La iglesia y la economía social

Los textos vinculan las relaciones económicas transformadas con la misión de la iglesia.

27 DE NOVIEMBRE DE 2021 · 11:36

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Imagen de Elaine Casap en Unsplash.

“Se mantenían firmes en la enseñanza de los apóstoles, en el partimiento del pan y en las oraciones (…) todos los creyentes estaban juntos y tenían todo en común (…) compartían sus bienes entre sí según la necesidad de cada uno (…) (Hch. 2:42-47).

La descripción que hace Lucas de la primera comunidad cristiana no es una idealización almibarada, sino una descripción que ilumina el espíritu de amor y generosidad de la iglesia hacia los más necesitados. En el reino de Dios se ha revertido la jerarquía de prioridades: La ambición por acumular se ha transformado en el compromiso por compartir.

Pero no se comienza inicialmente por la distribución de bienes, eso reduciría a la comunidad a una cooperativa solidaria con tintes asistencialistas. El primer elemento de la comunión es la fe. Pero como la fe solo es fe en el acto de obediencia, su explosividad social se traduce en una vida compartida a todos los niveles. Repetidamente, los textos vinculan las relaciones económicas transformadas con la misión de la iglesia.

La iglesia primitiva pudo desafiar los decadentes valores de la civilización romana, justamente porque experimentó la comunión cristiana de un modo absolutamente radical. No resolvieron todos los conflictos del mundo, pero visibilizaron de una manera genuina lo que Dios estaba comenzando a hacer: Una nueva creación plasmada en una sociedad alternativa desde los valores del reino de Dios.

En un mundo roto, injusto, desestructurado y desigual como el nuestro, cabría hacerse algunas preguntas: ¿Tiene la iglesia corporeidad histórica a la manera de Jesús, como la tuvo la primera comunidad cristiana? ¿Cómo ha de situarse en la sociedad en un momento en que la corrupción, la injusticia social, el despilfarro, la impunidad y la idolatría del dinero parecen tener la última palabra?

Importa no desviar la mirada, porque la auténtica radicalidad del seguimiento no consiste solo en que la iglesia proclame a un Jesús que es Señor, sino a un Señor que es Jesús y vivió y murió como lo hizo. Desde su memoria, la iglesia tendrá que tomar buena nota.

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