Shakespeare ante la muerte y el más allá

Shakespeare estaba preparado para entrar en los cielos.

29 DE OCTUBRE DE 2011 · 22:00

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Después de recordarnos la brevedad y fugacidad de la vida en la tierra, tema del que escribí la semana pasada, Shakespeare discurre en sus escritos sobre dos de los misterios que más han inquietado a los seres humanos en todos los tiempos: La muerte y el más allá de la muerte. Así piensa y escribe el genio inglés: “Recordarnos la idea de la muerte es como presentarnos un espejo que nos dice que la vida no es más que un soplo y que fiarse de ella es un error”. (PERICLES, Acto I, Escena 1ª). Y en la vida celestial que dará comienzo al término de esta otra terrenal: “Esta carne sirve de antemural a nuestra vida, sentencia Shakespeare en el último pasaje citado de EL REY RICARDO. Nuestra vida verdadera no está aquí, sino allá. Aquí sólo tenemos una corta existencia que debe servirnos como preparación para la vida eterna. Es la convicción del Rey: Necesitamos conquistar por nuestras existencias santas la corona de un nuevo mundo”. (EL REY RICARDO, Acto V, Escena 1ª) “Un mundo cuya melodía angelical concierta con las voces de los querubines, de ojos eternamente jóvenes. Las almas inmortales tienen en ella una música así; pero hasta que cae esta envoltura de barro que las aprisiona groseramente entre sus muros, no podemos escucharla”. (EL MERCADER DE VENECIA, Acto V, Escena única). “En ese mundo, Dios está por encima de todo; y hay almas que se salvarán y otras que no se salvarán”.(OTELO, Acto II, Escena 3ª) Seremos responsables de nuestros actos y nuestros argumentos carecerán de valor. Sucederá lo que dice San Pablo, que toda boca se tapará y todo el mundo se sujetará a Dios. Porque: “Allí no valen subterfugios: allí la acción se muestra tal cual es, y nosotros mismos nos vemos obligados a reconocer sin rebozo nuestras culpas, precisamente cara a cara de ellas”.(HAMLET, Acto III, Escena 3ª) Los juicios de Dios serán inapelables: “Allí se sienta un Juez que ningún monarca puede corromper”. (ENRIQUE VIII, Acto III, Escena 1ª). Rehusando ahora los medios que Dios pone a nuestro alcance para la redención de nuestras almas, perdemos la gran oportunidad de nuestra salvación: “Los recursos que nos ofrece el Cielo deben aceptarse y no rechazarse. Cuando el Cielo quiere y nosotros no queremos lo que él quiere, rehusando el ofrecimiento del Cielo rehusamos los medios de socorro y reparación”.(EL REY RICARDO II, Acto III, Escena II). Estos medios se hallan perfectamente definidos en la mente y en el corazón de Shakespeare: “La preciosa sangre de Cristo derramada por nuestros graves pecados”. (RICARDO III, Acto I, Escena 4ª). Y, en fin, dos caminos se abren ante nosotros tras exhalar el último suspiro en esta tierra: Son los caminos del bien y del mal, del cielo y del infierno, de la salvación y de la condenación, de Dios y del Diablo. Es a nosotros, a cada uno de nosotros individualmente, a quienes toca elegir: PÓSTUMO.- “Estoy más contento de morir que tú de vivir”. CARCELERO 1º.- “En verdad, señor, el que sueña no teme el dolor de muelas, pero cuando un hombre se presta a dormir vuestro sueño y no tiene un verdugo para ayudarle a ir al lecho, creo que cambiaría de buena gana de sitio con su funcionario; pues considerad, señor, que ignoráis por qué camino pasaréis”. PÓSTUMO.- “Sí, lo sé, amigo mío”. CARCELERO 1º.- “Vuestra muerte, entonces, tiene ojos en su cabeza; no es así como la he visto pintada. Pero, una de estas tres cosas: o aceptáis creer a los que toman sobre ellos el saber cuál es el camino, o imponéis vos mismo el saber lo que estoy seguro de que no sabéis, u os es preciso aventuraros en la averiguación, bajo vuestros riesgos y peligros, de lo que vais a hacer, y cómo se verificará vuestro viaje, y si se terminará de una manera feliz, lo cual, creo, no volveréis para decirlo a nadie”. PÓSTUMO.- “Te digo, amigo, que no tienen ojos aquellos que para dirigirse por el camino en que me preparo a entrar los cierran y rehusan servirse de ellos”. (CIMBELINO, Acto V, Escena 4ª) Shakespeare estaba preparado para entrar en los cielos. El ansia de inmortalidad, seguridad en la otra vida, reconocimiento de la salvación del alma por el cuerpo que Cristo entregó voluntariamente en la cruz, son temas que figuran en el esplendente testamento redactado un mes antes de su muerte, el 25 de marzo de 1616. El original, escrito a pluma con letra muy pequeña y la traducción al español se reproducen en el tercer tomo del DICCIONARIO DE ESCRITORES. Estos fueron los últimos pensamientos del dramaturgo más grande y más profundo de todos los tiempos, el inglés William Shakespeare. “En el nombre de Dios ¡amén! Yo, William Shakespeare, de Stratford-on Avon en el condado de Warwick, gentilhombre, en perfecta salud y memoria, gracias a Dios, hago y ordeno mis últimas voluntades y testamento del temor y forma siguientes: Declaro ante todo que confío mi alma a Dios mi creador, esperando y creyendo firmemente que, por los méritos de Jesucristo, seré admitido a participar de la vida eterna, y entrego mi cuerpo a la tierra de que está hecho”.

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