“Diderot y el arte de pensar libremente”, por Andrew S. Curran

Diderot no fue el filósofo ateo que nos han venido presentando los historiadores y críticos católicos en España.

10 DE ABRIL DE 2020 · 09:00

Retrato de Diderot, por Louis-Michel van Loo, que aparece en la cubierta del libro de Curran.,
Retrato de Diderot, por Louis-Michel van Loo, que aparece en la cubierta del libro de Curran.

Cuando en 1984 la UNESCO conmemoró los 200 años de la muerte de Denis Diderot, declarando aquel 1984 como “Año de Diderot”, el escritor Raúl Morodo se quejaba del poco interés que entre escritores y periodistas había despertado la figura de este gran filósofo, quien juntamente con D’Alembert dieron a Francia la que sigue siendo famosa Enciclopedia en 18 grandes volúmenes, una obra plenamente original, con una doble función informativa y de polémica ideológica.

En su época Diderot fue considerado en círculos políticos y católicos como un autor impío, subversivo y revolucionario. Diderot respondía a los ataques diciendo que su misión era “pisotear hasta pulverizar el prejuicio de la tradición… todo cuanto subraya la mente del rebaño”.

Cuando los revolucionarios de París tomaron la Bastilla en 1789, Diderot llevaba cinco años muerto, pero las ideas vertidas en la Enciclopedia influyeron notablemente en aquella revolución que duró hasta 1799.

En su libro, Curran dice que “Diderot fue un convencido ateo”, idea que no comparto. Es vicio de muchos autores confundir anticatolicismo con ateísmo. Se dice lo mismo de destacados escritores que pertenecieron a la generación literaria del 27 y a la generación del 98. Pero ni Juan Ramón Jiménez ni Antonio Machado fueron ateos, aunque si fueron anticatólicos.

Diderot estudió cinco años, de 1723 a 1728 en un instituto jesuita. Tenía una hermana profundamente católica y un hermano cura. Este hermano atacó las ideas y la persona hasta el final de su vida.

Diderot no fue el filósofo ateo que nos han venido presentando los historiadores y críticos católicos en España. Cuando en su Viaje a Bourbonue habla de la muerte del padre emplea un lenguaje bíblico. “Este hombre –dice– se durmió con el sueño de los justos el día de Pentecostés, entre su hijo y su hija...”. En sus primeros escritos filosóficos, como Principios de filosofía moral la imagen de Dios brilla en su mente con hermosura y verdad. ¿Prescinde de estos principios en sus célebres y discutidos Pensamientos filosóficos? No del todo. La señora Vandeul, en un importante trabajo sobre la vida y la obra de Diderot publicado en 1830, decía que los Pensamientos filosóficos, donde Diderot resume los temas que centraron la polémica religiosa y filosófica del siglo XVIII, fueron escritos en tres días, entre el Viernes Santo y el Domingo de Resurrección de 1746.

Aunque fueron atacados con dureza por los sectores clericales, los Pensamientos no contienen una negación radical de Dios. El ateo que habla a partir del pensamiento XV no es Diderot. Es una forma de argumentación literaria muy usada en el siglo de la Ilustración. Tampoco es Diderot otro de sus personajes que antes de morir hace profesión de fe atea, el Saunderson de Cartas sobre los ciegos para uso de los que ven.

El espíritu de Diderot se sublevaba contra la acaparación y la deformación de Dios por parte de las religiones. Lo dice terminantemente:

«Con el retrato que han hecho del Ser Supremo, de su inclinación a la cólera, del rigor de sus venganzas y de ciertas comparaciones entre el gran número de los que deja perecer y de aquellos a quien se digna tender su mano, dan tentaciones a toda alma bien nacida de desear que no exista... Sí, lo sostengo, la superstición es más injuriosa para Dios que el ateísmo».

La revelación sobrenatural de Dios, que constituye uno de los grandes misterios de la Divinidad, estaba para Diderot suficientemente clara en la naturaleza, pero menos clara en el texto de la Escritura. Cuenta Laurent que un día paseaba Diderot por el campo con su amigo Grimm. Había cogido una coronilla, y una espiga, y parecía interrogar a su corazón.

“¿Qué hacéis? –le dijo Grimm.

–Estoy escuchando.

–¿Quién os habla? –Dios.

–Y ¿qué dice?

–Habla en hebreo. El corazón lo comprende, pero la inteligencia está a mucha distancia”.

Dios ocupó toda su vida, desde la cuna a la tumba. Para afirmarlo o para discutirlo, para acercarse a su luz o cuando le invadían las tinieblas, para abrazarse a Él en los momentos de soledad o para dejarlo en un rincón en las horas de euforia intelectual. Concebía a Dios como una araña cuya tela es el mundo y mediante cuyos hilos percibe más o menos, según la lejanía, todo lo que está en contacto con dicha tela. Al principio de sus Pensamientos filosóficos dice: “Escribo de Dios”. Y en el pensamiento número XX escribe sin vacilar: “Admito la existencia de un Dios, y no a través de esta sarta de ideas secas y metafísicas, menos adecuadas para desvelar la verdad que para darle el aspecto del embuste”.

Diderot no quería un Dios falso ni un Dios estrecho. Su alma ardiente y expansiva se ahogaba en la estrechez de las Iglesias. En una cita que nos ha sido transmitida por Damiron en su obra Memoria para servir a la historia de la filosofía del siglo XVIII, Diderot dice:

“Los hombres han desterrado de su alrededor la divinidad; la han relegado a un santuario. Destruid esos recintos, agrandad a Dios, vedle en todas partes donde está o decid que no existe. Si yo tuviera que educar un niño, le haría sentir una compañía tan real de Dios, multiplicaría tanto en su derredor los signos indicadores de la presencia divina, que le acostumbraría a decir: éramos cuatro: Dios, mi amigo, mi director y yo”.

“¡Agrandad a Dios!” ¡Todo Diderot está en esta frase! ¡Y cuánta falta hace agrandar a Dios hoy, ahora, más de doscientos años después de muerto Diderot! Estamos reduciendo la Divinidad a nuestras estrecheces mentales, arrinconándola en el espíritu sectario de altares inventados.

¡Agrandemos a Dios! Sólo Dios es grande. Sólo Él es eterno de principio a fin.

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