Andanzas y lecciones de Don Quijote (2): gigantes y molinos

La fortaleza del alma redimida está en no confundir lo que realmente es con lo que pretende ser. Esto afecta también al cristianismo.

21 DE OCTUBRE DE 2021 · 18:00

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Foto de Tobias Keller en Unsplash CC.

Leemos la descomunal aventura, posiblemente la más emblemática que vivió Don Quijote y una de las más referidas de la novela: “En esto descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento, y así como Don Quijote los vio, dijo a su escudero: Ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta o pocos más, desaforados gigantes con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos la vida…

¿Qué gigantes?, dijo Sancho Panza. Aquellos que allí ve, de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas. Mire vuestra merced que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento… Dio de espuelas a su caballo Rocinante y embistió con el primer molino dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta furia, que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí el caballo y al caballero, que fue rodando muy mal trecho por el campo” (Don Quijote, capítulo VIII, primera parte).

La fortaleza del alma redimida está en no confundir lo que realmente es con lo que pretende ser. Esto afecta también al cristianismo.

El médico y autor del tercer Evangelio, Lucas, nos dice que los discípulos de Cristo fueron “llamados cristianos por primera vez en Antioquía” (Hechos 11:26).

Han trascurrido más de dos mil años. El cristianismo de nuestros días ha quedado reducido a molinos de viento, que hacen tropezar en la mentira, en lo que no es.

El filósofo Julián Marías, discípulo que fue de Ortega y Gasset, advierte en su libro La perspectiva cristiana sobre la decadencia y corrupción del Cristianismo: la infidelidad hacia el Cristianismo de Cristo “aparece en los discusiones doctrinales entre tendencias teológicas, diversas confesiones protestantes o bien órdenes religiosas en el catolicismo”.

Cristo fundó una sola Iglesia. Hoy existen cuatro superiglesias: Iglesia católica, Iglesia anglicana, Iglesia ortodoxa, Iglesia protestante, divididas en centenares, miles de pequeñas iglesias y sectas. Es el Cristianismo del siglo XXI. Roto en cien mil pedazos.

En el caso de los molinos y los gigantes Don Quijote no veía la realidad, sino lo que dictaba su imaginación. En el caso del cristianismo hay que dejar a un lado la imaginación, ignorar la historia adulterada, prescindir de organizaciones religiosas humanas apartadas de la verdad y dar un salto a través del tiempo y regresar al cristianismo del Nuevo Testamento, al cristianismo de Cristo.

Debe ser voluntario el amor

La joven Marcela era hija de Guillermo el rico, “tan hermosa, que pasaba a su fama su hermosura… Muerto Guillermo quedó Marcela muchacha y rica, en poder de un tío suyo, sacerdote. Creció la niña con tanta belleza, que cuando llegó a la edad de 14 a 15 años, nadie la miraba que no bendecía a Dios, que tan hermosa la había criado, y los más quedaban enamorados y perdidos por ella”.

Uno de ellos fue Crisóstomo. Crisóstomo era un joven muy rico. Había sido durante muchos años estudiante en la Universidad de Salamanca, donde se licenció en Astronomía. De regreso a su lugar conoció a la pastora Marcela. Se enamoró hasta los pliegues del corazón de la bella pastora. Para estar cerca de ella lo abandonó todo, se hizo pastor y continuó con sus requiebros. Al verse rechazado por ella, optó por suicidarse en la soledad del monte. Uno de sus muchos amigos, Ambrosio, culpa de su muerte a Marcela. Dice de él: “Quiso bien, fue aborrecido; adoró, fue desdeñado; rogó a una fiera, importunó a un mármol de quién alcanzó por premio ser despojos de la muerte en la mitad de la carrera de su vida, a la cual dio fin una pastora”.

Marcela se defiende de las injustas palabras de Ambrosio. Sus argumentos están basados en la razón y en la verdad: “No vengo, ¡oh Ambrosio!, a ninguna cosa de las que has dicho, sino a volver por mí misma, y a dar a entender cuán fuera de razón van todos aquellos que de sus penas y de la muerte de Crisóstomo me culpan: Hízome el cielo, según vosotros decís, hermosa, y de tal manera, que, sin ser poderosos a otra cosa, a que me améis os mueve mi hermosura, y por el amor que me mostráis, decís, y aún queréis, que esté yo obligada a amaros. Yo conozco, con el natural entendimiento que Dios me ha dado, que todo lo hermoso es amable; más no alcanzo que, por razón de ser amado, esté obligado los que es amado por hermoso a amar a quien le ama”.

(La historia de Marcela y Crisóstomo se cuenta en los capítulos XII, XIII y XIV, primera parte del Quijote). Sabias palabras las de Marcela. Ni Platón lo dice mejor en la defensa del amor que hace en su libro Fedro.

El amor en un corazón femenino es un diamante cuyos destellos no ofrece al que lo pide, por muy insistente que sea su ruego. Una mujer estaría perdida si se viese obligada a entregar su amor al primero que dice amarla. Marcela luchaba por la libertad del amor, que siempre debe ser querido, nunca impuesto. Quien ama desea hacerse amado, pero para ello es preciso que la otra parte corresponda. Según Cervantes, Crisóstomo amaba a Marcela con locura, y con esa misma locura ella negaba amarle a él. Confinada en el palacio de Salomón, en Jerusalén, otra pastora se siente presionada por el rey, que le manifestaba constantemente su amor, al que ella no accedía. Como Marcela renunciando a las grandes riquezas de Crisóstomo, la pastora de la Biblia dice del rey: “Si diese el hombre toda la hacienda de su casa por este amor, de cierto lo menospreciaría” (Cantares 8:7).

Cuando el amor no es correspondido se puede llegar al acto inútil del suicidio. Como en el caso de Crisóstomo.

Galeotes desagradecidos

Cuenta Cide Hamete Benengeli que Don Quijote y Sancho toparon hasta 12 hombres a pie, “gente de su majestad, que iba a galeras”. Don Quijote quiso saber por qué iban presos aquellos hombres. El primero a quien preguntó dijo que “por enamorado iba de aquella guisa”, a lo que respondió el caballero andante: Si por enamorado echan a galeras, días ha que pudiera yo estar en ellas”.

Venido al mundo para deshacer entuertos y liberar cautivos, Don Quijote pidió al comisario encargado de los presos que le quitara las cadenas y los dejara ir en libertad. Como el comisario, que montaba caballo, se negara, Don Quijote “dio con él en el suelo, malherido de una lanzada. Los demás guardas pusieron manos a sus espadas y arremetieron contra Don Quijote. Viendo la ocasión que se les ofrecía de alcanzar libertad, procuraron romper la cadena donde venían ensartados. Fue la revuelta de manera, que los guardas, ya por acudir a los galeotes, que se desataban, ya por acometer a Don Quijote, que los acometía, no hicieron cosa que fuese de provecho”.

Todos los galeotes escaparon, entre ellos Ginés de Pasamonte, que no sólo respondió al caballero con ingratitud, sino que además robó el asno de Sancho.

Rodeando a Don Quijote todos los galeotes a ver qué les mandaba, el caballero se queja de la ingratitud recibida, especialmente por parte de Ginés de Pasamonte. Les dice: “De gente bien nacida es agradecer los beneficios que reciben, y uno de los pecados que más a Dios ofende es la ingratitud”. (La historia de los galeotes se encuentra en el capítulo XXII e inicio del XXIII, primera parte de Don Quijote).

Al afirmar por boca de Don Quijote que la ingratitud es uno de los pecados que más ofenden a Dios, Cervantes, gran lector y conocedor de la Biblia, posiblemente estaría pensando en la ingratitud hacia Jehová en un libro tan intimista como el Deuteronomio (8:11) y en los profetas (Jeremías 2:32; Oseas 8:14). A los miembros de la Iglesia en Colosas el apóstol Pablo hace esta recomendación: “Sed agradecidos” (Colosenses 3:15).

Quien favorece a gente, aunque se tratara de condenados, como en el caso de los galeotes, realiza una buena obra. Pero al reconocimiento de un bien recibido ha de seguir el agradecimiento, cosa que los galeotes no hicieron y Don Quijote les reprocha.

Un proverbio árabe, tierra en la que yo nací, dice que el agradecimiento debe tener tres formas: un sentimiento en el fondo del corazón, una expresión de reconocimiento y un obsequio de compensación. De todo esto estaban muy lejos los galeotes de la historia contada por Cervantes.

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