Somos el tiempo que nos queda

SOMOS EL TIEMPO QUE NOS QUEDA, por José Manuel Caballero Bonald, Editorial Seix Barral, Avenida Diagonal 662-664, 08034 Barcelona 2004, 540 páginas.

14 DE ENERO DE 2006 · 23:00

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Al iniciar el comentario a este bello libro quiero recordar una frase del filósofo francés Paul Ricoeur, quien fue profesor en las universidades de la Sorbona y Nanterre: “El lenguaje poético cambia nuestro modo de habitar el mundo. De la poesía recibimos un nuevo modo de estar en el mundo, de orientarnos en este mundo”. Digamos también que el lenguaje poético requiere una especial atención, una adecuada apertura para dejarse afectar por el contenido. Entender lo que Caballero Bonald quiere decirnos con sus versos no es siempre fácil. Pero éste hombre, nacido en Jerez de la Frontera, lugar casi pegando a las viejas murallas fenicias de Cádiz, es un poeta auténtico, no negociable. Con sus poemas logra una comunicación que rompe nuestra habitual indiferencia afectiva. En tres ocasiones ha obtenido el Premio Nacional de la Crítica, dos como poeta y una como novelista. Ahora, la Editorial Seix Barral ha publicado este tomo en el que incluye prácticamente todos los poemas que Caballero Bonald ha escrito hasta el día de hoy. Aunque el hecho religioso y la trascendencia del hombre están ausentes de su obra, con muy ligeras excepciones, sin embargo a Caballero Bonald le preocupa ese nivel que marca la marea creciente del tiempo. Si hablamos de grados bajo cero entre el pasado y el futuro, lo que todavía no ha existido tiene menos valor que aquello que dejó de existir. Pasado y futuro están presentes en el material poético de Caballero Bonald. El sentimiento acongojante causado por el paso del tiempo, referido a hechos más o menos remotos, se desborda en estas estrofas: Cuántas veces, al acabar el día, perdiendo pie en las aguas agolpadas de mis años, he visto arder, gemir el cargamento de mi vida. El lamento y la amargura del que contempla cómo se desprenden y quedan invalidadas porciones de su existencia, se repite en las líneas finales del poema titulado “Mientras junto mis años con el tiempo”: Mientras junto mis años con el tiempo y así me recupero de la vida que me está derrocando diariamente. El tiempo real, este que nos engloba y arrastra, transita a nuestro lado para herirnos o para desoír nuestras voces cuando le pedimos que se detenga. Lo dice el poeta en TODO, NADA ESTÁ ESCRITO: Mi palabra no es mía, vive nutriéndose, manchándose de ajena vanidad. El tiempo es quien lleva mi mano, quien conduce las aguas remotas que me asedian. Estandarte de todo lo que escribo, van los años guiándome, perdiéndome por los puentes del sueño. Este tema, el paso de los años, lo trata de nuevo el autor en el poema que titula “Elogio de la inación”: El paso de los años suele hacer un ruido desapacible, bronco, de colisión de herrumbres, de trasiegos febriles y como de asamblea de pedregosos contertulios. El paso de los años es imparable. Por eso pasa, porque su esencia consiste en pasar, aunque lo llamemos cruel, inexorable o insaciable. Un año más de futuro significa un año menos de pasado. Pero este ya no cuenta. Estamos hechos de tiempo, el tiempo nos penetra, nos configura, el que dejamos atrás no nos pertenece, somos el tiempo que nos queda, como lo dice el autor en el largo poema que da título al libro: Pisando vidrios, vomitando flecos de hierbas y de músicas llegaron nuevas avalanchas de extenuados oficiantes. …¿Cómo evitar el simulacro? ¿Cómo vivir sin desvivirnos? Surcan los días por tu vientre. Somos el tiempo que nos queda. El último suspiro que recojo de Caballero Bonald es un lamento ante la vanidad de la vida. El mismo lamento que late en EL EXTRANJERO de Alberto Camús y en el MACBETH de Shakespeare. Para Caballero Bonald, toda la dicha que se pueda disfrutar en esta vida cabe en una lágrima: Fortalecido en la traición, el cuerpo contempla un día la frustrada huella de la felicidad, fuego engendrado en cautelosa nieve, donde sólo perviven ya rescoldos, momentáneos delirios, rebeldías, simulacros de desnuda agresión. Estéril ya el olvido, toda la dicha cabe en una lágrima, toda la culpa en un recuerdo. Idéntico grito al de Unamuno: “Después de todo, ¿para qué todo?”. Aquél MUNDO FELIZ de Huxley y LA CONQUISTA DE LA FELICIDAD de Russell, andan tirados por las calles donde se exponen libros viejos, inservibles casi. Con cada paso que da el mundo moderno más se aleja de nosotros la felicidad. Toda la dicha que la tierra proporciona cabe en una lágrima

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - El punto en la palabra - Somos el tiempo que nos queda