“La excelencia del amor”, por Félix González
González nos recuerda que para entender bien el capítulo trece de la epístola a los Corintios, uno de los capítulos más bellos y generosos de toda la Biblia, hay que leerlo a la luz de la biografía de su autor.
04 DE OCTUBRE DE 2019 · 10:00
Me permito reimprimir aquí el bosquejo biográfico de Félix González que escribí al comentar el primero de los cinco volúmenes que dedicó a los viajes de Pablo.
Nacido en Huelva en 1953, con 15 años emigró con sus padres a Alemania. Fue aquí donde tuvo lugar su conversión, en la que intervino Francisco Robles, a su vez convertido a Cristo en la Iglesia Bíblica de Tánger. Decidido a adquirir la necesaria preparación para dedicar su vida al ministerio eclesial, ingresó en un Instituto de Teología en Basilea, Suiza. Siete años estuvo pastoreando la Iglesia española en Duisburgo, Alemania. Su regreso a la madre patria se debió a la llamada de la primera Iglesia Bautista en Elche (Alicante). De aquí pasó a una responsabilidad mayor, la histórica Iglesia Bautista que se reúne en el número 18 de la calle General Lacy, en Madrid. González ha escrito 18 libros y es director del periódico bimestral “Puerta abierta”.
En La excelencia del amor González escribe 23 breves reflexiones en torno al capítulo 13 en la primera epístola a los Corintios que redactó el apóstol Pablo.
No es frecuente que en una crítica literaria se incluya el sumario del libro que se está comentando. Yo lo hago a veces por dos motivos. Para alentar al lector a comprar la obra y pensando en aquellos con interés en la misma pero que por cualquier circunstancia no pueden obtenerla.
Los 23 capítulos cortos que escribe González tratan diferentes aspectos del amor humano, tal como aparecen en el escrito de San Pablo.
El amor y las lenguas, la glosolalia y la elocuencia.
El amor y la predicación, el conocimiento y la fe.
El amor, el altruismo y el martirio.
El amor y la paciencia.
El amor y la amabilidad.
El amor y la envidia.
El amor y la jactancia.
El amor y la vanidad.
El amor y el decoro.
El amor y el rencor.
El amor y el egoísmo.
El amor y la ira.
El amor y las desgracias ajenas.
El amor y la verdad.
El amor sabe excusar.
El amor otorga confianza.
El amor no pierde la esperanza.
El amor soporta.
El amor es eterno.
Lo que deja de existir.
Lo parcial de nuestro conocimiento y de nuestras palabras.
Ahora y entonces.
La excelencia del amor.
San Juan Crisóstomo es mi favorito entre todos los llamados “padres de la Iglesia”. Está también san Agustín, cierto, pero me quedo con Crisóstomo que nació y murió entre dos siglos, el IV y V de la era cristiana. Le llamaban “boca de oro”, por su extraordinaria elocuencia. Ignacio Oñatibia, profesor de patrología, dice de él que escribió unos mil libros. Ignoro si el dato es correcto. Me parecen muchos libros de un solo autor.
Entre la cantidad de homilías que escribió figuran 44 sobre la primera epístola a los Corintios y 33 sobre la segunda. En la homilía 33 de primera de Corintios trata del capítulo 13 y dice: “Estando ausente el amor no hay gran provecho de la fe, el conocimiento, la profecía, las lenguas, los dones y las curas, el testimonio y la excelencia de la vida. Describe (Pablo) la hermosura inconcebible del amor, adornando su imagen con todos los aspectos de la virtud como si fueran colores y componiendo todos sus miembros con gran precisión”.
En este siglo XXI Félix González no anda lejos del pensamiento de Crisóstomo en el siglo IV. Para González, “ningún poeta ha cantado al amor de una manera más auténtica y realista que el apóstol Pablo. El amor es el elemento fundamental de la vida. Así como el ojo fue hecho para la luz, y el oído para el sonido, así también el corazón del ser humano fue hecho para el amor”.
Pero González vive aquí, en el ahora, en nuestros tiempos, en el siglo XXI y sabe distinguir entre amor del corazón y deseos de la carne. Continúa: “posiblemente no hay otra palabra que se use más que la palabra amor; pero, a la vez, tampoco hay otra palabra que se haya utilizado e interpretado tan mal como esta. Hoy se dice: “te amo”, cuando sólo se quiere decir: “te deseo”. Se dice: “vamos a hacer el amor, cuando sólo se busca una simple relación física en la que no se pondrá el corazón”.
¿Cómo se dice? “¿Lleva más razón que un santo?”, pues dicho queda por lo que atañe a González.
Decían los griegos: “el amor es lo único que hay en la vida”. González corrige a lo largo de sus 183 páginas de escritura y afirma que el amor existe porque existe Dios, “el Dios que ha derramado su amor en nuestros corazones por el Espíritu Santo”.
En La excelencia del amor el autor nos dice que la clave para interpretar el pensamiento de Pablo está en el último versículo del capítulo doce: “yo os muestro un camino más excelente”. Ese camino más excelente es el amor. Mucho más excelente que todos los dones que se describen desde el versículo 28 al 31 de dicho capítulo. Todo esto lo capta González con maestría de escritor cristiano: “es maravilloso ser elocuente…hablar varios idiomas, enriquecerse con el acervo cultural de varios pueblos…hablar el lenguaje de los ángeles y edificar el alma con las palabras que emplean serafines y querubines para alabar a Dios…pero sin amor, nuestras palabras son el sonido insignificante de dos metales al chocar”.
La obra de Félix González nos recuerda que para entender bien el capítulo trece de la epístola a los Corintios, uno de los capítulos más bellos y generosos de toda la Biblia, hay que leerlo a la luz de la biografía de su autor. Pablo era un pozo de conocimientos. Influido por la cultura grecorromana habría leído a Séneca, a los poetas griegos, a los filósofos estrafalarios, a los rabinos ambulantes que poblaban las calles de Tarso. Todo esto lo estimó como pérdida cuando el Maestro lo llamó desde las alturas, rompiendo la estructura de las nubes.
Al final del último capítulo Félix González adopta un lenguaje coloquial y se dirige al lector de tú a tú. En la confianza de que este último párrafo del libro sea capaz de impresionar al lector de este artículo como me ha impresionado a mí, lo transcribo, no importa si es un párrafo demasiado largo para una crítica literaria. Lo asumo:
“Lector amigo, muchas horas hemos pasado juntos meditando en el amor, yo escribiendo y tú leyendo. Y ahora, al final, me pregunto, ¿qué hemos aprendido? ¿Somos un poco diferentes a lo que éramos? ¿Nos hemos dado cuenta de la importancia del amor en la vida cristiana, y en la vida en general? ¿Han notado nuestros familiares en casa y nuestros compañeros en el trabajo, en el instituto, en la universidad y en el vecindario, que algo ha cambiado en nosotros? Si esto no ha sido así, hemos perdido nuestro tiempo, tú leyendo y yo escribiendo. Si no hemos cambiado en nada, lo mejor que podemos hacer ahora es dirigirnos de nuevo a Dios y pedirle que avive en nosotros la llama del amor, que llene nuestro corazón de su amor, que nos enseñe a vivir amando, que nos enseñe a amar en casa a nuestros familiares, a nuestros vecinos, a nuestros amigos y a nuestros enemigos; que nos enseñe a no saber hacer otra cosa que amar y amar”.
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