El tiempo y la muerte en Bécquer

Tomando como motivo que hemos entrado en un nuevo año escribí la semana pasada sobre el concepto del tiempo en la obra de García Lorca. Hoy sigo en Andalucía, tierra de poetas. Paso de Granada a Sevilla, donde nació Gustavo Adolfo Bécquer y examino, con la limitación que imponen estos artículos, algunas ideas suyas sobre el tiempo y la muerte.

24 DE ENERO DE 2009 · 23:00

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Conocida su calidad humana no sorprende encontrar en las rimas del poeta abundantes temas de meditación metafísica. El sentimiento fatalista del mal que Ie rodea, Ie persigue y Ie aprisiona está expresado en la rima numero 40:
«Mi vida es un erial; flor que toco se deshoja; que en mi camino vital, alguien va sembrando el mal para que yo Ie recoja».
Las dos eternas preguntas del alma humana, ¿de dónde vengo? y ¿adónde voy?, están presentes en la rima número 55. Los interrogantes quedan sin respuesta en la poesía becqueriana. EI cielo del poeta es negro, sin nubes y sin luz, sin vida y sin esperanza. Las Iíneas finales de esta rima son un canto a la nada, la lúgubre nada de las almas sin luz:
«En donde esté una piedra solitaria sin inscripción alguna, donde habite el olvido, allí estará mi tumba.»
Pero este sentimiento no es definitivo en el alma del poeta. En la tumba solitaria no puede acabar la más grande creación de Dios: el hombre. Otro poeta viejo, molido por el sufrimiento como Bécquer, castigado sin causa aparente por la vida, como Bécquer, se interrogaba también sobre «Ia otra orilla». «Si el hombre muriere, ¿volverá a vivir?», se preguntaba Job, el patriarca de la paciencia. Y Bécquer, en una de sus más hermosas rimas, la número 73, tal vez la más larga, donde canta a la soledad de los muertos, se pregunta igualmente:
«¿ Vuelve el polvo al polvo? ¿ Vuelve el alma al cielo? ¿ Todo es vil materia, podredumbre y cieno? ;No sé; pero hay algo que explicar no puedo, que al par nos infunde repugnancia y duelo al dejar tan tristes, tan solos, los muertos!»
Esta incertidumbre ante el destino final de los muertos se convertía para el poeta en tortura cuando consideraba Ia brevedad de la vida, que a él, particularmente, sólo Ie concedió treinta y cuatro años de existencia. No esperaba el poeta morir tan joven cuando cantó a la fugacidad de la vida humana en dos de sus rimas. Dice en una de ellas, añadida a la colección después de su muerte:
«Es un sueño la vida, pero un sueño febril que dura un punto; cuando de él se despierta, se ve que todo es vanidad y humo ... »
Y en la que lleva el número 69:
«Al brillar un relámpago nacemos, Y aún dura su fulgor cuando morimos. ¡Tan corto es el vivir! La gloria y el amor tras que corremos, Sombra de un sueño son que perseguimos. ¡Despertar es morir!.»

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