Carta abierta al mundo entero

Hablar con Dios es mucho decir, pero es maravillosamente posible.

18 DE SEPTIEMBRE DE 2022 · 09:00

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Imagen de Wyron A en Unsplash.

A veces siento cierto cansancio psicológico por ver lo que estoy viendo en los medios y en la calle; además de oír lo que se oye frecuentemente, en cualquier lugar, sobre infinidad de personas y de cuestiones, acerca de todo lo imaginable y por supuesto del gobierno de turno y de la clase política, de los corruptos y de los famosos, del cotilleo en las redes sociales y de los entretenimientos banales, de la religión y de los misterios del universo, del vecino de arriba y de todo ser viviente. Aquí todos hablan de todos y de casi todo lo habido y por haber. Se habla en la radio y en la tele, se habla en los mercados, en las terrazas y en las plazas públicas, se habla en las comunidades de vecinos y en las peluquerías, se habla incesantemente en los dispositivos móviles y como no, en las congregaciones de todo signo religioso, se habla en las tertulias y en los foros públicos, se habla de todo y de nada en los mítines y en las cámaras alta y baja, se habla entre adversarios y afines, se habla entre amigos y trúhanes, se habla entre jueces y acusados y suma y sigue… la lista es interminable.

Pero apenas hay quienes hablan con Dios, nuestro supremo Hacedor, incluso hay quienes están ensimismados en sus propios devaneos mentales hablando consigo mismos continuamente y creyendo que lo hacen con la Divinidad, confundiéndose con su alter ego; estos desde luego no son pocos. Hablar con Dios es mucho decir, pero es maravillosamente posible. Se trata de hablar con ese Ser preexistente que tanto desconocemos, me estoy refiriendo al Creador de todo lo que existe, del que armonizó el caos en el cosmos después de la rebelión luciferina en la suprahistoria. Este es el Dios que nos otorgó su carácter moral y nos diseñó a la perfección, regalándonos el arriesgado don del libre albedrío para poder elegir entre la vida y la muerte, la bendición y la maldición, proponiéndonos la vida y la bendición como opciones preferentes para nuestro bienestar.

Me sigue pareciendo realmente asombroso que un Dios tan grande y tan poderoso a la vez se preocupe de nuestras pequeñas historias y se compadezca de nuestras miserias humanas, que por cierto son muchas. El Dios eterno, el Todopoderoso, nos escucha cuando le invocamos; por supuesto, cuando le invocamos de verdad.

En medio de tanto ruido y de tantas voces y de tantísima confusión reinante, este buen Dios puede identificarnos perfectamente a cualquiera de nosotros que no le pasamos desapercibidos porque nos ama apasionadamente. Este bendito celo divino hacia todos y cada uno en particular me sigue resultando difícilmente explicable. La única explicación posible para mí es tremendamente emocionante y consiste en que Dios es un volcán de amor en su pura esencia. Él nos ama como nadie nos ha amado nunca ni nos amará jamás. En la intratable relación del hombre con Dios, siempre ha sido Él quien nos ha buscado vez tras vez tratando de persuadirnos a volvernos a Él cual hijos pródigos reconciliándose con un Padre amante que nos espera, en todo momento, con los brazos abiertos.

La última y arriesgada apuesta de este gran Dios por la criatura humana fue la de enviar a su Hijo Eterno en una misión de rescate para buscar y salvar lo que se había perdido, exactamente a nosotros.

Mi última recomendación, querido amigo/a, es que si escuchas hoy o percibes de alguna manera la voz de Dios hablando a tu ser más íntimo, no seas indiferente. [email protected]

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