Andanzas y lecciones de Don Quijote (18): el caballero del verde gabán

El tema culminante de la poesía bíblica se muestra particularmente en los Salmos, donde figuran versos que exaltan el poder y la majestad de Dios en sus obras.

24 DE MARZO DE 2022 · 16:34

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Cabalgaban y conversaban Don Quijote y Sancho camino de Zaragoza cuando los alcanza un hombre montado sobre una muy hermosa yegua tordilla. Cide Hamete Benengeli, autor morisco a quien Cervantes atribuye el haber conservado por escrito las hazañas de Don Quijote, pone de continuo especial atención en la vestimenta de los personajes, hombres y mujeres, que se mueven por las páginas de la novela. Pensaba el musulmán que cuando un hombre se ve bien vestido se siente con buen ánimo y excelente humor. Los atavíos hacen algunas mujeres hermosas, aunque no lo sean. Se fija Cide Hamete en que el gabán era de paño fino, jironado de terciopelo rojizo.

Cuando el del gabán llega a la altura del caballero y del escudero los saluda cortésmente y pasa de largo. Pero nada escapaba a la curiosidad de Don Quijote. Le pide que si llevaba el mismo camino que ellos podían recorrerlo juntos. Acepta el del gabán y dice a Don Quijote que pasó de largo ante el temor que su caballo se alborotara al ver la yegua. Ignoraba el hombre que Rocinante no estaba para alborotos sexuales.

Según se deduce de lo que leemos en la primera y segunda parte del Quijote, una buena conversación revela la importancia, la seriedad y la verdad de quienes la mantienen. Sabía Don Quijote que no hay espejo que mejor refleje la imagen del hombre que sus palabras.

Hablaron y hablaron los tres por turno. Don Quijote contó su vida. El del verde gabán la propia. Sancho intervenía de tanto en tanto.

El del verde gabán se presenta como un hidalgo más que medianamente rico. Pasaba la vida con su mujer y sus hijos, así, en plural; tenía hasta seis docenas de libros. Era devoto de Nuestra Señora y confiaba siempre en la misericordia infinita de Dios nuestro Señor. En su nombre repartía de sus bienes a los pobres, sin hacer alarde de sus buenas obras.

La conversación recae en uno de sus hijos, llamado Lorenzo. En el momento de la historia tenía 18 años. En Salamanca había estudiado las lenguas latina y griega. Empeñado el padre en que hiciera la carrera de leyes y convertirse en un buen abogado, Lorenzo estaba embebido en la poesía. Tampoco le interesaba la Teología, carrera a la que el padre también quería encaminarlo. Empleaba el día en averiguar si dijo bien o mal Homero en tal verso de la Ilíada o si Marcial anduvo deshonesto o no, en tal epigrama.

Don Quijote escuchó al hidalgo sin interrumpirle. Cuando le llegó el turno de la palabra dijo al apesadumbrado padre que los hijos son pedazos de las entrañas de sus padres y así se han de querer, o buenos o malos que sean. Aconsejó al del verde gabán que tuviera paciencia con Lorenzo, quien ya había subido felizmente el primer escalón de las esencias, que es el de las lenguas.

Caminan que caminan a lomo de sus caballerías, montado el del verde gabán sobre su yegua tordilla, Don Quijote en Rocinante y en el rucio Sancho Panza, llegaron al lugar donde vivía el hidalgo. Deseando que Don Quijote conociera y hablara con el joven poeta, el del verde gabán pide al caballero y al escudero que descansen unos días en su casa. Don Quijote responde al que llamaba al Caballero del verde gabán que tendría su ofrecimiento a gran favor y merced.

Don Quijote halló la casa de don Diego de Miranda, que así se llamaba el del verde gabán, ancha como una aldea. Lorenzo, a quien Don Quijote pone el don delante del nombre, llamándole don Lorenzo, sale a recibir junto a su madre al de la alegre figura. Don Diego le presenta a su esposa con estas palabras: “Recebid, señora, con vuestro acostumbrado agrado al señor Don Quijote de la Mancha, que es el que tenéis delante, andante caballero y el más valiente y el más discreto que tiene el mundo”. La señora, que doña Cristina se llamaba, le recibió con muestras de mucho amor y cortesía. Menos entusiasmado estuvo el hijo, don Lorenzo, el poeta, que interrogó a su padre: “¿Quién diremos, señor, que es este caballero que vuesa merced nos ha traído a casa? Que el nombre, la figura, y el decir que es caballero andante, a mi y a mi madre nos tiene suspensos”.

“No sé lo que te diga, hijo, respondió Don Diego; sólo te sabré decir que le he visto hacer cosas del mayor loco del mundo, y decir razones tan discretas, que borran y deshacen sus hechos: Háblale tú, y toma el pulso a lo que sabe, y, pues eres discreto, juzga de su discreción o tontería lo que más puesto en razón estuviere; aunque, para decir verdad, antes le tengo por loco que por cuerdo”.

Obedece don Lorenzo: Se acerca Don Quijote. Este le dice que su padre le tiene por gran poeta. Responde el joven que poeta bien podría, pero grande ni por pensamientos. Pide Don Quijote que le muestre algunos de sus versos y don Lorenzo le recita este soneto:

El muro rompe la doncella hermosa que de Píramo abrió el gallardo pecho; parte el Amor de Chipre, y va derecho a ver la quiebra estrecha y prodigiosa.

Habla el silencio allí, porque no osa la voz entrar por tan estrecho estrecho; las almas sí, que amor suele de hecho facilitar la más difícil cosa.

Salió el deseo de compás, y el paso de la imprudente virgen solicita por su gusto su muerte; ved qué historia:

Que a entrambos en un punto, ¡oh extraño caso!, los mata, los encubre y resucita una espada, un sepulcro, una memoria.

“¡Bendito sea Dios –dijo don Quijote habiendo oído el soneto a don Lorenzo–, que entre los infinitos poetas consumidos que hay, he visto un consumado poeta, como lo es vuesa merced, señor mío; que así me lo da a entender el artificio deste soneto!”

Cuatro días estuvieron caballero y escudero en la casa de don Diego de Miranda. Don Quijote agradeció la hospitalidad. Sancho lamentaba la partida tras hallarse muy bien con la abundancia en la casa de don Diego y rehusaba volver al hambre que es frecuente en los campos despoblados. Montado ya sobre Rocinante, Don Quijote dice al joven poeta que si algún día dejara la poesía podía ir con él para enseñarle el oficio de caballero andante.

Entre los varios géneros literarios presentes en la Biblia figura la poesía. La corriente poética bíblica sigue una trayectoria semejante a la que se encuentra en la poesía de todos los tiempos. José María Millás dice en el quinto tomo de la Enciclopedia de la Biblia que esta poesía va desde los balbuceos en ciertos pasajes del Génesis y se vigoriza en los demás libros del Pentateuco con el cántico de Moisés, el canto de Débora, la plegaria de Ana, madre del profeta Samuel, los salmos de David y otros.

El tema culminante de la poesía bíblica se muestra particularmente en los Salmos, donde figuran versos que exaltan el poder y la majestad de Dios en sus obras, tal como está escrito en los salmos 103 y 104.

La poesía bíblica no se distingue por la rima. Ejemplo: perro becerro, gato zapato. Es una poesía basada en la idea, en el acento rítmico y en el paralelismo.

En la primera parte de la Biblia hallamos cinco libros escritos mayormente en poesía: el libro de Job, exceptuando los primeros capítulos y el epílogo, los Salmos de David y tres libros escritos por su hijo, el rey Salomón: Proverbios, Eclesiastés y el Cantar de los Cantares, de belleza natural y amorosa incomparables.

Digamos como final a este capítulo que el hijo de don Diego de Miranda, don Lorenzo, se retrata en el capítulo XVIII, segunda parte del Quijote como un ameno anfitrión y un notable compositor de versos.

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