Salinger en Berlín

Entre las películas presentadas en la Berlinale de este año, estuvo My Salinger year, un drama escrito y dirigido por Philippe Falardeau.

17 DE ABRIL DE 2020 · 08:30

Fotograma de la película My Salinger year, con un retrato del escritor al fondo.,
Fotograma de la película My Salinger year, con un retrato del escritor al fondo.

Del 7 al 17 del pasado febrero tuvo lugar en Berlín la gran fiesta del cine conocida como Berlinale, convocada para premiar las mejores películas del año anterior. La película ganadora fue la israelí Synonyms, que obtuvo el Oso de Oro y el premio de la Crítica Internacional.

Entre las películas presentadas a concurso estuvo My Salinger year, (Mi año Salinger), un drama escrito y dirigido por Philippe Falardeau, con participación de Estados Unidos, Canadá e Irlanda. El guión de Falardeau estuvo basado en el libro, con el mismo título de la película, escrito por una gran admiradora de Salinger y especialista en su obra, Joanna Rakoff, de hecho, agente literaria del autor de El guardián entre el centeno.

Escribiendo desde Berlín, Luis Martínez decía que la película de Falardeau resultaba algo cargante, “como si de un vademécum de lo cursi se tratara”.

J. D. Salinger, de padre judío y de madre protestante nació en Nueva York el 1 de enero de 1919 y desnació el 27 de enero de 2010, cumplidos los 91 años. Su obra más famosa, El guardián entre el centeno, apareció en inglés en 1951. Inmediatamente fue traducida a los principales idiomas, entre ellos el alemán, el español y el francés.

En 1958, viviendo en Tánger compré un ejemplar en francés de El Guardián entre el centeno, publicado por Librarie Gallimard en París. Pudieron ocurrir dos cosas: O que la novela de Salinger no me impactara o porque me enfrasqué en la lectura del gordo tomo El ser y la nada, de Sartre; el hecho verídico es que dejé el libro de Salinger en la página 20. No volví a retomar la fábula hasta muchos años después, esta vez en español.

A Salinger se lo llevaron de este mundo el 27 de enero de 2010. Había cumplido 91 años. Con motivo de su muerte, prensa diaria y revistas especializadas recordaron la vida y la fama de un hombre que ponía el punto de felicidad en no dejarse ver. Cuentan que a Salinger se le rompió el tarro de la paciencia y harto de editores, promotores, críticos, lectores, medios de comunicación y demás fauna relacionada con la literatura, optó por instalarse en un pueblo de Vermont, Cornish, en los Estados Unidos, y dedicarse a buscar setas, a jugar al golf, a cartearse con quien le apetecía y no permitir que nadie se inmiscuyera en la vida que había elegido.

Se pagaron grandes cantidades de dinero para llegar hasta Salinger y descubrir a qué dedicaba realmente la vida. Nada se consiguió. Una hija suya, Margaret, contó por un puñado de dólares algunas intimidades del célebre escritor. Dijo que en ocasiones desvariaba. Que era adicto a la filosofía Zen y a la Iglesia de la Cienciología, que tenía inclinaciones sadomasoquistas. Rumores. Abejorreos de insectos.

La lectura completa de El Guardián entre el centeno me ha gustado, pero no me ha enloquecido. En esa misma línea prefiero el libro de Glendon Swarthout, Donde se reúnen los muchachos. El largo párrafo del joven Basil sobre lo bueno y lo malo de la juventud de post guerra me parece uno de los más certeros y profundos análisis que existen en la literatura actual en torno a este tema. Con todo, Holden Caulfield, el personaje de Salinger que ha entusiasmado a varias generaciones de jóvenes, llega a emocionar. Con 17 años lo tiene todo, unos padres ricos, colegios caros, es atractivo, no tiene problemas con las chicas, es un niño bien. Pero en su adolescencia empieza a entender que el mundo en el que había sido educado no es real. Se siente defraudado de sus padres, sus profesores, cuestiona el mundo de los adultos y el de los compañeros que no son como él; se encierra en sí mismo para defenderse de un mundo exterior que no le comprende. Idolatra a su hermana pequeña y recuerda con lágrimas al hermano muerto cuando tenía tres años menos que él.

He de admitirlo: Holden Caulfield cautiva, enternece, dan ganas de recogerlo en un permanente abrazo de ternura. Sartre se equivocaba. Los demás no son el infierno, son el único paraíso posible aquí.

Pero independientemente del personaje, la novela de Salinger no me parece tan perfecta. Hay ideas reiterativas en los capítulos 15 y 16. Encuentro en ellas algunas historias de relleno, concebidas para aumentar páginas. El encuentro en el tren con la madre de un conocido suyo me parece muy forzado. Tampoco es habitual que en una ciudad tan grande como Nueva York, con más de trescientos clubs nocturnos, encuentre en uno de ellos por casualidad a una joven que fue amiga de su hermano mayor. El episodio del ascensorista y la prostituta en un hotel barato de la gran ciudad es creíble en su primera parte, pero no en lo que sigue. Que un chico al cuidado del ascensor penetre en la habitación de un cliente para robarle y amenazarle, exponiéndose a una denuncia y a perder el empleo, no es del todo razonable.

En cambio, fascina el discurso del señor Antolini en el capítulo 24 de la novela y sus reflexiones sobre la caída hacia la que se va precipitando el joven Holden. "Esta caída a la que te diriges –le dice– es de un tipo muy especial, terrible. Al que cae no se le permite ni oír ni sentir que ha llegado al fondo. Sólo sigue cayendo y cayendo. Es el tipo de caída destinada a los hombres que en algún momento de su vida buscaron en su entorno algo que éste no podía proporcionarles. O que creyeron que su entorno no podía proporcionárselo. Así que dejaron de buscar. Abandonaron la búsqueda antes de iniciarla siquiera".

El Guardián entre el centeno ha llegado a ser una novela de culto entre jóvenes de todo el mundo desde su publicación en 1951, convertida en manifiesto de generaciones que han visto en ella el reflejo de la incomprensión de los adultos hacia sus inquietudes. El consagrado crítico literario Harold Bloom, autor de Salinger: Modern Critical Views, dice en su libro que Holden Caulfield es el símbolo de una juventud perdida, vacía por dentro, sin sueños y sin ilusiones, sin metas y sin objetivos, que se mueve al compás del viento, sin importarle de dónde viene ni adónde va. Pudiera ser. De cualquier manera, gloria a Salinger por esta estupenda novela y larga vida en el lugar donde se encuentre.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - El punto en la palabra - Salinger en Berlín