesto de tocarle el vestido lo que ha provocado el  milagro. Lo importante de verdad es aquello que la ha movilizado, lo que la ha impulsado a salir de casa yendo a la búsqueda de Jesús para acercarse a él con un valor y una confianza que han superado todo temor. A esta realidad él la llama fe, sin pedirle permiso a los teólogos. Jesús salva a la mujer integralmente y anhela que, además de ser curada de la enfermedad, lo sea también de todos sus miedos. Le asegura que puede estar tranquila porque no ha hecho ningún mal, por eso la despide con una palabra cargada de esperanza: “Vete en paz”.

 

Los milagros no están bajo custodia

Hay centinelas del orden, gladiadores de la tradición y centuriones del precepto que te ordenan respetar tu turno mandándote al final de la cola, haciendo notar que el Señor está demasiado ocupado para entretenerse contigo. Luego veremos, pero no te dan muchas esperanzas. Son los que vigilan que todo funcione según las prescripciones y los horarios establecidos, de modo que, si no puedes exhibir el distintivo de los privilegiados, ni enseñar el certificado de santidad, tendrás que ceder el lugar a los importantes (“Las mujeres que encontraron a Jesús” A. Pronzato). No te dejes acobardar, avanza, ignora todos los controles, porque Jesús se encuentra disponible para acercarte a él en cualquier momento sin importar cuál sea el dolor que te oprime. Ningún servicio de orden podrá impedirte hablar con él porque nadie, absolutamente nadie controla su corazón, ni su poder, ni su amor hacia ti. Soli Deo Gloria.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - En el camino - El milagro “robado” por una fe imperfecta