Las comidas de Jesús

Jesús quiere hacer presente a un Dios misericordioso que pone en crisis las distancias impuestas por una religión deshumanizadora y excluyente.

12 DE DICIEMBRE DE 2021 · 10:00

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Imagen de Kate Remmer en Unsplash.

“Este a los pecadores recibe y con ellos come” Lc. 15:2

El hecho de comer con publicanos y pecadores es un dato bien documentado en la vida de Jesús que le costó críticas feroces, sobre todo por parte de aquellos que hacían del comer un signo de distinción de clases. El Señor entiende que comer es el signo de la vida compartida, por eso no respeta los preceptos que se utilizan como armas de exclusión social.

¿Por qué actúa así Jesús? Porque quiere hacer presente a un Dios misericordioso que pone en crisis las distancias impuestas por una religión deshumanizadora y excluyente. El Dios de Jesús no es el santo al que puedan acceder algunos privilegiados por medio de las separaciones de lo profano, que es lo que pretendían las normas de pureza ritual. El movimiento de Jesús es inclusivo, se dirige a todo el pueblo sin excepción y, de manera especial, busca la cercanía de los marginados del sistema, aquellos que no esperaban ya nada del mundo, ni de la religión, ni siquiera de Dios.

Entramos así en un nuevo mundo en el que la dignidad y la aceptación de los seres humanos no dependen de su status social, ni de su imagen religiosa, sino de la invitación acogedora que Jesús les hace para ocupar un lugar en la mesa compartida. Por eso, las comidas de Jesús son signos liberadores capaces de acoger a todos aquellos a quienes el mundo ignora y desprecia.

Pero, claro, el antirreino reacciona y sus defensores se escandalizan de que el Señor subvierta el orden establecido. Contra su hipocresía Jesús responde con ironía: “Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores”.

Que los pobres se sienten a comer con el Señor es el gran gozo de Dios y eso es lo que hay que celebrar por encima de todo. La comensalidad abierta de Jesús compartiendo mesa y mantel con todos, pero especialmente con los últimos, los invisibles y los impuros es uno de los signos más claros, sorprendentes y provocativos del carácter abierto y universal del reino de Dios que se ha acercado.    

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