Andanzas y lecciones de Don Quijote (9): la poesía

La vida sería una eterna crueldad si no existiese la poesía.

16 DE DICIEMBRE DE 2021 · 18:48

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Departiendo Don Quijote y Sancho sobre el caballero del Bosque y la transformación de Dulcinea se une a ellos por el camino un hombre que cabalgaba una hermosa yegua tordilla. Vestía “un gabán de paño fino verde jironado de terciopelo leonado”. Puesto que llevaba el mismo destino que ellos, caminaron juntos en agradable conversación. En un momento de la misma Don Quijote pregunta al hombre del gabán verde si tenía hijos, a lo que el interpelado, de nombre Diego de Miranda, responde: “Tengo un hijo, que, a no tenerle quizá me juzgara por más desdichado de lo que soy; y no porque él sea malo, sino porque no es tan bueno como yo quisiera”.

¿Descuido de Cervantes? Poco antes, en este mismo capítulo XVI de la segunda parte, Diego de Miranda dice a Don Quijote: “Paso la vida con mi mujer, y con mis hijos”. Aquí constan hijos, en plural. Hablando más adelante con Don Quijote parece darle a entender que sólo tiene un hijo: “Yo, señor Don Quijote, tengo un hijo”. Si hay contradicción alguna, carece de importancia.

Continúa el del verde gabán dando noticias a Don Quijote del muchacho: “Será de edad de diez y ocho años; los seis ha estado en Salamanca, aprendiendo la lengua latina y griega; y cuando quise que pasase a estudiar otras ciencias, halléle tan embebido en la poesía, si es que se puede llamar ciencia, que no es posible hacerle arrostrar lo de las leyes, que yo quisiera que estudiara, ni de la reina de todas, la teología … Todo el día se le pasa en averiguar si dijo bien o mal Homero en tal verso de la Iliada; si Marcial anduvo deshonesto, o no, en tal epigrama; si se han de entender de una manera o otra tales y tales versos de Virgilio. En fin, todas sus conversaciones son con libros de los referidos poetas, y con los de Horacio, Persio, Juvenal y Tílulo”.

Después de escuchar a Don Diego de Miranda sin interrumpirle un solo momento, Don Quijote se embala en un largo discurso sobre poetas y poesía, a la que llama “doncella tierna”. Luego se centra en el motivo de ambos discursos, el hijo, y aconseja al caballero del verde gabán: “Sea la conclusión de mi plática, señor hidalgo, que vuesa merced deje caminar a su hijo por donde su estrella le llama; que siendo él tan buen estudiante como debe de ser, y habiendo ya subido felicemente el primer escalón de las esencias, que es el día de las lenguas, con ellas por si mesmo subiría a la cumbre de las letras humanas”.

Prosiguen los tres el viaje: Don Quijote, Sancho Panza y el hidalgo Don Diego de Miranda. Las aventuras no daban tregua a Don Quijote. En el largo caminar hasta la casa de Don Diego puso en peligro su vida al querer enfrentarse a un fiero león que un carretero llevaba para ser entregado en el palacio del rey. Desafiar espada en mano a la poderosa fiera no suponía liberar doncellas ni enderezar entuertos, era una acción dictada por la parte loca de su cerebro. Habría muerto despedazado si Dios no hubiera hecho que el león, desenjaulado, como lo ordenaba el carretero, no lo hubiera ignorado al verle y vuelto mansamente a la jaula.

Concluida la aventura de los leones, los tres siguieron camino adelante. Don Diego pidió a Don Quijote y a Sancho que descansaran en su casa. “Tengo el ofrecimiento a gran favor y merced, señor Don Diego, respondió Don Quijote”.

La esposa e hijo salieron a recibir a los invitados. Don Lorenzo, hijo de Don Diego, dice a su padre: “¿Quién diremos, señor, que es este caballero que vuesa merced nos ha traído a casa? Que el nombre, la figura, y el decir que es caballero andante, a mí y a mí madre nos tiene suspensos”.

Con todo, pronto se hicieron amigos Don Quijote y Don Lorenzo. La poesía les unía. Don Quijote le dice que su padre le tiene por gran poeta, a lo que responde el joven: “Poeta, bien podría ser; pero grande ni por pensamiento. Verdad es que yo soy algún tanto aficionado a la poesía y a leer los buenos poetas; pero no de manera que se me pueda dar el nombre de grande que mi padre dice”.

Insiste Don Quijote en alabar, y lo hace sin regateos, las cualidades de poeta que ve en Don Lorenzo. Quiere conocer sus versos; para complacerle, Don Lorenzo le recita el siguiente soneto:

El mundo rompe la doncella hermosa que de Píramo abrió el gallardo pecho; parte el Amor de Chipre, y va derecho a ver la quiebra estrecha y prodigiosa. Habla el silencio allí, porque no osa la voz entrar por tan estrecho estrecho; las almas sí, que amor suele de hecho facilitar la más difícil cosa.

Salió el deseo de compás, y el paso de la imprudente virgen solicita por su gusto su muerte; ved qué historia: Que a entrambos en un punto ¡oh extraño caso!, los mata, los encumbre y resucita una espada, un sepulcro, una memoria.

Apenas oído el soneto, Don Quijote exclama: “¡Bendito sea Dios, que entre los infinitos poetas consumidos que hay, he visto un consumado poeta, como lo es vuesa merced, señor mío; que así me lo da a entender el artificio deste soneto!”. (Don Quijote, segunda parte, capítulo XVIII).

El poeta y escritor inglés del siglo XIX, Matthew Arnold, define así la poesía en el libro The french play in London: “La poesía es simplemente la más deliciosa y perfecta forma de expresión que las palabras humanas pueden alcanzar. Su ritmo y su cadencia elevados a una regularidad, a una seguridad y a una fuerza muy distinta del ritmo y de la cadencia que pueden penetrar a la prosa constituyen una parte de su perfección”.

La vida sería una eterna crueldad si no existiese la poesía. El gran Víctor Hugo de Francia decía a sus lectores: Escuchad al poeta, escuchad al soñador sagrado. En vuestra noche, sin él sería vacía, solamente él tiene la frente iluminada.

Manuel Fernández Álvarez cuenta en su libro Cervantes visto por un historiador que uno de los sueños que siempre tuvo el autor del Quijote, y que no lo abandonaría nunca, fue la poesía, con la que esmaltó toda su obra, tanto en El Quijote como en La Galatea.

La poesía de Cervantes ha sido generalmente poco apreciada. No ha suscitado alguna parcial atención por parte de los estudiosos. Al contrario: El eternamente envidioso Lope de Vega, al referirse a los poetas de su tiempo dejó caer este exabrupto: “Ninguno hay tan malo como Cervantes”. En otro sentido, cuando el gran poeta gaditano José Manuel Caballero Bonald introduce y selecciona la poesía del autor del Quijote en el libro Miguel de Cervantes, explica que una de las esenciales constantes creadoras de Cervantes fue la poesía: “Vehículo creador a través del cual plasmó Cervantes muchas de sus efusiones líricas, principalmente en el Quijote y en La Galatea”.

Entre los 66 libros que tiene la Biblia, cuatro de ellos son esencialmente poéticos: Job, exceptuando los dos primeros capítulos y el epílogo que figura en el capítulo 42, además de Proverbios, Eclesiastés y El Cantar de los Cantares.

La poesía de la Biblia es eminentemente lírica, fiel expresión de las emociones humanas. En el Nuevo Testamento tenemos el conocido poema de la Virgen María, el Magnificat. (Lucas 1:46-55) y la profecía poética de Zacarías (Lucas 1:67-79), poemas que reflejan las notas más características del Antiguo Testamento. Aquí la poesía hebrea prescinde de la rima gato-zapato, perro-becerro para enfatizar el verso libre como se ve, un solo ejemplo, cuando el salmista describe la liberación de los hebreos de la esclavitud de Egipto:

“Cuando salió Israel de Egipto, la casa de Jacob del pueblo extranjero, Judá vino a ser su santuario, e Israel su señorío.

El mar lo vio, y huyó,

El Jordán se volvió atrás.

Los montes saltaron como carneros,

Los collados como corderitos”.

(Salmo 114:1-4)

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